La tierra de Papá Noel

La noticia no ocupó muchos espacios en las principales agencias del mundo, pero no se informa con frecuencia de que todo un gobierno renuncia por no poder llevar adelante sus promesas de campaña.

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Hace unos días todo el gabinete de gobierno de Finlandia dimitió tras haber fallado en su intento de reformar el sistema de salud y bienestar social del país, algo equivalente a nuestro Instituto de Previsión Social.

El primer ministro finlandés hizo el anuncio y dijo estar tremendamente decepcionado por haber fracasado en la sostenibilidad del sistema de seguridad social.

El problema de fondo no es otro sino que la población está envejeciendo y su tasa demográfica es baja y con tendencia a seguir decreciendo, con un promedio de menos de 1,5 hijos por cada mujer.

Así las cosas son cada vez más las personas que se jubilan con lo que el costo de las pensiones y asistencia médica también aumenta, mientras la población económicamente activa es mucho menor que la de décadas atrás.

A ello hay que agregarle que el sistema de protección es bastante generoso, lo que representa un costo más alto de mantenimiento.

Ante este problema, el gobierno finlandés propuso centralizar los servicios de salud y permitir que ingresen empresas privadas, pero al rechazarse su propuesta dimitió.

Obviando la discusión de fondo consulté con una amiga politóloga finlandesa cómo hay que entender que todo un gobierno renuncie porque no se acepta un proyecto.

La respuesta fue clara y directa.

- Ellos prometieron durante la campaña que harían esa reforma y si no lo pueden hacer, no tiene sentido que sigan gobernando. Eso les puede costar electoralmente, en abril hay elecciones.

Le comenté que aquí podemos tener a políticos sorprendidos in fraganti con las manos en la lata y que ni siquiera eso los llevaría a renunciar, por lo que el argumento del costo electoral me parecía interesante.

–Si no son coherentes con lo que prometen, la gente luego ya no les creerá, y no los votará. Es el valor que tiene la palabra–, me dijo, dejándome pensando sobre la cantidad de veces en las que aquí los verdugos son premiados nuevamente.

Recordé también que mucha de esta educación cívica está simbolizada en que en Finlandia el ser docente es un honor que conlleva prestigio social, ya que acceden a la carrera solo los mejor calificados en exigentes pruebas de selección.

El miércoles pasado volví a recordar a mi amiga, cuando en el Día Internacional de la Felicidad establecido cada 20 de marzo por las Naciones Unidas, dieron a conocer el Informe de Felicidad Mundial publicado por la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible para las Naciones Unidas.

¿Quién encabezó el ranking?

Finlandia. Y por segundo año consecutivo. Seguida por Dinamarca, Noruega e Islandia, en ese orden.

El informe clasifica a los países según seis variables vinculadas al bienestar: esperanza de vida saludable, apoyo social, generosidad, ingresos, libertad y confianza.

Uno de los responsables del informe, profesor emérito de economía en la Universidad de British Columbia, explicaba que esto estaba directamente relacionado a la forma en que se vive la vida en esos países. Pagan altos impuestos por una red de seguridad social, confían en su gobierno, viven en libertad y son generosos entre sí… se preocupan el uno por el otro… ese es el tipo de lugar en que la gente quiere vivir”, explicó.

La metodología utilizada consistió en pedir a una muestra de personas de 156 países diferentes responder a una serie de preguntas sobre la percepción de su calidad de vida en una escala de 0 a 10.

Nuestro país quedó en el puesto 63.

guille@abc.com.py

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