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En el caso de las jovencitas nuestra sociedad recurre a ceremonias un tanto imprecisas y marcadas más por la mundanidad que por lo ritual. Se festejan los quince años y las fiestas del debut social. Para los varones, ese espacio queda en blanco y el flamante joven debe enfatizar por propia cuenta su nuevo estatus. En este mundo supuestamente civilizado, los nuevos tam-tamnes, lejos de marcar la confluencia de dos generaciones, marca su desencuentro.
Los muchachos se las rebuscan para desarrollar nuevos ritos tribales urbanos. El cigarrillo y el alcohol encuentran en ellos un campo fértil e indefenso, fácil de someter, porque no recibieron la contrapartida de buenos ejemplos por parte de sus adultos, ni tampoco les inculcaron sólidos principios ni menos aún espiritualidad.
De un día para otro dejamos de ser el papá y la mamá queridos y admirados, porque nos reemplazan en sus afectos nuevos ídolos que el mercado de consumo pone en circulación. Los dioses de este Olimpo son cantantes, grupos de rock, raperos e influencers, algunos muy mediocres. Chicas y muchachos son absorbidos por el teléfono móvil, las computadoras, el mundo ciber, las redes sociales, la realidad virtual, la televisión, los objetos de marca y el dinero. También les acecha la droga, esa adicción-trampa en la cual quedan prisioneros, dependientes de un químico. Para sentir seguridad quieren poseer cosas; enterada de esto, la publicidad los hace blanco a través de mensajes seductores que les impone fetiches portadores de una felicidad falsa, fraguada en el tronar de vehículos de onda y marcas de cerveza que los emborrachan.
Los cerebros adolescentes no están programados para la adicción, pero sí para los riesgos, por eso el alcohol y las drogas se convierten en un camino hacia la novedad y el peligro. Hay receptores en el cerebro que son críticos para el aprendizaje, la memoria y las emociones que se perfeccionan durante el periodo de la adolescencia. Por eso es necesario hablar sobre salud con los hijos desde una edad temprana, sobre los medicamentos que se consumen en la casa y todo lo que ponemos en nuestro cuerpo. Las encuestas demuestran que los adultos han tomado mucho más alcohol durante esta pandemia y los niños fueron testigos del uso que damos a los medicamentos, el alcohol y la comida.
Los adolescentes esperan honestidad, información real y pruebas. Las tácticas de miedo no funcionan. Debemos recurrir a fuentes serias para informarnos e informarles sobre cómo se desarrollan sus cerebros, su factor de riesgo y darles habilidades de rechazo. Proteger los cerebros adolescentes debería ser la consigna. Si nuestras expectativas cambian para mejor, ellos estarán a la altura de esas expectativas.