“Que se presuma no tener malicia”

Tal vez Domingo Martínez de Irala, gobernador; Garci Venegas, tesorero; Alonso Cabrera, veedor, y Carlos Dubrín, factor, no tuvieron ni la más mínima idea de que 477 años después de que fundaran el Cabildo (hoy es el aniversario) los paraguayos estaríamos discutiendo aún la forma de elegir a quienes serán nuestros representantes en el ejercicio del poder público.

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El Cabildo no fue otra cosa que la transformación política y jurídica de la Casa Fuerte y Puerto de Nuestra Señora de la Asunción donde cuatro años atrás el capitán Juan de Salazar decidió el 15 de agosto de 1537 fundar sobre la margen izquierda del río Paraguay el Fuerte destinado a ser “amparo y reparo de la conquista”. El Cabildo significó la creación del gobierno local y la voluntad de permanecer en el lugar como un centro de la conquista. 

Fue un paso trascendente, ya que con la creación del Cabildo, Asunción dejó de ser una simple casa fuerte para convertirse en ciudad, lo que ameritaba contar con autoridades representativas. Aquellas personas citadas al inicio optaron por crear cinco cargos de regidores para reunirse en Cabildo con la Justicia y entender en todo lo relativo al gobierno de la ciudad, como por ejemplo hacer ordenanzas para un buen gobierno, controlar las pesas y medidas de carnicerías, el orden que debía regir entre vecinos, repartos de empalizadas y cercas, fijación de precios en obras, y para que las penas que se debían imponer a los transgresores sean justas. Atribuciones propias de los ayuntamientos españoles. 

Todo esto requería de un sistema de elección de quienes aspiraban a ocupar un honroso cargo en el Cabildo. 

El día 29 de setiembre de 1541, al son de la campana de la Iglesia, los vecinos de la ciudad de Asunción eran convocados a concurrir al acto electoral con el fin de “elegir libremente dos electores, los cuales a su vez tenían que designar diez personas que les parecieren más idóneas y suficientes para usar dichos oficios de regidores”. Estoy citando a Juan Bautista Rivarola Paoli en su libro “Colonización del Paraguay”. 

El sistema electoral para aquel acontecimiento democrático consistía por consiguiente en la convocatoria y concurrencia del pueblo ante el llamado de la institución del Cabildo a elegir a dos representantes que a su vez serán electores de diez personas. Los nombres de estas personas debían ser escritos en otras tantas cédulas pequeñas de igual tamaño. 

Estas cédulas debían ser introducidas a un cántaro o vasija “que tenga la boca pequeña cuanto quepa la mano de un niño de la edad que no se presuma tener malicia”. Debían ser sacadas cinco cédulas por el mismo niño con los nombres de quienes serán los regidores elegidos con un mandato de dos años. Los regidores debían jurar guardar y cumplir “el servicio de Dios, de su Majestad y el bien y la utilidad de la República”. 

Después, como todos sabemos, se complicó totalmente. Los sistemas electorales ya no nacen de la mano inocente de un niño sino de reglamentos, leyes, códigos y garantías constitucionales, además de asesoramientos, observadores internacionales y pactos políticos que luego se complementan con costosas y sofisticadas campañas electorales, que a su vez requieren de leyes especiales y de instituciones técnicas que controlen el movimiento financiero, para llegar a la conclusión de que no existe finalmente modelo ideal. O sea, todo es pasible de burla y fraude, manipulación y embuste.

Hoy, 477 años después de aquella iniciativa de hacer participar al pueblo en la toma de decisiones basada en la buena fe, la voluntad y la inocencia, asistimos al inicio de otra etapa de intentar una nueva reforma electoral con el fin de mejorar la representación política, y de esa forma salvar a las instituciones republicanas y democráticas que están hoy totalmente carcomidas por la corrupción, el narcotráfico y la mediocridad. 

La avaricia y el afán desmedido de poder convirtieron en algo complicado y peligroso algo simple y sagrado para la república: elegir a quienes se harán cargo del negocio público en nuestro nombre. Ya verán en este proceso de reforma cómo algunos protagonistas se empeñarán en complicar más de la cuenta lo que para nosotros es sencillo: estamos podridos de que nuestros representantes sean corruptos, delincuentes e ignorantes y que nuestros actos colectivos de votar sean motivos de fraude. Queremos que haya cambio sin complicaciones. Eso es todo, no lo hagan inviable.

ebritez@abc.com.py

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