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La revolucionaria carta pastoral del 12 de junio de 1979 se refería a la situación política, en ese momento, bajo la sanguinaria dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). En ese contexto, los obispos denunciaban las arbitrariedades, como las represiones, las restricciones a las libertades y otras barbaridades que cometía el régimen. En una segunda parte, analizan la administración del Estado, los ídolos de la riqueza, del placer y del poder; y finalmente, el compromiso cristiano.
“De la corrupción pública y privada queremos ocuparnos hoy con más detenimiento”, señalaban los obispos al denunciar los robos y la impunidad, y agregaban que el quiebre de los valores morales, en efecto, atañe directamente a todos y a cada uno de los ciudadanos.
Una respuesta adecuada a esta situación de corrupción pública “exige nuestra conversión personal y el saneamiento de nuestras instituciones públicas y privadas”.
Ídolo de la riqueza
Para los pastores, el ídolo de la riqueza, como valor supremo, exige adoradores incondicionales y sacrificios crueles. Es insaciable y pide ganancias rápidas y suculentas, sin mirar a los medios. “He aquí una primera fuente de corrupción: hay que conseguir dinero de cualquier modo! Somos testigos de toda clase de robos y de fraudes”, afirmaban. Agregaban que la emisión de cheques sin fondos, el contrabando –no solo de hormigas, sino a gran escala– las quiebras fraudulentas no son novedad y ya no escandalizan a nadie, que es lo más grave. Es el trabajo honesto y paciente el que se ha vuelto raro y llama la atención.
Asimismo, criticaban los sueldos de ejecutivos y altos empleados, que han aumentado vertiginosamente, en tantos que otros sectores como los maestros, personal del servicio doméstico, agricultores y los beneméritos de la patria ganaban muy poco. La consecuencia de todo esto es la brecha de la desigualdad económica entre los ricos y los pobres. “Al perder la disciplina del trabajo honesto y subestimar la honradez, hemos llegado a la apología de la ganancia fácil y de la explotación humana”, decían los obispos.
Criticaban a las instituciones encargadas de promover el bienestar por ser responsables de dobles títulos de propiedad y demarcaciones defectuosas.
Al referirse a la situación económica del país en la década del 70, valoraban las grandes obras que han traído indiscutible progreso económico, pero al mismo tiempo lamentaban que este progreso favorezca solo a un pequeño sector. Se preocupaban igualmente por el aumento de hechos delictivos y la impunidad de que gozaban sus autores. Recordaban que el quiebre de valores morales significa la pérdida del horizonte moral.
Rubricaron el documento
Firmaron la carta:
Mons. Ismael Rolón (+).
Mons. Felipe S. Benítez (+).
Mons. Aníbal Maricevich (+).
Mons. Demetrio Aquino (+).
Mons. Carlos Villalba (+).
Mons. Ángel Acha (+).
Mons. Agustín Van Aaken (+).
Mons. Juan Bockwinkel (+).
Mons. Jorge Livieres Banks (+).
Mons. Alejo Ovelar (+).
Mons. Pedro Shaw (+).