El rey de los monstruos

Con “Titanes del Pacífico” se da el retorno a las salas de cine de todo el mundo de un género que había quedado algo de lado en los últimos años: el de los monstruos gigantes.

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La semana pasada dimos un breve vistazo a la historia del género de “mechas” o robots gigantes tripulados, uno de los dos principales componentes del “ADN” de “Titanes del Pacífico”, la aclamada superproducción dirigida por el cineasta mexicano Guillermo del Toro.

Sin embargo, los gigantescos robots pilotados son solo una mitad del concepto de “Titanes”. La otra es la tradición cinematográfica -eminentemente japonesa- de monstruos gigantes o “kaiju”, un género que nació en la década de 1950 de la mano de una de las criaturas más icónicas de la ficción universal: Gojira, conocido en el resto del mundo como Godzilla.

Si dimos un tratamiento histórico a los “mechas”, es simplemente justo que hagamos lo mismo y demos una visión breve de la base del cine “kaiju”.

Algo que tienen en común muchos de los grandes protagonistas del cine de terror a través de los años es que surgen como metáforas de miedos o peligros reales de sus épocas. El caso de los “kaiju” es particular en este sentido.

Al comenzar la década de 1950, Japón seguía parcialmente en ruinas. Sus ciudadanos intentaban reconstruir sus ciudades y sus vidas bajo la atenta mirada de las fuerzas de ocupación del Ejército de los Estados Unidos, que había forzado la rendición de las orgullosas fuerzas imperiales japonesas -algo impensado antes- luego de años de carnicería en el marco de la Segunda Guerra Mundial.

Esta rendición sólo fue contemplada por los japoneses luego de que las fuerzas norteamericanas, contemplando una eventual invasión de Japón que estimaban costaría millones de vidas, forzaron a rendirse a los nipones haciendo una aterradora demostración de sus nuevas super armas, las bombas atómicas, desatando una fuerza destructiva como el mundo jamás había visto antes sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

El impacto que esas armas capaces de casi literalmente borrar ciudades del mapa, matando a más de 100.000 personas en instantes y liberando una mortal radiación sobre quienes fueran capaces de sobrevivir la explosión en sí, tuvieron fue más allá de lo físico; como toda catástrofe de gran escala, golpeó al país en su misma psique.

Durante el tiempo en que las fuerzas de ocupación norteamericanas estuvieron en Japón, la prensa local tenía prohibido hablar de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, una medida tomada por los estadounidenses con el doble objetivo de impedir que se produzcan reacciones anti-americanas que pudieran resultar en violencia civil, y evitar que cualquier tipo de información sobre la bomba nuclear o sus efectos llegue a oídos soviéticos, ya que por entonces la URSS todavía no contaba con su propio armamento atómico.

Incluso cuando la ocupación fue oficialmente dada por terminada en 1952, los medios japoneses se mostraban reacios a hablar del tema, ya que el Gobierno temía que eso pudiera llevar a manifestaciones que podrían poner en peligro el tratado que acabó con la ocupación. El tema de las armas nucleares no llegaría a la prensa japonesa hasta 1954, cuando un incidente accidental tuvo terribles consecuencias.

El 1 de marzo de ese año, un pequeño barco pesquero japonés salió de su habitual recorrido para buscar mejor suerte cerca de las islas Marshall, cuando un cegador destello sorprendió a los pescadores y cenizas blancas comenzaron a caer sobre ellos, causándoles quemaduras radiactivas. No sabían que los Estados Unidos estaban probando en el mar la nueva bomba de hidrógeno, un arma nada menos que 1.000 veces más poderosa que la bomba de Hiroshima.

Fue al mismo tiempo un terrible recordatorio de la tragedia de casi una década atrás, y un claro indicador del peligro y el puro terror de las armas nucleares, y el cine luego se encargaría de dar a ese miedo una forma física, la de un imparable terrible monstruo gigante que viene del mar, llega a Japón y comienza a arrasar las ciudades, demoliendo todo a su paso y escupiendo fuego radiactivo sobre la tierra del Sol Naciente; básicamente una representación de cómo los japoneses veían a los Estados Unidos en ese momento.

