Date un viajecito por Areguá para disfrutar de su estilo colonial y naturaleza

Una caminata para apreciar casas antiguas, una mirada a los objetos de artesanía y la visita a un cerro son los atractivos que ofrece Areguá. La ciudad combina el estilo colonial con la naturaleza y es una buena opción para vivir una tarde de relajación.

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Si querés cambiar el asfalto, el caótico tránsito y los modernos edificios por un lugar donde el tiempo parece haberse detenido y se respira un aire de libertad, debés visitar Areguá. Esta ciudad se encuentra a menos de 30 kilómetros de la capital; en el centro del pueblo, se pueden apreciar las calles angostas, las casas antiguas con largos corredores, la vegetación y los puestos de artesanía donde se ofrecen bellos y coloridos objetos.

Areguá, además, es conocida como la capital de la frutilla. Entre los meses de julio y setiembre, se suele realizar una feria donde las familias de la zona venden diversas comidas hechas a base de esta fruta. Helados, tortas, mermeladas y hasta empanadas conforman el menú que deleita a los visitantes que se sienten atraídos por la dulzura de la frutilla.

Llegar a Areguá y caminar hasta la iglesia de la Calendaria no es tarea fácil, pues uno debe enfrentarse a una gran arribada para alcanzar el lugar. Sin embargo, vale la pena encontrarse allí y apreciar el hermoso templo de estilo colonial. También es posible sentarse en la colina y, en compañía del tereré, admirar la vista del lago Ypacaraí.

Si te encantan las historias de la Edad Media y tenés ganas de ver algún castillo, en Areguá existe la oportunidad de ver uno: el de Carlota Palmerola. El lugar fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación y, actualmente, está bajo el cuidado de las hermanas Dominicas. Allí podrás ver muebles, utensilios y fotografías que pertenecieron a la familia Palmerola.

Un atractivo natural de Areguá es el cerro Kõi, que se caracteriza por las piedras rojizas y geométricas que lo conforman. El lugar fue declarado “Monumento natural” en 1993.

Como estamos en la época en la que armamos nuestros pesebres, no estaría mal aprovechar la visita a esta ciudad para renovar las figuras de barro. También podemos comprar algún chiche de cerámica para adornar la sala de casa o el jardín, regalar a mamá una plantera nueva a fin de reemplazar la que rompimos u obsequiar una alcancía a nuestro hermanito.

Un poco antes de llegar a la playa municipal, se encuentra la estación de tren; allí se puede apreciar un vagón en el que unos artistas plasmaron su imaginación a través de grafitis. Con el cielo azul que nos ofrecen los días de verano, el césped y el colorido del lugar, las fotos no pueden faltar. Aunque el agua del Ypacaraí esté contaminada, podés terminar tu recorrido a orillas del lago a fin de observar la despedida del sol.

Por Viviana Cáceres (20 años)

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