Soldados sirios se reúnen con familiares que huyen de Guta Orienta

HOCH NASRI. Llorando, el soldado Ayman al Jatib se lanza a los pies de un hombre de unos 50 años cubierto de polvo. Acaba de reunirse con su padre, tras siete años de separación, en medio de una multitud que huye de un sector rebelde de Guta Oriental.

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“Nuestra separación se eternizó, vuelvo a vivir al verlo”, se conmueve Zarariya, el padre, agarrando la mano de su hijo que volvió a encontrar cerca de Hosh Nasri, al noreste de Damasco.

El viernes, centenares de familias llegaron a este sector, conquistado recientemente por el régimen sirio, huyendo de los bombardeos y los combates en las zonas que aún están en manos de los rebeldes en Guta oriental.

“Estaba en contacto con mi familia, sabía que saldrían hoy (viernes)”, dice Ayman de 25 años. El joven fue llamado en 2011 para hacer el servicio militar, obligatorio en Siria, y desde entonces no dejó las armas. Cuando los rebeldes tomaron el control de Guta oriental un año más tarde no pudo ver más a su familia.

“Estoy como un hombre sediento en medio del desierto que acaba de encontrar agua”, continúa limpiando el rostro de su padre cubierto de polvo.

Emocionado, posa el fusil y abraza a uno de sus tres sobrinos, que ve por primera vez. La familia espera la llegada de un autobús que debe transportarlos hacia un albergue montado a las apuradas por las autoridades de Damasco para acoger a los desplazados de Guta.

Las fuerzas del régimen lanzaron una ofensiva el 18 de febrero sobre este enclave rebelde y lograron desde entonces recuperar más del 70% de este territorio, el último bastión rebelde cerca de la capital siria.

Para huir de los combates y bombardeos los civiles sólo pueden escapar hacia las zonas controladas por el régimen.

“Mi alegría es doble”, confía el padre. “Primero porque vuelvo a ver a mi hijo después de muchos años, y porque dejo atrás mío la injusticia, la opresión y el hambre”, continúa.

El jueves unos 20.000 civiles huyeron de las zonas rebeldes, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH). Las autoridades de Damasco estiman que fueron unos 40.000. Un poco más lejos otro soldado intenta consolar a una mujer vestida de negro que llora sobre su hombro. Pero Zahraa Naser rechaza obstinadamente el pan y el agua que le tiende su sobrino, Aref Awad, vestido con uniforme militar.

“Me reconoció antes de que la reconociera, su rostro cambió tanto”, dice la mujer de unos 60 años. Awad, el sobrino, se incorporó al ejército para su servicio militar antes de que comenzara el conflicto en 2011. “Siento la importancia de mi enrolamiento”, confía el joven con orgullo. “Mi tía fue liberada pero todavía tengo familia adentro” de Guta.

Son miles los desplazados que se amontonan en los centros improvisados, en escuelas u otros lugares que las autoridades de Damasco pusieron a disposición en la periferia de la capital. “Hoy llegarán más”, afirma Rateb Adas, vicegobernador de la provincia de Damasco.

“Intentamos establecer nuevos sitios para recibirlos y proporcionarles los servicios” básicos. En la localidad de Adra, en un sector controlado por el gobierno de Damasco en el norte del enclave rebelde, unas 3.000 personas fueron instaladas en una escuela, en donde aún se ven los impactos de balas. Los civiles recibieron agua y alimentos.

Pero no todos tienen techo, algunos durmieron el jueves en el patio con sólo frazadas para protegerse. “Tuvimos 27 días de terror, con miedo, con bombardeos”, explicó Yasin, de 35 años, operario agrícola oriundo de Hamuriya. “Quiero regularizar mi situación, trabajar y alimentar a mi familia, no necesito que me den para comer”, dice el hombre padre de cuatro. “Perdimos siete años de vida. ¡Queremos volver a empezar de cero!”.

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