¿La ciudad de la furia?

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Tal vez la más gótica de las canciones de Cerati expresa de alguna manera lo que nuestras ciudades representan en los últimos años: ciudades de furia. Las muertes por violencia pueden considerarse el nuevo escenario bélico de nuestro país: hombres, mujeres y niños muertos de manera hasta escalofriante, como nunca hemos pensado que sucedería en nuestro país. Hasta los escenarios deportivos se han convertido en trincheras. Hemos logrado más muertes en la calma de la paz que en las tormentas de la guerra.

En la actualidad hablamos de un proceso singular, que se refiere a la violencia delincuencial y urbana. Se trata de una violencia distinta: la violencia social, que tiene su campo privilegiado de acción en las ciudades y, sobre todo, en las zonas más segregadas y excluidas. La clase media sufre la delincuencia, pero quienes verdaderamente padecen la violencia y, en particular, la más intensa o letal, son los pobres, víctimas y victimarios en este proceso. La exclusión laboral y la educativa son factores de gran relevancia para el crecimiento del flagelo. La falta de educación que prepare y capacite y un empleo seguro son el caldo de cultivo para que jóvenes y adultos adopten la modalidad delincuencial.

Otro aspecto a destacar es la homogeneización de las expectativas de los individuos de los más distintos niveles sociales y capacidad adquisitiva, los cuales entran en contacto con un conjunto de bienes, servicios y estilos de vida que muchos antes no podían conocer o imaginar. Esto ocurre al mismo tiempo que se interrumpen el crecimiento económico y las posibilidades de mejoría social y se produce un abismo entre lo que se aspira como calidad de vida y las posibilidades reales de alcanzarlo. Esta disonancia que se le crea al individuo entre sus expectativas y la incapacidad de satisfacerlas por los medios establecidos por la sociedad y la ley, es un propiciador de la violencia, al incentivar el delito como un medio de obtener por la fuerza lo que no es posible lograr por vías formales.

Por otro lado, la difusión de armas de fuego ligeras entre la población y el acceso inmediato a las drogas a través del microtráfico han convertido a nuestras ciudades en verdaderos lugares de furia, donde los verdugos son jóvenes, casi niños, que mantienen en zozobra a la población. La cultura de la ilegalidad, donde lo importante es llegar al fin sin importar los medios, sumada a una cultura mafiosa de obtención fácil y con el mínimo esfuerzo, posibilitó la instalación del crimen.

¿Cuál es el camino? De manera urgente el Estado debe elaborar y consolidar políticas públicas que en corto, mediano y largo plazo le permitan controlar, prevenir, reprimir y sancionar el delito. Movilizar a los ciudadanos y fuerzas vivas y organizadas de la sociedad para que conjuntamente derroten la delincuencia y la violencia, no sin antes una judicialización efectiva. Urge reformar algunos apartados del Código de Procedimiento Penal y del Código del Menor para garantizar la seguridad de las personas que aún creen que las leyes son las que deben ordenar la vida ciudadana. La educación no puede estar ajena.

Isabel Ortiz

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