Odisea de vivir bajo agua

Pobladores del barrio Santa Ana han visto cómo, desde hace varios días, el agua ha tomado las calles y sus casas. Vecinos que viven a unos 2.000 metros del cauce del río Paraguay han tenido que abandonar sus hogares para buscar una zona segura.

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El movimiento en el barrio Santa Ana es incesante. Todo tipo de vehículo es útil para tratar de salvar las pertenencias del agua.

Una tras otra, las motocargas aparecen vacías o llenas; dependiendo de qué dirección siguieran.

Su capacidad para transportar cargas importantes y avanzar por las calles inundadas las convierten en el principal medio de transporte para tratar de ayudar a los vecinos.

“¡ABC, ABC! Acá estamos”, nos dice un pequeño grupo de adolescentes apenas nos ven llegar. Pese a la situación dramática por la que atraviesan, han conseguido mantener el buen humor y con la llegada del equipo de prensa piden salir en alguna foto o tal vez en las imágenes captadas por el camarógrafo.

“¿A cuánto estamos del río?”, preguntamos a un grupo de hombres que conversan a la entrada de la parada de la línea 18.2. “Estamos a unos dos mil metros por lo menos”, nos contestan. A veinte cuadras de distancia de su cauce normal, las aguas han tomado calles y casas.

El agua ha cubierto de tal manera las calles que nos vemos obligados a dejar el vehículo pues la profundidad y el pésimo estado del empedrado nos hacen dudar de la capacidad de avanzar mucho. Había que seguir a pie, por lo menos hasta donde se pudiera.

Apenas bajamos, una joven mujer se cruza con nosotros. Camina descalza, a paso acelerado.

Pasaron apenas fracciones de segundo cuando desapareció de nuestra vista. Se había escabullido por un angosto pasillo por donde atraviesa un canal de agua rebasado y la tierra para caminar es muy inestable. El riesgo de caer y terminar empapado era inminente.

Seguimos algunos metros y nos encontramos con la muestra más cruda de la situación en la que viven los vecinos del barrio.

Una pequeña casa de material, constituida como máximo por dos o tres habitaciones, se encuentra completamente rodeada por el agua que ya ha tomado todo el resto del terreno, trayendo consigo una gran cantidad de basura.

En el lugar ya no queda nadie. Sus habitantes partieron horas antes llevando algunas de sus pertenencias para tratar de buscar algún tipo de refugio en una zona seca, por lo menos hasta que el agua vuelva a bajar.

Volvemos a encontrarnos con la mujer que habíamos visto antes. Vive en un terreno contiguo a la casa abandonada recientemente. Había dejado sus zapatillas frente al portón de su domicilio para poder caminar por el agua sin el riesgo de perderlas.

Ahora carga con una mesa y otras pertenencias. “Ahora estamos llevando nuestras cosas”, afirma y continúa su camino. Le pedimos que nos permitiera hacerle algunas preguntas, pero dice que prefiere no hablar.

Regresamos a la calle.

Algunos metros más adelante, un hombre ya de avanzada edad camina por el agua con cierta dificultad. Sus piernas evidencian el paso del tiempo, sin embargo consiguen aún abrirse paso con un poco de esfuerzo.

Mientras tratamos de llegar al hombre, una vecina nos intercepta. “Acá hay gente que recibe ayuda solo si está afiliada a algún partido político”, señala tajante. Tratamos de averiguar un poco más, pero prefirió mantener el silencio y el anonimato para evitar posibles represalias cuando le toque el momento de mudarse.

Luego de algunos segundos, nos encontramos a mitad de camino con el hombre. Su nombre es Alejandrino Duarte, tiene 60 años, de los cuales los últimos 15 los ha vivido en la zona.

En su pequeña casa, lo acompañan su esposa, su hija y algunas mascotas. Cuando conversamos con él, el agua llevaba ya dos días inundando su propiedad. “Estoy sacando de a poco mis bienes más preciados”, relata.

Don Alejandrino ha tenido que recurrir a algunos conocidos para trasladar sus cosas a una casa en Barrio Obrero, lejos del agua que amenaza con seguir avanzando durante algunos días más.

