Cómo comunicarse en un nuevo vecindario

Antiguamente la gente pasaba tal vez toda una vida en un mismo barrio. Conocía a todo el mundo, desde el vecino de al lado hasta la señora del almacén, sus hijos, los trabajos de cada uno, todo el mundo que rodeaba la casa.

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La movilidad moderna ha hecho que esto cambie radicalmente, pero conocer a los vecinos no deja de ser importante por muchos motivos, pero, sobre todo, por una cuestión básica de convivencia.

No es bueno esperar que surjan problemas para conocer a los demás. De pronto surge un inconveniente con la limpieza de los espacios comunes o el perro del apartamento de abajo ladra todo el fin de semana y uno ya piensa lo peor de su vecino y se enfada. ¿Pero cómo sería si uno supiera quién está abajo y el diálogo fuese mucho más sencillo?

Lo ideal es ir conociendo a los demás ni bien uno se muda. Es más, si uno sabe que hay cosas que pudieran molestarle a los otros, es mejor plantearlas de antemano. Por ejemplo, si uno tiene una mascota que ladra o toca un instrumento de música, puede adelantárselo a los demás y consultar si tienen algún problema, de modo de dar señal de que cualquier inconveniente se puede conversar.

Si usted es una persona abierta, ni hablar que invitar a un vecino a su casa será una gran señal de confianza. Basta con preparar un té o un aperitivo frugal. Es más, se puede hacer ni bien uno entra en el nuevo apartamento, cuando las cajas aún están sin desarmar. Es mucho mejor eso que hacer entrar al vecino en un hogar ya armado, porque de ese modo, al mismo tiempo, evita que los curiosos hagan deducciones de cómo vive o cómo es usted.

Otro buen consejo: no tema pedirle ayuda a un vecino, ya sea para que le cuide una planta unos días o le preste una escalera. Eso también genera cierta solidaridad y le da la posibilidad al otro de ayudar, que por lo general fomenta la predisposición (¡siempre y cuando no pida favores muy amenudo!).

Además, como todo vínculo, la relación con los vecinos puede crecer con el tiempo. Seguramente se encontrará con algunos en la calle, con otros en la escalera o el ascensor y, si hay algún tipo de simpatía, quién dice que no surjan planes conjuntos. Eso ya sería fantástico. Pero si no llega ese punto, de todos modos se sentirá mucho mejor conociendo mínimamente con quienes comparte espacios y calles.

Por lo general, otro punto a favor en los vínculos vecinales es que, por lo general, se parte de cierta base común. No sólo por lo que de por sí se comparte (espacios, información barrial) sino también porque existe cierto nivel económico común que permite precisamente a compartir un mismo barrio.

Dependiendo de cómo sea su ciudad, podría decirse que en las zonas de construcciones más nuevas suele haber más parejas jóvenes o con niños pequeños. Si usted está en esa misma situación y se va gestando un vínculo a través de encuentros en la plaza, ¿por qué no pensar en organizar una reunión entre todos en alguna calle o en la terraza del edificio?

De todos modos, la realidad no siempre acompaña. Es cierto: hay veces en las que uno pone la mejor voluntad pero los vecinos parecen ser secos o hasta tercos y empeñarse en reclamar que se respeten ciertas pautas o derechos que los ponen de malhumor.

Eso puede ser muy desgastante. Pero hay que aplicar la misma regla que para el resto de los conflictos: respire hondo y no monte en cólera. Hable con su vecino lo antes posible sobre el problema que exista, intente desarmar el conflicto. Si no avanza, bueno, entonces sí intente evitar cruzarse a esa persona.

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