Los transgénicos y la pérdida de soberanía

La pérdida de soberanía es uno de los principales temores de las organizaciones sociales frente a la reciente liberación de semillas transgénicas en Paraguay. Pero ¿Cómo exactamente una pequeña semilla puede afectar la soberanía de una nación entera?

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Un Organismo Genéticamente Modificado (OGM) es comúnmente denominado como transgénico ya que su material genético fue manipulado en laboratorios para otorgarle alguna característica específica.

En el caso de las semillas, las transgénicas poseen características ausentes en las semillas no modificadas, como la resistencia a alguna plaga, mayores rendimientos por hectárea, la capacidad de resistir a la sequía, entre otros.

Sin embargo, estos beneficios vienen con un precio. Y este es la dependencia que se genera con las empresas que invierten fuertemente en la creación de estas semillas, según argumentan diversas organizaciones sociales en el país y en el mundo.

“Hay que tener en cuenta que son semillas patentadas, tienen propiedad intelectual, y el objetivo de estas empresas es obtener la mayor rentabilidad posible, el objetivo fundamental es el lucro”, sostuvo Luis Rojas, economista y docente, en un documental emitido recientemente.

La patente a las semillas otorga la exclusividad de los beneficios a la empresa dueña del derecho intelectual. Para utilizar la semilla transgénica, la empresa exige el pago de una suerte de impuesto, conocido como una regalía.

Por lo tanto, si por procesos naturales las semillas transgénicas terminan mezclándose con semillas no transgénicas, la empresa tendría el derecho de exigir el pago de regalías de las semillas mezcladas.

En el maíz, este es un problema grave, explica el ingeniero agrónomo Víctor Benítez, director ejecutivo de Altervida. “Acá va ocurrir una contaminación genética generalizada porque Paraguay es centro de origen del maíz”, explicó.

Los insectos polinizadores y el viento podrían contaminar las más de 10 variedades nativas y domesticadas que existen en Paraguay. La empresa dueña de la patente entonces podría cobrar a los productores de maíz la correspondiente regalía, independientemente de que haya decidido utilizar la semilla transgénica o no.

Los consumidores se verían también afectados al verse comprometida su capacidad de elegir. Perderían el poder de tomar la decisión de consumir alimentos transgénicos o no, indica. El consumidor que está comprando harina de maíz o choclo, no tendrá la certeza de que no sea transgénico.

Para productos que podrían representar un riesgo a la salud, esta es una verdadera amenaza para las personas, aseguró Benítez.

Por otro lado, las características de la producción de transgénicos, que fomenta el monocultivo extensivo, se traduce en una estandarización de la producción de alimentos, explicó Rojas. “Dependeremos de los supermercados y perderemos nuestra cultura alimentaria muy rica y muy diversa”, sostuvo.

“Hemos perdido la soberanía sobre nuestro principal recurso para la alimentación que es el maíz, que será controlado por estas empresas”, concluyó Benítez.

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