Candidatos a presidenciales de Brasil del 7 de octubre

BRASILIA. Cuando faltan 2 meses para la elección presidencial en Brasil, el liberal Geraldo Alckmin lidera una gran alianza, el conservador Jair Bolsonaro parece estancado y el socialista Lula da Silva, encarcelado por corrupto, sigue lanzando manotazos.

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Los brasileños irán a las urnas el próximo 7 de octubre sin mucha esperanza, al menos de acuerdo a recientes sondeos que revelan una decepción generalizada con la política, y bajo la sombra de una economía virtualmente paralizada y un agudo desempleo.

Deberán escoger entre trece candidatos, de los cuales solamente parecen tener alguna posibilidad Bolsonaro y Alckmin, junto con la ecologista Marina Silva y el laborista Ciro Gomes, y con Lula busando desesperadamente inscribir su nombre para salvarse de la condena a 12 años de cárcel por corrupto, que está cumpliendo.

Por eso su Partido le ha nominado candidato y él ha designado como candidato a vicepresidente, y eventual sustituto cuando deba ser vetado por el tribunal electoral, al exministro y exalcalde de Sao Paulo Fernando Haddad, un hombre de poco calado político y a quien los sondeos le atribuyen un 1% de apoyo.

El previsible escenario sin Lula lo encabeza Bolsonaro, conservador, nostálgico de la dictadura que imperó entre 1964 y 1985, pero con un escaso 17% en un cuadro con 50% de indecisos que serán el fiel de la balanza electoral.

Bolsonaro tiene esos mismos índices desde hace meses y ha elegido como candidato a vicepresidente al general retirado Hamilton Mourao, un militar de línea dura con el que comparte la admiración por el “orden” castrense.

Según coinciden los analistas, el talante militar de su fórmula puede alejar a un electorado mayoritariamente conservador, ajeno a radicalismos, y limitar su capacidad de atraer los votos necesarios para llegar al poder.

Entre liberales, conservadores democráticos y socialdemócratas, y aún con un 6% de las intenciones de voto, emerge la figura de Alckmin, exgobernador de Sao Paulo, reconocido como un gestor competente pero carente de todo carisma.

Alckmin es médico, especializado en anestesiología, y hay quien garantiza que es capaz de dormir a cualquier auditorio, pero aún así ha reunido la mayor coalición que se presenta a las elecciones, con nueve partidos de centro.

Esas nueve formaciones controlan el Parlamento y tienen en total unos 3.000 de los 5.560 alcaldes, lo cual conforma una maquinaria política de enorme poder y presencia nacional que puede ser clave en un país de las dimensiones de Brasil.

De hecho, siete de los partidos que apoyan a Alckmin estuvieron, entre 2003 y 2016, en los Gobiernos presididos por Lula y luego por Dilma Rousseff, destituida por irregularidades fiscales, pero tras romper con esas fuerzas conservadoras.

Al contrario que Bolsonaro, los analistas creen que Alckmin sí puede pescar entre los indecisos, pero para ello debe superar la falta de carisma que él mismo admite. “Dicen que no tengo la dosis necesaria de pimienta”, pero “tengo seriedad”, sostiene.

La socialdemócrata Marina Silva encara su tercer intento por llegar al poder tras quedar en tercer lugar en 2010 y 2014, pero lo hace sólo apoyada por su pequeño partido Rede y los Verdes, con un 13 % de intención de voto y casi sin recursos para una campaña de aliento.

Ciro Gomes, otro candidato socialdemócrata, que tiene un 8% en las encuestas, no logra convencer del todo a los partidarios de su línea política, atomizada por la situación de Lula.

Por fuera corre el exministro de Hacienda Henrique Meirelles, candidato del partido Movimiento Democrático Brasileño (MBB), la mayor fuerza política nacional pero lastrada por la impopularidad del presidente Michel Temer, un aliado incómodo cuya gestión sólo es aprobada por el 3% de la población.

Con un 1% de respaldo en los sondeos, Meirelles apuesta en su pasado junto a Lula, con quien presidió el Banco Central entre 2003 y 2010.

La propaganda de Meirelles está de hecho apoyada en Lula, imagen recurrente en unas piezas proselitistas en las que casi no aparece Temer, lo cual muchos ven como un retrato de las alianzas ajenas a la ideología que han dominado la política brasileña en los últimos 15 años.

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