Sufrimiento hoy, sonrisa perfecta mañana

¿Sos de los que deben ir al odontólogo, aunque sea una vez al mes, para ajustarse los frenillos? Entonces, morder caramelos, hablar después de comer y pronunciar bien todas las palabras parecen imposibles para vos. La ansiedad de quitarte el aparato te carcome, pero la esperanza de tener una sonrisa perfecta hace que aguantes desde el “¡ya se despegó otra vez uno de los brackets!” hasta el apodo “dientes de lata”.

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Para tener una hermosa sonrisa, a veces, se debe pasar por la difícil etapa de usar frenillos, esos aparatos de metal que el ortodoncista te coloca para arreglar anomalías.

El dilema comenzó cuando te colocaron los brackets (metales que van pegados a los dientes). Seguro que en ese momento no tenías la más pálida idea de cómo cerrar los labios y te diste cuenta de que no podías morder como lo hacías anteriormente, por el dolor y, porque todo se queda entre los dientes.

Si tenés coronas metálicas en las muelas o el alambre quedó muy largo, seguro que, constantemente, encontrás en las paredes internas de los cachetes el torturador “fuego”.

Lo que ocurre comúnmente cuando salís a comer con tus amigos es que mientras ellos hablan, vos, al querer compartir tu parecer, empezás a retirar el resto de comida que quedó entre tus dientes, pero cuando por fin terminás, ellos ya charlan de otra cosa. Es por esa razón que, quizá por inercia o rutina, directamente agarrás la servilleta, te cubrís la boca y comenzás a opinar.

Un objeto más que obligatorio a la hora de salir de casa es tu fiel compañero de lucha: el cepillo. Una merienda con alguien puede surgir, y quedar con los dientes sucios o mal aliento sería la peor pesadilla.

Si tenés antojo de alguna golosina, se presenta ante vos la misión más difícil. Te imaginás que alguien quiera conversar contigo y tengas que hablar con el frenillo embarrado de chicle o caramelo masticable por todos lados. Por ese motivo, los que tienen brackets prefieren disfrutar de una goma de mascar o bombones cuando están solos o directamente dicen good bye a esas exquisiteces.

A pesar de que quizá para algunos el hecho de tener frenillos resulte un “martirio”, para otros es solo cuestión de adaptarse a unos cambios. Pero en lo que todos coinciden es que luego de quitártelos no hay nada más genial que mirarse al espejo y ver, en vez de muchos metales, una sonrisa perfecta.

Por Rocío Ríos (17 años)

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