“El fantasma” del básquetbol concepcionero

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Entre la felicidad que pasé y estoy pasando, tengo un hecho que forma parte de mi vida, cual es el haber conocido a una excelente e incomparable persona, sencilla, sincera y fiel amigo, cuyo nombre no puedo omitir, por lo que voy a expresar más adelante, y por tratarse de un “prócer viviente del deporte concepcionero”. Es el señor Diego Larriera.

Está atravesando un momento difícil, aquejado de una enfermedad, que con los buenos profesionales y la ayuda de nuestro Señor confío en que volverá a la normalidad. Diego, “la fe mueve montañas”, y tú eres una montaña viviente.

Esta “señera, histórica y egregia figura” del deporte concepcionero a través de una de las prácticas físicas deportivas más hermosas y completas (después de la natación), como es el básquetbol, marcó época en nuestra querida Concepción, constituyéndose dentro de la cancha determinante en los resultados de los partidos, llegando a ser un jugador que dejó huellas muy profundas e imperecederas, digno de ser ejemplo para todos los deportistas; goleador nato con personalidad arrolladora, siempre desequilibrante, pues poseía un dominio casi absoluto sobre su físico, al que imprimía una velocidad, flexibilidad y juego de cintura extraordinario que solo tienen los “fuera de serie”, razón por la cual un periodista deportivo, no menos famoso que él, en su profesión, le puso cual si fuera con “sello de oro y eterno” el sobrenombre de “el fantasma”, pregúntenle a los encarnacenos y pilarenses (acérrimos rivales) por qué; porque si bien se le veía, era incontrolable cuando arrancaba con sus zancadas de canguro desde la media cancha, donde empezaba a serpentear como anguila recién sacada del río, siendo casi imposible marcarlo, de no ser con una brusca y descalificadora falta técnica; era el artífice principal de todos los “contraataques” de la gloriosa y respetada “banda roja”; casi siempre burlaba la marcación que muchas veces la hacían en bloque, 2 o más rivales; y ahí es cuando se produce algo más extraordinario todavía, porque llegando a la bomba de juego del rival tenía reservado un súper juego individual, único para mí, cual era el de elevarse haciendo la famosa “bandeja” hacia el cesto, donde siempre se encontraba con defensores mucho más corpulentos que él, pero “el fantasma” los superaba fácilmente con su felino y raro salto con un pequeño retroceso y peculiar estilo de llevar la pelota sobre la cabeza con su prodigiosa mano izquierda (zurdo), levemente para atrás, casi tocando la nuca, que le permitía tener un ángulo de tiro muy difícil de ser contrarrestado por el rival, por cuyo efecto superaba fácilmente con su 1,82/5 a los jugadores de casi o más de 2 metros.

Hago partícipe de este merecido homenaje a todos mis ex compañeros dirigentes con quienes escribimos parte de las páginas de gloria del básquetbol concepcionero.

Heraldo Rojas

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