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En nuestro país tenemos un problemón en cuestiones electorales vinculadas a la política nacional. El dinero ha envenenado a los partidos políticos de todos los colores e ideologías, a sus referentes más importantes y a los ciudadanos en general. No hemos comprendido aún que la plata ha infectado los mecanismos para el acceso al poder y su permanencia en él, con los daños que esa enfermedad contagiosa produce.
Sin fortuna no se puede competir sanamente y con posibilidades de éxito, más si la misma proviene de las actividades ilegales como el narcotráfico, el armatráfico, el contrabando, el prevaricato, las sobrefacturaciones en las obras públicas o cualquier otro tipo de delitos similares y conexos.
Financistas y funcionarios disfrutan juntos en los mejores y más prestigiosos clubes sociales del país, veladas sociales y competencias deportivas, sin que a nadie le conmueva un poquitín siquiera. Muchos de ellos son los mismos que engañan a la gente, con conmovedores discursos realizados en eventos de interés público, censurando la corrupción imperante.
Todos sabemos, aunque los gobernantes de turno nos quieran convencer de lo contrario, que las actividades delictuosas, públicas, privadas o mixtas, antes que retroceder por la eficaz acción del Estado, se incrementan por la impunidad existente, aumentando consecuentemente los potenciales financistas de postulantes a cargos gubernamentales.
Solo es cuestión de observar lo que ocurre nacionalmente y en otros países del mundo; los alquileres de los partidos políticos a privados millonarios son directamente proporcionales al crecimiento de las actividades punibles. No hace falta ser un idóneo planificador para sacar esa conclusión.
Vista la cosa desde ese elemental punto de vista, estamos y seguiremos habitando en el horno como dirían los rioplatenses. Lamentablemente, la irreflexión es nuestro supremo dictador, que al parecer continuará por mucho tiempo, y lo que es peor, se irá desarrollando.
Aníbal Reinaldo Pangrazio