Hablo, por supuesto, de “Gojira”, que llegaría a mercados internacionales con el nombre de “Godzilla”. En la película del director Ishiro Honda -él mismo un excombatiente que fue hecho prisionero en China durante la Guerra Mundial-, el monstruo es el resultado de una explosión nuclear, e incluso el inicio del film es enormemente similar al incidente de las islas Marshall, ya que un barco pesquero ve el destello nuclear antes de ser destruído por la bestia.

Una escena luego de un ataque de Godzilla a Tokio muestra hospitales repletos de heridos, muchos de ellos con quemaduras radiactivas. El film cierra con la alarmante predicción de que mientras sigan habiendo pruebas nucleares la amenaza podría volver a surgir.

La película fue un éxito, y pavimentó el camino para numerosas otras criaturas gigantes que surgirían en los años siguientes para cautivar la imaginación y plasmar los temores de la población japonesa.

La mayoría de estos “kaiju” tenían en común con Godzilla alguna relación con la amenaza nuclear: por ejemplo, Gamera, creado en 1965, es una gigantesca tortuga prehistórica liberada del hielo ártico por una explosión nuclear causada por una escaramuza entre aviones estadounidenses y soviéticos; la polilla gigante Mothra, aunque su película debut sea mucho más ligera en alegorías, sigue teniendo a la radiación como elemento clave de su origen.

Eventualmente Godzilla y varios de los demás monstruos gigantes que creó en los años siguientes el estudio Toho en base al éxito del gigantesco dinosaurio radiactivo pasaron a compartir un mismo universo y pelear entre sí o juntos contra amenazas exteriores.

De hecho, con el paso de los años Godzilla pasó de ser una figura antagónica y aterradora a un ser de corte heroico, defendiendo a la Tierra de amenazas extraterrestres como Gidorah o el adecuadamente llamado Mechagodzilla, una versión robótica del monstruo creada por una raza alienígena.

Aunque “Titanes del Pacífico” es el primer film en años que toca el género “kaiju”, y no han sido muchos los films que lo han hecho antes, de ninguna forma la película de Guillermo del Toro es la primera.

Se podría decir que el “kaiju” original, creado mucho antes de que el género en sí fuera establecido por “Gojira”, es King Kong, el gigantesco simio protagonista del taquillero film del mismo nombre que el estudio hollywoodense RKO estrenó en 1933. Como en los films “kaiju” que vendrían, King Kong acaba sembrando el caos en una ciudad –Nueva York-, aunque en el film el personaje no es tanto una imparable fuerza de destrucción y muerte como simplemente un animal asustado en la ciudad.

Aunque ciertamente habría importantes cantidades de films sobre monstruos gigantes salidos de Occidente- y lógicamente también de otros países de Asia- en las décadas siguientes, recién en 1998 se realizaría otra superproducción con todas las letras, y sería nada menos que la adaptación hollywoodense de “Godzilla”, dirigida por el alemán Roland Emmerch, por entonces muy cotizado luego del éxito de su film “Día de la Independencia”.

La película, en la que un Godzilla rediseñado y menos invulnerable que su contraparte nipona causa estragos en la ciudad de Nueva York. La película fue exitosa en taquilla, pero vapuleada por la crítica y considerada muy inferior y para nada digna del nombre por los fans del monstruo original; irónicamente, el monstruo de la película de Emmerich aparece en el film japonés “Godzilla: Final Wars” (2004), en el que es fácilmente eliminado por el Godzilla original.

En 2008 el director Matt Reeves y el productor J.J. Abrams (creador de la serie “Lost”) estrenaron “Cloverfield”, un film presentado como las crónicas filmadas con una cámara de mano de un grupo de amigos intentando sobrevivir el ataque a Nueva York por parte de una imparable e inmensa criatura de origen desconocido.

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