La casa nueva, para el agua

La prioridad era tener una casa antes que continuar los estudios porque había de por medio un hijo. Con esfuerzo, en tres años, logró el sueño de tener un techo, pero a los 15 días de vivir en su hogar, el río la obligó a salir con su niño a cuestas.

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Belén Villaba tiene 23 años, es madre de un niño de un año y 11 meses que duerme sobre una cama tipo sommier dentro de la pieza de terciada y chapa que fue montada por unos muchachos a quienes ella les pagó para que le hagan el trabajo, ya que está sola con su comadre.

El refugio (la pieza) está dentro del predio de la Primera División de las Fuerzas Armadas en Sajonia, donde hasta el pasado viernes eran 1.209 las familias refugiadas del agua, entre ellas Belén, quien al momento de la visita preparaba un cocido en el brasero, una de las pocas cosas que pudo llevar consigo.

“Demasiado me piché”, fue la expresión más natural, resignada y triste cuando cuenta que se instaló un día antes en esa pieza, después de que durante tres años se dedicara a trabajar para -con ayuda del padre de su hijo- construir una casita en el Bañado Norte.

“En los materiales y con mano de obra solamente hay cincuenta (millones de guaraníes), en tres años terminé mi casa y no queríamos salir. Tenía que darle primero a mi hijo para su casa, para dejarle en la casa y después salir a estudiar”, explica.

Ahora, la casa recién terminada y a la que ella entró a vivir el 12 de abril es ocupada por el agua, un inquilino que no prevé dar marcha atrás por el momento, y por eso ella pregunta si el Gobierno puede pagar por las casas y en ese caso ella está decidida a “mandarse mudar con su hijo” a otro lugar.

Mientras tanto, el Gobierno está sumergido en un mar de necesidades más bien paliativas porque en cuento a planificación “el país está atrasado”, según dijo el propio ministro de la Secretaría Técnica de Planificación, José Molinas.

Belén se dedica a vender cosméticos todo el año y durante el verano ayuda la venta de helados, pero ahora mismo depende del padre de su hijo, porque al entrar al refugio ya no se puede salir, por el peligro constante de los robos.

El problema de los robos es un denominador común, al menos según lo expresaron varios pobladores en diversos refugios que recorrimos el viernes pasado.

Otro factor importante en los refugios es que falta atención médica y entrega de medicamentos. En algunos lugares, como en la Primera División, estuvieron atendiendo médicos el jueves pasado, pero no hubo remedios, cuenta Belén, cuyo hijo está engripado.

En otros, como el refugio montado en Sajonia en un terreno del Ministerio de Defensa, no llegaron ni los doctores, ni los remedios ni la comida.

También hacen falta más baños para los refugiados en los lugares donde se instalaron temporalmente. En la mayoría de los sitios, los pobladores afectados pudieron entrar mediante un contrato, en el cual se comprometen a salir cuando el agua retroceda.

Belén dice que ésta es la segunda vez que le toca salir: como la mayoría de la gente damnificada, ya fue afectada por la crecida del cauce hídrico en otra ocasión. Su madre y sus cuatro hermanos, todos ya con familia propia, también andan desperdigados en piezas de terciada a lo largo y ancho del predio militar.

Para ella, como para los demás, solo queda esperar soluciones a largo plazo, y ese plazo puede llevar muchos años, más de un gobierno y quizás alguna otra crecida.

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