Infinitud de la tontería

De acuerdo a gente como Cicerón, Gracián y algunos pensadores orientales, la tontería y la estupidez no tienen límites conocidos. “La cantidad de estultos es infinita” avisaba ya el Eclesiastés.

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Einstein (1879-1955) afirmaba que solamente había dos cosas infinitas, el universo y la tontería humana, subiendo a caballo de una idea ya expuesta por Renan (1823-1892) en estos términos: “La estupidez humana es la única cosa que nos da una idea del infinito”. Agreguemos a La Fontaine (1621-1625): “Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda”.

Una tontería política de moda consiste en creer que cualquier gobierno, por el solo hecho de serlo, es capaz de resolver todo. Dio origen a un lugar común: “voluntad política”, fundado en la mítica omnipotencia del príncipe. Cuando escuchamos “no hay voluntad política” debemos entender es algo como “Lo que pasa es que el presidente no quiere solucionar el problema”.

La ingenuidad es la institutriz de la estupidez. Forma parte importante de la ingenuidad creer que el gobernante siempre sabe lo que hay que hacer, que nunca enfrenta obstáculos insuperables y que, con su equipo, navegan en la misma dirección e invariablemente están de acuerdo en sus opiniones. Así pues, la “voluntad política” es una entidad fantástica operando sobre una sociedad concreta, inerme y pasiva.

El ejercicio del gobierno encara tareas que se pueden cumplir y otras que no. A veces el gobernante se propone actuar y fracasa; otras veces permanece inactivo o indiferente pero alguien más hace la tarea, de todos modos. Desde luego, no se soslayan los casos en que la autoridad política puede pero no desea resolver un problema. En nuestro país es común que, aun dándose la famosa voluntad política, no haya alguien capaz de convertirla en acción eficaz. Lo que llamaremos la “tabyrocracia”.

Todavía hay mucha gente ingenua que cree que nuestros problemas pueden ser resueltos con solo proponérnoslo. De hecho, este mito es el caracú de los libros de autoayuda. Esto se conoce como “voluntarismo”, una ficción irracional que suele expresarse en conocidos dichos como: “Tu lo puedes”; “Todo lo que se quiere, se puede alcanzar”; “El que se propone, llega”, etc., etc. Si es para uso político, hay otra fantasía: “la voluntad de las masas populares”. El optimismo de papel que genera el voluntarismo pueril encanta a muchos. A tantos, que la publicidad comercial la convirtió en uno de sus sonsonetes preferidos (“just do it”), empleándolo con centenares de variantes retóricas y visuales.

Del ámbito de esta mentalidad proviene la típica actitud de los candidatos en campaña electoral, que se presentan ante el electorado con máscaras de superman. Ellos ven y comprenden íntegramente los problemas del país, se declaran llamados a repararlos, completarlos, remediarlos o suprimirlos. A veces, como cuando Cartes asumió, aseguran llegar al poder comandando una “selección nacional” de supermanes. Aunque después, la selección no clasifica porque algunos jugadores no dan pie con bola, otros se retiran lesionados, son transferidos o reemplazados. Algunos seleccionados de Cartes fueron sorprendidos por pelotazos que los tomaron a contrapierna, mientras otros marcaron golazos contra su propia valla cambiándole el palo al arquero. El elector paraguayo queda extasiado ante las mismas promesas que hace un lustro. Jamás preguntó a un candidato “¿Por qué ya no lo hizo? ¿Cómo lo va a hacer? ¿En cuánto tiempo? ¿Quién lo va a pagar?

La ventaja que tenemos en nuestra política, es que, si nos ponemos lo suficientemente circunspectos, podemos decir tonterías sin que la mayoría lo note.

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