Los monos de Santa María de Fe

Un pequeño pueblo en Misiones alberga hace poco más de una década unos visitantes muy particulares, que han convertido al sitio en una parada especial en la emblemática Ruta Jesuítica.

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Santa María de Fe, ubicado a 241 kilómetros de Asunción, fue fundado como una reducción jesuítica en 1647. El pequeño pueblo es parte de la Ruta Jesuítica y cuenta con un escueto museo de arte jesuítico.

El museo, establecido en una de las antiguas casas de indios, posee bellos testimonios de un rico pasado cultural y religioso. La pequeña iglesia alberga un tallado en madera de una virgen de dos metros de altura.

Sin embargo, el sitio tiene una característica muy particular que la vuelve extremadamente atractiva para turistas de todas partes del mundo. Un grupo de cinco o seis monos llegaron hace poco más de 10 años para convertir la plaza céntrica en su hogar, según relatan los pobladores del lugar.

El grupo de monos se cobija en los frondosos árboles de la plaza Mariscal Estigarribia, donde los cuidadores del parque les han construido una casita de madera. Esparcidas por el predio, también se encuentran viejas cubiertas de vehículos transformadas en alimentadores, que todos los días son cargados de frutas y otros alimentos.

Grande fue nuestra decepción cuando llegamos a la plaza un domingo, listos para formar parte del milagro de la convivencia con el mundo salvaje, pero no avistamos a los famosos monos. Con tristeza observamos la casita de madera vacía, así como los alimentadores totalmente despojados.

Nos acercamos a los dueños de un almacén en la cercanía, para consultarles sobre el hecho. Alegremente nos comentaron que como los cuidadores de la plaza no trabajan los fines de semana, los monos se trasladan al patio del museo, donde existen numerosos árboles frutales.

Nos acercamos al sitio y pronto sentimos la intensa mirada de seres extremadamente curiosos. Tentados con la dulzura de un manojo de guayabas maduras, uno a uno los monos de Santa María de Fe se fueron acercando, tomando cuidadosamente las frutas de nuestras manos, a cambio de un poderoso sentimiento de hermandad, paz y sabiduría con el que nos dejaron.

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