Sana envidia, triste realidad

El presidente chileno Sebastián Piñera ingresa en el 2013 a su último año de gobierno y, leyendo la prensa de ese país, el sentimiento de sana envidia hacia una sociedad que tiene como norte el respeto a la ley, a las normas de convivencia y al bien común, es insoslayable.

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Difícil de entender para nuestra sociedad, ¿no? Un concepto de este estilo, aquí en Paraguay, sería motivo hasta de sorna por parte de varios dentro de la “clase política” paraguaya.

Fijémonos, nada más, en el partido que está en función de gobierno, el PLRA.

El único representante de ese partido en campaña es, en efecto, el precandidato presidencial. Después, nadie. El resto del equipo está aún en internas: unos, en peleas intestinas que incluso ya se judicializaron, por los cargos de diputación. Una situación bochornosa, patética, que lleva aún sin querer a la comparación con la impecable elección de los colorados, que aun siendo muchos más, con listas abiertas de hecho, olearon y sacramentaron a sus candidatos en diez días.

El PLRA –ya alguien lo dijo alguna vez– es un rejuntado de adversarios eternos que priorizan sus pequeños movimientos y sus apetencias caudillezcas por encima de cualquier otra cosa. El estilo se ha profundizado en estos años, hasta fraccionarlos en un enorme rompecabezas, donde para saber quién obedece a quién, solo queda seguir el hilo de dónde y cómo se consiguen los zoquetes y las prebendas.

No hay compromiso, ni principios, ni objetivos más allá de capturar cargos y cupos de poder (o directamente, negocios).

¿Cómo –desde luego– en estas circunstancias, podría cualquier candidato que emane de esa interna, pensar en proyectos para el resto de la sociedad? ¿Cómo confiar entonces en que el eventual respaldo partidario se orientará a la búsqueda del bien común y no, simplemente, al asalto a los cargos y a través de ellos, a las arcas públicas?

El efecto del fracaso del gobierno luguista es feroz, desde el punto de vista de que desveló la situación interna del PLRA, el fraccionamiento histórico e irreconciliable de la izquierda y abroqueló al Partido Colorado convirtiéndolo –quién lo hubiera dicho– en el “mal menor”. Simplemente, nos quedamos sin alguien en quién confiar, porque quedaron todos rasados por lo bajo.

Qué sana envidia de los chilenos, quienes tienen aún opción de confiar, no solo en que el Presidente que se va hará lo que debe, sino que el (o la) que viene, dispondrá de un altísimo punto de partida para continuar lo que ya tiene.

ana.rivas@abc.com.py

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