Curupayty vista desde la estrategia militar

La historiadora e investigadora Noelia Quintana Villasboa realizó un análisis detallado desde el punto de vista militar y la estrategia usada en la Batalla de Curupayty, que hoy conmemora su 150 aniversario.

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Quintana Villasboa* analizó los documentos de este episodio de la Guerra de la Triple Alianza. En base a estos archivos realizó este análisis.

El ejército aliado se encontraba posicionado en Curuzú y Tuyutí.

El II Cuerpo de Ejército Brasileño, al mando de Porto Alegre, fue embarcado en la madrugada del 2 de setiembre y fue desembarcado ese mismo día a las 13:00; a 2.500 metros al sur de Curuzú, para participar en la batalla de ese lugar. Después de la conquista de Curuzú, permaneció allí, pidió refuerzos y se aferró al terreno defensivamente.

Permaneció frente a Curuzú desde el 1 de Setiembre habiendo sido reforzada con otras nuevas unidades, tales como los acorazados Limas e Barros y Río de Janeiro, Cañoneras: Pedro Alfonso y Forte de Coimbra. A veces remontaba el río para bombardear Curupayty, pero siempre con resultado negativo.

Se hallaba posicionado en la extensión de la línea del Cuadrilátero, cuya parte extrema eran Curupayty, Sauce, Angulo y Humaitá.

Escuadra paraguaya: a pesar de contar con algunos barcos de transportes y chatas artilladas tenía el dominio del río Paraguay de Curupayty para arriba.

Cuartel General: En Paso Pucú, López tenía reunido 16.000 hombres como reserva con el fin de disponer de ella contra cualquier maniobra en retaguardia o hacia otra dirección.

Mientras los aliados esperaban más refuerzos para atacar Curupayty, que bien fácilmente hubiera conquistado, López aprovechó el interregno y ordenó la ejecución inmediata de los trabajos para fortificarlo convenientemente, después de haberse delineado las fortificaciones conforme al plano trazado por el mayor Ing. George Thompson.

Desde los comienzos de la obra, hasta su terminación -3 al 21 de setiembre- todos los 5.000 hombres que guarnecían el puesto, se entregaron sin descanso a la tarea de forjar la colosal defensa en un tiempo mínimo. Para el efecto fueron empleados tres turnos diarios, correspondiendo a cada uno ocho horas de trabajo, conforme a la disposición siguiente: mientras un turno se hallaba en descanso, otro empuñaba los elementos de zapa y el tercero para cubrir la vigilancia de la posición. De este modo, la fortificación surgió maravillosamente y culminó con todo acierto el 21 de setiembre por la tarde.

Seguidamente el general Eduvigis Díaz se presentó al Mariscal López en el Cuartel General de Paso Pucú para darle el parte correspondiente. López dio órdenes al Ing. Thompson para que verificara la obra, este informó “que la posición es fortísima y podría ser defendida con ventajas”. Entonces el General Díaz dijo a López “si todo el ejército aliado le trajese el ataque, todo él quedará sepultado al pie de la trinchera”.

Las tropas de las tres armas que defendían el fuerte estuvieron compuestas y distribuidas de la siguiente manera: la infantería con el Batallón 4, al mando del Capitán Insaurralde, en el ala derecha, en el ángulo sobre el río Paraguay, el 36 al mando del Mayor Fernández, el 38 al mando del Mayor Escurra, el 27 al mando del Mayor Juan González, el 9 al mando del Mayor Olmedo, el 7 al mando del teniente coronel Luis González y el 40 al mando del Mayor Duarte.

El ala izquierda: estaba ocupada por la división de Caballería, comandada por el Capitán Bernardino Caballero y compuesta de los regimientos 6, 9 y 36, al mando de los capitanes Caballero, Peralta y Avalos, respectivamente.

La batería, sobre la costa del río hasta el ángulo estaba a cargo del Capitán de Marina Domingo Ortiz y el Mayor Albertano Zayas.

En la línea sobre el frente enemigo, las baterías estaban comandadas: a la derecha, por el capitán de Artillería Adolfo Saguier, y la de la izquierda por el mayor Pedro Hermosa.

El General Díaz fue el jefe de la Defensa, y mandaba una fuerza de 3.000 hombres de las tres armas.

La trinchera tenía 2.000 metros de extensión, con un foso de cuatro metros de ancho por dos de profundidad, más un muro de dos metros de alto, improvisada en 19 días, en un terreno lleno de obstáculos y dificultades. El borde exterior del foso no estaba al nivel del campo de batalla, estaba mucho más alto, de tal manera que a lo largo del frente de la trinchera, el terreno presentaba un plano pronunciadamente inclinado, de unos 600 metros de ancho. Y este era otro elemento de defensa bien calculado.

La escuadra brasileña con sus 22 barcos y sus 101 piezas de artillería, iniciaba la acción con un intenso bombardeo desde distancias que escapaban al alcance de nuestros cañones. Estos bombardeos obligaron a los defensores de las líneas adelantadas a evacuarlas y ocupar las posiciones principales. Con intensión de forzar el paso y bombardear la retaguardia paraguaya, los acorazados “Barroso”, “Brasil” y “Tamandaré“ , remontaron el río a medio día, pero no lograron su objetivo. Después del medio día el almirante Tamandaré dio señales a sus tropas terrestres y estas entonces transportaron su fuego del frente de Curupayty sobre la batería ubicada en la costa.

