“Marito” debe dar atención prioritaria a la educación

Ahora que estamos en el umbral de un nuevo período gubernamental, es muy oportuno insistir en que una de las primeras tareas –si no la primera– de un buen gobernante tendrá que ser la de mirar hacia la educación general, en particular hacia la de primeras letras. Hay allí demasiados problemas, obstáculos y pérdidas. Si hay un terreno de juego en el que nuestro país pierde todos sus partidos, es precisamente en lo que hace al sistema educacional. En el programa electoral de Gobierno del presidente electo Mario “Marito” Abdo Benítez se formulan muchas promesas con relación a este asunto primordial. Si bien tenemos una vasta y triste experiencia en las promesas incumplidas de nuestros gobernantes, el inicio de un periodo gubernativo siempre despierta esperanzas. No obstante, el esfuerzo no debe ser solamente del Gobierno, sino que los propios docentes y la comunidad educativa en general deben poner todo de su parte y los políticos deben apartar sus sucias garras de este sector fundamental. En este Día del Maestro le decimos a “Marito” que esperamos que dedique una atención prioritaria a lo que escribió en su plataforma de Gobierno sobre la educación, y no sea un embustero más.

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El Día del Maestro suele tener connotaciones emotivas en las escuelas de nuestro país, porque es ocasión de agasajo a los docentes, cuando, siquiera por una vez en el año, se les hace sentir personas queridas y respetadas de la otra parte de la comunidad que conforman los estudiantes, los padres y las madres y las autoridades académicas.

Los docentes son el pivote de la formación de la niñez y la juventud; no está de más repetir esto porque tal carácter los sitúa en el punto más importante del sistema. Hay que cuidar de la salud y fortaleza del cuerpo docente tanto como su función lo requiere, como se cuidan los pilares de la escuela para evitar que se derrumben sobre las aulas. Docentes ineptos, inmorales o negligentes causan daños irreparables en el ser humano, comprometiendo el futuro mismo del país, como todo lo que concierne a la niñez y la juventud.

De ahí que se insista tanto en el cuidado de la educación general como servicio público y como compromiso social. Y, en esto, no nos va bien. Nótese que cuando en el Paraguay se habla de educación formal, entendida como servicio a ser brindado primeramente por el Estado, los calificativos son deprimentes. Sea que se trate de un simple reporte periodístico o de un estudio sociológico o pedagógico, los problemas de nuestro sistema educacional resaltan en todas sus facetas, y alarman a quienes entienden, se preocupan y son patrióticamente sensibles.

Adolecemos de un índice presupuestario inferior a lo recomendado internacionalmente, con relación al PIB, si bien nuestro criterio es que el problema principal radica en las serias carencias en los recursos humanos y el mal uso de los fondos del sector. Pueden agregarse métodos de enseñanza deficientes, contenidos inadecuados, disciplina relajada, sectarización del cuerpo docente, burocratización del funcionariado, y otros males y vicios que en las observaciones e informes se repiten una y otra vez, al paso de las décadas y los Gobiernos. Para peor, si este vistazo se echa sobre las condiciones que reinan en el campo, en el interior del país, lo enumerado se duplica.

Ahora que estamos en el umbral de un nuevo período gubernamental es muy oportuno volver a insistir en que una de las primeras tareas –si no la primera– de un buen gobernante tendrá que ser la de mirar hacia la educación general, en particular hacia la de primeras letras. Hay allí demasiados problemas, obstáculos y pérdidas. Si hay un terreno de juego en el que nuestro país pierde todos sus partidos, es precisamente en lo que hace al sistema educacional.

En el programa electoral de Gobierno del presidente electo Mario “Marito” Abdo Benítez se formulan muchas promesas con relación a este asunto primordial. Se anuncia que la inversión a ser aplicada en el sector va a alcanzar el equivalente al 7% del PIB. Se mejorarán los locales escolares e infraestructuras en general. Se equipararán socialmente las ofertas y oportunidades. Se continuarán concediendo becas, se cooperará con la empresa privada y las universidades, se incorporarán los conocimientos y ventajas de las ciencias y la tecnología, se impartirá educación formal también a los padres, se buscará la excelencia y la equidad en todos los niveles, se incorporará a los niños y jóvenes a la educación cívica y democrática, a los deportes y sus prácticas; en fin, se educará para el trabajo, el progreso y la cultura, sin exclusiones y con la mirada puesta en el futuro.

