Un amigo fiel, con patitas inquietas, cambia la vida de un niño no vidente

Esta es una historia de ficción: Lucas, un niño no vidente que siempre tenía una carita triste, pensaba “cómo será el brillo del sol y la hermosura de una rosa”. Don José, papá del pequeño, con una peluda sorpresa, logró que su hijo vuelva a ser feliz.

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“Hoy, un hermoso atardecer adorna la ciudad, che ra'y; la vista es muy bonita porque nos regala el milagro de la naturaleza y muchos bellos colores. Los verdosos árboles están firmes transmitiendo plenitud, hijo”, describe, con un suspiro, don José a su pequeño no vidente.

Lucas es un niño con espíritu armonioso y débil a la vez. Él lleva un dolor en su interior: no se queja ni reclama, pero no puede evitar sentir una curiosidad que pareciera que nunca se va saciar, pues como dice su canción favorita: “No sé qué es un color, no entiendo las formas que hay en mi alrededor; la oscuridad, por siempre, mi compañera será, solo me queda no dejar de intentar”.

Don José ha hecho de todo para que la discapacidad visual no sea un impedimento que agote las ganas ni plante la tristeza en el corazón inocente de su hijo. El padre de Luquitas intentó de mil maneras que las risas florezcan más a menudo en su niño, pero la lucha resulta ser muy grande e inexplicable a veces.

Un día como todos, don José vuelve a casa, después del trabajo. La vieja puerta rechina y los pasos se escuchan más cerca; Lucas siente las manos de su papá y, haciendo unos movimientos, se encuentra con una caja inquieta y muy pesada para ser algo normal. La curiosidad y la sorpresa inundan la casa y, entre risas, el niño pregunta: “papá, eru piko cheve peteĩ dinosaurio mba'e?”.

La caja inquieta resultó contener un peludo y amoroso perrito, como lo describió el niño. Antes de que el pequeño sepa de qué se trataba la sorpresa, ya recibió una lamida pegajosa llena de amor e inocencia del cachorrito. “Koa ha'e Max, ko jagua'i ha'eta nde angirurã ”, le dice su papá a Lucas, con una sonrisa sin igual.

A partir de la llegada de Max, los paseos son más divertidos, las noches se sienten bien acompañadas y los días están cargados de aventuras y tonterías que pintan la casa que, antes, parecía estar apagada. Don José, en esos momentos, se dio cuenta de que su mejor decisión fue haber confiado en al amor incondicional de una mascota guía.

Tal vez, Max haya sido entrenado, pero no corría como un loco y mordía los pantalones de Lucas, para que atienda su camino, como si fuera una obligación; el perrito acompaña al chico con amor y fidelidad. El niño, con discapacidad visual, tiene un valor enorme para querer y Max fue el que, con sus traviesas patitas, presionó el botón de la alegría en su familia.

A pesar de que Lucas no conoce la infinitud del cielo ni los bonitos paisajes, siente que el verdadero sentido y color de la vida se encuentran en esos momentos de alegría en los que comparte con su papá y su amigo guía Max.

Por Andrea Parra (18 años)

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