Jefe supremo

Durante la dictadura, las listas de candidatos para las elecciones no eran el problema, ni siquiera el fraude ya que la dictadura en sí misma era un fraude y postularse sin objeción alguna en ese esquema constituía una especie de acto de consentimiento y hasta de complicidad. Lo era, sin duda, la actitud de quienes demostraban complacencia con el dictador y su sistema político excluyente, corrupto y criminal, sin realizar el menor esfuerzo por combatirlo.

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Hoy por hoy el sistema político no es el problema, todo lo contrario, el sistema democrático es el marco propicio para la competencia electoral, sin exclusiones, con participación cívica, electoral y política en igualdad de condiciones, sin jefe supremo ni represalias por ejercer la disidencia o la crítica en ejercicio de las libertades públicas vigentes.

Esto último obviamente es el ideal democrático, y a países como el nuestro cuya población, una parte vivió durante años defendiéndose del estado de terror, de la persecución, el exilio, la tortura, y otra parte vivió justificándolos, les cuesta llegar a ese ideal. Uno de los problemas constituyen las listas de candidatos sin selección de calidad, que resulta en una pésima representación política de una sociedad que nuevamente se manifiesta complaciente y que a su vez se refleja en tomas de decisiones generadoras de actos, estados y actores de corrupción.

Durante la dictadura, el partido de apoyo al régimen se quedaba invariablemente con la mayoría y a quienes se prestaban a hacer el papel de opositores les correspondía el resto. La presidencia si o sí quedaba en manos de la dictadura como resultado de los simulacros de elecciones.

En la democracia –en la nuestra de estos días– es posible ganar la mayoría inclusive a los herederos de la dictadura, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, en las Gobernaciones como en los Municipios, pero para lograrlo es necesario, otra vez, conseguir la venia del jefe supremo. Esta vez el jefe supremo se llama dinero sucio, o dinero negro de la economía. La excepción que confirma la regla está conformada por personas que corren por cuenta y riesgo, desafiando el nuevo sistema de listas cerradas y bloqueadas, y logran ganar algunos pocos lugares, sin muchas posibilidades cuantitativas de derrotar al narcotráfico, la corrupción, la evasión y el contrabando, nuevos amos de la política posdictadura.

Hacer política hoy es por un lado un acto heroico de voluntariado y por el otro una aceptación sumisa y complaciente de integrar una lista donde conviven corruptos y decentes, posteriormente elegidos con votos comprados a personas necesitadas o igualmente venales como las candidaturas que apoyan, sin entrar a comparar –desde luego– el volumen de bienes malhabidos que corresponde a unos y otros.

No hay forma de cambiar actualmente esto a través de las instituciones, totalmente contaminadas por el bilis de la corrupción y el imperio de la impunidad. Tiene que ser únicamente a través del voto libre. Con un poco de información descontaminada de intereses creados, de responsabilidad cívica y de renuncia al irrelevante privilegio que alcanza a los electores, tendremos sin duda una mejor representación política. No permitamos que el narco estado aterrice en nuestro país.

ebritez@abc.com.py

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