“Anche io son con te”

SALAMANCA. Para huir de las noches heladas y nevosas de esta ciudad, programamos con mi hijo, días atrás, quedarnos en casa a ver una película. La elegida fue “El Padrino III” (Coppola, 1990). En este capítulo último, Michael Corleone (Al Pacino) busca limpiar el nombre de la familia y entre los caminos elegidos está el acercarse a la Iglesia. Cuando la vi por primera vez, en los años 90, el enfoque me pareció un tanto fantasioso. Al verla ahora, una o dos semanas antes de conocerse la renuncia del papa Benedicto XVI, más que sorprenderme, me asustó. En aquella primera oportunidad pensé cómo el Vaticano no había hecho ningún reclamo, una protesta, una advertencia a sus seguidores para que no se dejaran engañar por estos episodios. Hoy, si Coppola hubiese escuchado las conjeturas que se realizan en torno a lo que sucede en el interior del centro del catolicismo, hubiera renegado de su obra por ser poco valiente.

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El jueves a la tarde, a las 17:07, canales de televisión de España comenzaron a trasmitir el viaje de Benedicto XVI desde el Vaticano a Castel Gandolfo, el palacio de verano de los papas. Un sitio soberbio mirando al lago Albano en medio de un paisaje verde, frondoso. Con helicópteros que siguieron al que trasladaba al Papa, cedido por el Gobierno italiano, las cámaras acompañaron todo el viaje, unos 28 kilómetros, aproximadamente, que cubrieron en 17 minutos. Cuando vi aparecer el aparato blanco, levantarse por detrás de la gigantesca cúpula de San Pedro, lo primero que se me representó fue la escena inicial de “La Dolce Vita” (Fellini, 1960) en la que un helicóptero traslada una gigantesca imagen de un Cristo con los brazos abiertos en cruz, su sombra se proyecta sobre los edificios y tejados de Roma, mientras en las terrazas jovencitas toman el sol con diminutos bikinis. La frivolidad del mundo y la expulsión de Dios del sitio donde vive el hombre.

Fue una jornada llena de sensaciones extremas, preparada para emocionar incluso a quienes no son cristianos. O, quizá, justamente para emocionar a estos que son a quienes hay que ganar. En la plaza de San Pedro había gente como en las grandes ocasiones, banderas y pancartas. Un niño pequeño, subido a los hombros de su padre, agitaba un cartel más grande que él escrito con letras caseras: “Non sei solo. Anche io sono con te”. (“No estás solo. También yo estoy contigo).

Los ajetreos del día concluyeron con unas breves palabras de Benedicto XVI desde el balcón de Castel Gandolfo a la multitud que llenaba la estrecha y larga Piazza della Libertá, y se hizo el silencio cuando la Guardia Suiza cerró las puertas del castillo y se retiró a las 20:01. Benedicto XVI, que seguirá utilizando este nombre por decisión propia, dejaba de ser papa en ese momento.

Apagados los murmullos, queda la realidad. Posiblemente desde las invasiones de los godos en el año 250 de nuestra era, las de los visigodos, o la flota de Genserico en Ostia, a escasos 30 kilómetros de Roma, o bajo las bombas de la aviación nazi por un lado y los aliados después, quizá nunca haya atravesado Italia un momento más conflictivo que el actual, en el que el país carece de gobierno y el Vaticano, que con mucha frecuencia fue la salvación de los romanos contra las invasiones bárbaras, no tiene inquilino.

Quien ocupe el Quirinal, sede del gobierno civil, y quien ocupe la silla de Pedro se encontrarán con el trabajo ímprobo de tener que enderezar el rumbo del país y de la Iglesia sacudidas ambas instituciones por una ola de corrupción que ya había sorprendido al propio Michael Corleone: “Cuanto más alto subo, mayor es la corrupción que encuentro”. El diario español “El País”, en su edición del viernes, trajo un largo artículo del teólogo Hans Küng, amigo y compañero de Ratzinger en la Universidad de Turingia pero luego siguieron caminos diferentes. Sus ideas progresistas le valieron a Küng una sanción del Vaticano, y la Iglesia, es decir, Ratzinger, le retiró el permiso de enseñar teología en las instituciones católicas. Küng se muestra pesimista. Se pregunta si la Iglesia podría tener su “primavera” como los países árabes que se sacudieron de sangrientas dictaduras. La compara no con Túnez y Egipto, donde se hicieron reformas profundas, sino con la monarquía absoluta de Arabia Saudí. Tanto en una como en otra, dice, “no se han hecho auténticas reformas, sino concesiones sin importancia”. Esto será lo que debemos esperar ver quiénes y, sobre todo, cómo se llevará a cabo el necesario salvamento.

jesus.ruiznestosa@abc.com.py

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