Aburguesamiento levanta tensiones en Harlem

NUEVA YORK. En 1969, Samuel Hargress compró un bar de jazz en Harlem y el edificio adyacente por 35.000 dólares. Medio siglo después, los agentes de bienes raíces le ofrecen 10 millones, una clara muestra del aburguesamiento abismal del vecindario.

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“Todos mis amigos se hicieron millonarios”, dice Hargress, de 81 años, sentado en su bar, el “Paris Blues”. “No te puedes imaginar la diferencia entre antes y ahora...”.

Harlem, adonde llegó en 1960, era un barrio legendario para la cultura negra estadounidense, al norte de Manhattan. Allí debutó la cantante Ella Fitzgerald en 1934. También allí Duke Ellington disfrutó de sus primeros éxitos en el Cotton Club. Pero en las décadas de 1970 y 1980, Harlem se deterioró.

Como ocurrió con el centro de otras ciudades estadounidenses, el crimen, las drogas, la prostitución y la policía corrupta se apoderaron de las calles, recuerda Hargress.

La recuperación comenzó en 2008 cuando, en parte gracias a la crisis económica, el mercado exigía inmuebles “asequibles”. Los promotores aterrizaron en Harlem y lanzaron los primeros proyectos. Y las familias, muchas blancas, comenzaron a desembarcar.

En la actualidad, ese aburguesamiento, o gentrificación está en pleno, y ha provocado en este barrio cargado de historia un resentimiento más profundo que en Brooklyn o Queens, también afectados por el fenómeno.

Las principales arterias de Harlem, como los bulevares Martin Luther King o Malcolm X -dos héroes de la causa de los derechos civiles de los negros- están abarrotadas ahora de neoyorquinos bebiendo vino blanco en bares de moda.

Muchas iglesias, que han contribuido a la buena reputación del barrio por sus famosos coros, se ven forzadas a vender porque los costos de mantenimiento se han disparado y los fieles han disminuido. Las reemplazan edificios residenciales de lujo, atrayendo las respectivas tiendas de alta gama, como los supermercados Whole Foods.

En septiembre, una casa familiar de tres pisos se vendió por 4,15 millones de dólares, un récord para el vecindario.

Y todos los días, pequeños incidentes ilustran las tensiones derivadas de estas transformaciones, explica el propietario de un café recientemente inaugurado. “Tenemos personas que simplemente vienen a acosar a los clientes, amenazar a nuestros empleados o a robar las propinas”, dice. “Es el carácter del vecindario en este momento” .

Por cada nueva señal de opulencia en el barrio, otra confirma la presencia de poblaciones necesitadas, como las colas frente a las iglesias que sirven comidas de beneficencia.

Otra prueba de estos contrastes: abundan las anécdotas de los recién llegados quejándose de los vecinos, más pobres, que se instalan los días de buen tiempo en la acera, con su música y su barbacoa, para tomar un respiro de la estrechez de sus viviendas.

“Lo que digo es: ’Nadie te invitó’”, lanza Michael Henry Adams, residente de Harlem desde 1985 y quien trabaja por la preservación del barrio. “¿Ustedes creen que estas personas no hacían esto antes de que ustedes llegaran? Si no les gusta, váyanse, que no estaban obligados a venir. ¿Usted iría a París a decirle a los parisinos que no le gustan los croissants?”

Porque si bien es cierto que el aumento de los precios inmobiliarios pueden beneficiar a propietarios como Samuel Hargress y proporcionar al distrito servicios de calidad, los residentes más pobres, en su mayoría negros e hispanos, son presionados a irse por los propietarios de sus viviendas, que quieren inquilinos más acomodados.

En Harlem, cerca del 30% de la población vive por debajo de la línea de pobreza y el ingreso anual mediano es entre 31.000 y 39.840 dólares.

Sin embargo, el precio de alquiler de una vivienda de dos habitaciones es ahora en promedio de 2.265 dólares al mes, según Riccardo Ravasini, dueño de la agencia inmobiliaria Rava Realty. Y los propietarios neoyorquinos exigen a menudo ingresos anuales equivalentes a 40 veces el alquiler mensual. Como consecuencia, muchos habitantes abandonan Harlem.

Incluso la parte este del vecindario más hispana y que se mantuvo durante más tiempo a salvo de esta gentrificación, ahora se ve afectada.

Cuando Julian Medina abrió su pequeño restaurante de tacos “La Chula” el mes pasado, se sorprendió al ver que sus nuevos clientes eran en su mayoría jóvenes blancos. “Es muy loco”, dice este chef de 42 años. “Y todos ellos me dicen: ’Gracias por abrir, ¡no había nada aquí!’”.

Abrir un restaurante en Harlem ya no es barato. Incluso para él que ya maneja varios restaurantes en el corazón de Manhattan. “En otra época, alquilé este lugar por un tercio del precio actual”, dice Julian Medina. “El mercado se ha vuelto loco”.

Ante estos cambios, la alcaldía de Nueva York, dirigida por el demócrata Bill de Blasio, “no puede hacer gran cosa” para limitar los perjuicios para la población desfavorecida, dice Rachel Meltzer, asistente de planificación urbana de la universidad The New School.

El activista Michael Henry Adams cuenta horrorizado que un promotor, en aras del mercadeo, comenzó a llamar al vecindario de South Harlem “SoHa” en alusión al barrio chic del SoHo, uno de los más caros de Manhattan.

“Al final”, dice, “si yo y otras personas negras que no son ricas no podemos vivir aquí, no me importa cómo lo llamen. No será Harlem, y bien podrían llamarlo Trump Town”.

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