“No es que tan bruscamente vino el agua. Eso sí, está creciendo despacio. Despacio, pero crece”, afirma.

Con su familia, ya están preparados para mudarse y reconoce que hasta el momento no le ha llegado la tan mentada ayuda estatal. “La verdad que no, pero por lo menos hay gente que está más marginada hacia el fondo y ya les está llegando”, asegura.

El sexagenario prefiere mantenerse al margen y cuando le consultamos si sabía sobre beneficios para los afiliados al Partido Colorado, manifiesta: “Para qué yo voy a opinar de eso, no estoy tan al tanto”.

Le dejamos seguir con su camino.

Un niño desafía a la gravedad, saltando sobre algunas piedras para tratar de evitar pisar el agua. Otros, ya resignados, deciden circular por la calle y mojarse pese a que la temperatura va bajando al tiempo que el sol se va ocultando.

De contramano con la mayoría, una mujer de edad se dirige hacia la zona en la que el agua se ha apoderado de la calle. Se trata de Rosa Flores, de 56 años, 25 de ellos viviendo en el barrio.

Hace unas dos semanas, personas que dijeron ser de la Municipalidad vinieron hasta el lugar, pidieron datos y fotocopias de cédula con la promesa de que en poco tiempo llegaría la ayuda.

Ayuda que hasta el momento no han recibido, según doña Rosa. “A mí me dijeron que me iban a dar los materiales para que me pueda ubicar en la zona de 21 (proyectadas). Ahora ya estoy casi en el agua y no hay un material de los que nos tenían que dar”, relata.

Siguiendo los pasos señalados, la mujer fue hasta el lugar indicado a altas horas de la noche como tantos otros pobladores. Le dijeron que debía estar para las 23:00, pero el reloj seguía marchando y ya eran las 02:00 y seguía sin recibir nada.

Así fue durante varios días. Recuerda que en aquellas oportunidades tuvo que volver caminando a su casa sola, con los riesgos que ello implica.

“No es el caso, nos juegan demasiado. Tenés que andar todo el día para conseguir. Ya es el colmo que tanto se le juegue a la gente de esa manera”, señala con un dejo de indignación en su voz.

Si bien el agua no ha tomado del todo su casa, la preocupación aumenta a medida que pasan los días y la corriente va ganando espacio.

Flores no duda cuando se le pregunta si se prioriza a los “correlí” a la hora de la repartija de la ayuda. “Por el voto”, asegura.

“Antes de que el agua subiera, rápido venían, pedían votos y ahora que estamos así ninguno de los políticos aparece”, agrega.

“Cartes es el que está por fundir todo a la gente. Dicen que no quiere más que vengamos acá después de esta inundación, va a vender toda nuestra casa, nuestro terrenitos. No es el caso”, sentencia.

En su casa viven siete personas. Ella, se encuentra principalmente preocupada por sus nietos, que no pasan de los siete años. Hasta el momento no se han enfermado como consecuencia de la situación porque “uno así aunque sea sobre la mesa o sobre la cama le pone a las criaturas”.

Los niños han dejado de asistir a la escuela y a sus clases de refuerzo como consecuencia del agua.

Junto a su familia, ya instaló una pequeña vivienda temporal que consiste básicamente en cuatro pedazos de madera para tratar de cubrirse del frío. Sus pertenencias continúan aún en su casa, a la espera de una forma para tratar de sacarlas.

En la parada del 18.2 recuerdan que con la crecida del '83, el agua llegó a cubrir el techo de una pequeña oficina en el lugar. “Nosotros dentro de poco también vamos a tener que salir”, expresan algunos trabajadores de la empresa.

Un niño avanza lentamente caminando por el agua, mientras se dirige a ayudar a quienes siguen tratando de salvar sus pertenencias.

Como en días anteriores, los vecinos anuncian que seguirán mudándose aunque les lleve toda la noche.

Fotos: David Quiroga, Juan Carlos Lezcano - ABC Color.

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