Las dos columnas del centro entraron seguidamente en acción, llevando el esfuerzo principal del ataque. Venían uniformados de gala y al toque del clarín. A pesar de ser batidas desde que iniciaron su avance y de haber tropezado en su progresión contra un terreno cubierto de agua y carrizales, estas dos columnas llegaron hasta las posiciones avanzadas que habían abandonado los paraguayos. Entre tanto, las columnas de ambos flancos alcanzaron también las líneas avanzadas paraguayas. Aquí se reorganizaron bajo el fuego de la defensa y coordinaron su avance con las del centro para lanzarse al asalto sobre la línea principal de resistencia.

Pero aquí, la segunda columna sufrió un inconveniente en la prosecución de su dirección de ataque y es que en su frente una línea de abatises y una laguna le obligaron a cambiar de rumbo, desplazándose oblicuamente hacia la izquierda, en busca de un mejor terreno. Mientras se efectuaba este movimiento, ya muy cerca de las trincheras de Curupayty, los defensores, con sus fuegos de artillería y de infantería, causaron grandes estragos en las filas de esta columna que, no queriendo cambiar de dirección ante los obstáculos interpuestos, sufrió las consecuencias de un terrible y prolongado fuego de los defensores, que les causó muchísimas bajas.

Pero, a pesar de todo, los aliados se lanzaron al asalto, consiguiendo alcanzar las estribaciones de la línea principal de resistencia, perecieron todos los que hasta allí llegaron. Remolineadas las columnas, ya destrozadas por el fuego intenso y continuado de los defensores; los aliados reforzando sus efectivos (los argentinos por los batallones 9 y 12 de líneas y 3 de Entre Ríos, del 11 Cuerpo de Ejército Argentino, y los brasileros por 6 cuerpos de caballería, desmontada, los batallones 8, 20, 46 de Voluntarios de la Patria, La Legión) aún con estos refuerzos apenas si consiguieron dar dos arremetidas más a la posición de Curupayty.

Pero todo fue en vano porque los defensores, imperturbables, heroicos y bravíos con las descargas de sus armas producían una verdadera hecatombe en las filas enemigas, soportaron hasta las 16:00. A esa hora el general Bartolomé Mitre, viendo que todo esfuerzo sería estéril, resolvió abandonar el campo de batalla, siendo protegidos los sobrevivientes en su retirada con el fuego de artillería y la fusilería de las unidades de reserva y de la escuadra, la que se retiró también a las alturas de Curuzú, línea que volvieron a ocupar los atacantes de Curupayty, después de un descalabro.

La batalla tuvo una duración de casi diez horas continuadas. Las bajas de los aliados fueron: 2.050 argentinos y 2.000 brasileros. Las bajas paraguayas: 92, entre muertos y heridos. Según Thompson, la escuadra lanzó cinco mil bombas y los paraguayos lanzaron como 7.000 tiros de cañón.

Cabe significar las discrepancias de opiniones habidas sobre la posible persecución de nuestras tropas sobre las derrotadas de los aliados en Curupayty. Según Juan C. Centurión, el general Díaz quiso hacer perseguir con su caballería al enemigo, pero el Mariscal se lo prohibió terminantemente (memorias de Centurión, Tomo II pág., 222).

Si bien es cierto que las columnas atacantes del enemigo se hallaban completamente destrozadas y desmoralizadas. No obstante, de haberse efectuado el contraataque, al salir de las trincheras nuestras tropas serían tomadas por tiros de flancos y en profundidad por la escuadra brasileña que batiría en toda su extensión el frente de Curupayty. Además los aliados contaban todavía con 15.000 hombres con sus reservas intactas, como también la caballería de Tuyutí al mando de Flores, y el 1er. Cuerpo de Ejército brasileño al mando de Polydoro, que actuarían inmediatamente al lugar. Por tanto, toda acción fuera de las posiciones hubiera sido fatal para nuestras tropas.

La victoria de esa gran batalla la más famosa librada sobre el suelo americano hasta hoy, quedó plasmada en el calendario épico de las glorias de nuestra historia, ninguna fecha tiene tanta fuerza evocadora para el sentimiento patriótico de los paraguayos como aquellos que señala la victoria de Curupayty. Así en este nuevo aniversario, recordemos uno de los momentos más difíciles de la vida política, evoquemos sin recelo la memoria de Díaz, para emular su optimismo, su sinceridad que se vio plasmada en un gran triunfo en aquel memorable día del 22 de setiembre de 1866.

 

*Noelia Quintana Villasboa es historiadora y docente investigadora. Imparte cátedras en la carrera de Historia de la Universidad Nacional de Asunción y la Universidad del Norte. Es especialista en Educación Superior. Se especializó en Filosofía en Atenas, Grecia. Escribió libros como “Las Residentas. El rol de la mujer paraguaya en la Guerra Grande” y “Patricio Escobar. Memorias de la Guerra de la Triple Alianza”.

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