Sin ánimo de ser escépticos, esta lista de intenciones ya se escribió muchas veces a lo largo de las jornadas electorales anteriores. No ponemos en duda que quienes las prometieron y prometen hayan deseado y deseen también hoy cumplir sus promesas; mas, evidentemente, hay “algo” que siempre les impide, que siempre frustra sus intenciones, que eternamente pincha las ruedas de los vehículos que deberían transportarlas a la realidad, dejándolos varados en el camino de las propuestas frustradas.

¿Por qué estas promesas electorales tan repetidamente formuladas no fueron hasta ahora puestas en práctica más que de una manera mínima? Hay varios motivos que lo explican, sin duda, pero uno descuella sobre todos los demás: la corrupción.

Tómese un solo caso: el del Fondo para la Excelencia de la Educación y la Investigación, que forma parte del Fonacide (creado por la Ley Nº 4758/2012). Desde ese momento, miles de millones de guaraníes se distribuyeron entre 250 municipalidades y 17 gobernaciones departamentales, con el objetivo expreso y excluyente de ser aplicados a gastos de capital, proyectos de infraestructura en educación: construcción, equipamiento de centros educativos, remodelación y otros beneficios conexos. Como se sabe, buena parte de esos fondos fueron desviados hacia los bolsillos de quienes debían ejecutar los proyectos, mediante la sobrefacturación y otras triquiñuelas con que habitualmente se disfrazan las malversaciones.

Así ocurre que, mientras el Ministerio de Hacienda remite miles de millones a los Gobiernos locales para mejorar la infraestructura de sus edificios educacionales, los techos de los mismos caen, sus paredes se rajan y en varios puntos del país acaban siendo las sombras de los árboles las que acogen a los estudiantes desahuciados.

En estos últimos años, el presupuesto concedido al Ministerio de Educación y Ciencias ronda los 900 millones de dólares, de los cuales el 80% se gasta en salarios de los docentes y del funcionariado administrativo de ese ámbito. Esta cifra representa aproximadamente un 3,7% del ingreso bruto del país, porcentaje con el cual tenemos que competir con la región latinoamericana en la que estamos insertos geopolíticamente. Veamos sus cifras: Brasil exhibe en el sector un gasto ligeramente superior al 8% de su PIB; Argentina, 6,2; Bolivia, 6,4; Chile, 4,6 y Uruguay, 4,4.

Si la meta que se propuso el programa electoral de “Marito” con relación a alcanzar el 7% del PIB para inversión en educación pública no queda simplemente pintada en el papel y se hace realidad, se habrá ejecutado una verdadera proeza, un salto cuantitativo y cualitativo que tendrá un indudable impacto en el futuro del Paraguay. No nos dará resultados espectaculares en breve tiempo, por supuesto; hasta es probable que, dentro de cinco años, cuando haya que elegir otro gobierno, todavía no puedan exhibirse los efectos de ese gran paso dado, pero a nadie que sea medianamente inteligente le quedará ninguna duda de que los méritos habrán de ser reconocidos.

No obstante, el esfuerzo no debe ser solamente del Gobierno, sino que los propios docentes y la comunidad educativa en general deben poner todo de su parte. Los maestros y maestras no deben temer a la capacitación para superar el espantoso porcentaje de aplazos que suelen tener ellos mismos en las pruebas de capacitación a que suelen ser sometidos. Por su parte, los políticos deben apartar sus sucias garras de este sector fundamental, y dejar de tener a los docentes como carne de cañón de sus campañas electorales, como ocurrió hasta en las recientes elecciones internas del Partido Colorado.

Si bien tenemos una vasta y triste experiencia en las promesas incumplidas de nuestros gobernantes, el inicio de un periodo gubernativo siempre despierta esperanzas. En este Día del Maestro le decimos a “Marito” que esperamos que dedique una atención prioritaria a lo que escribió en su plataforma de Gobierno sobre la educación, y no sea un embustero más.

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