LA CANASTA MECÁNICA

¿CONECTADOS INCOMUNICADOS?.- Vivimos un viaje colectivo tecnológico cuyo rumbo desconocemos y del que todavía no somos conscientes. Tiene que ver con una necesidad casi obsesiva de estar conectados, online, y cómo las nuevas tecnologías condicionan cada vez más nuestra existencia.

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Estar en línea es un estado de ser y eso es diferente, es tan diferente como la electricidad o, incluso, el texto o el lenguaje mismo, dice Douglas Rushkoff, uno de los más comprometidos observadores de internet desde sus inicios, cuando se pensaba que este sería un proyecto académico para facilitar la colaboración y distribuir el conocimiento. Escritor, profesor de cultura virtual de la Universidad de Nueva York y uno de los principales teóricos del cyberpunk, Rushkoff formó parte de un grupo de artistas, intelectuales, programadores y psiconautas, que veían en la red el potencial de convertirse en una poderosa herramienta contracultural, capaz de expandir la conciencia. Mientras nosotros navegamos apaciblemente en internet, dando likes, subiendo fotos y visitando páginas, él es consultado por multimillonarios, cuyo interés en el futuro de la tecnología consiste en su capacidad de huida. El objetivo es trascender la condición humana y protegerse del cambio climático, los grandes flujos migratorios, las pandemias globales.

Rushkoff no ve nada de malo en las evaluaciones superoptimistas sobre los beneficios de la tecnología para las sociedades humanas. Sí le preocupa la actual tendencia hacia una utopía poshumana, que parece una cruzada para sobrepasar todo lo humano: el cuerpo, la interdependencia, la compasión, la vulnerabilidad y la complejidad, que es algo muy distinto a cómo imaginar la gran migración de la humanidad hacia un nuevo estado existencial. El experto señala que hace varios años que los filósofos de la tecnología llevan advirtiendo: la visión transhumanista reduce con demasiada facilidad toda la realidad a los datos, y concluye que “los seres humanos no son más que objetos procesadores de información”. Douglas Rushkoff deplora que la mayor parte de los académicos, periodistas y escritores de ciencia ficción, en lugar de detenerse en la dimensión ética del empobrecimiento y la explotación de la mayoría por parte de unos pocos, optaron por plantearse problemas más abstractos y elaborados: ¿es justo que los agentes de bolsa utilicen drogas de diseños? ¿Debería estar permitido poner implantes a los niños para que aprendan idiomas? ¿Queremos que los vehículos autónomos prioricen la vida de los peatones por encima de la de los pasajeros? ¿Las primeras colonias de Marte deberían regirse por un sistema democrático? Si cambio mi ADN, ¿estoy debilitando mi identidad? ¿Deben de tener derechos los robots?

La tecnología ayuda, por supuesto que sí, pero si no la sabemos usar, nos irá amputando el alma. Si seguimos en esa conexión incomunicada, iremos perdiendo calidad humana, esa que nos permite respirar juntos el mismo aire, cosa que no se puede hacer a través de la pantalla. Podríamos estar perdiendo la capacidad de maravillarnos, de preguntarnos sobre los misterios de la existencia. Atados al teléfono móvil podríamos ir olvidando la facultad de prestar atención a nuestros seres queridos, quizá podríamos estropear la cualidad esencial para educar, para purificar e incluso iluminar nuestra mente, para mejorar material y espiritualmente este nuestro hermoso mundo.

Fuente: CTXT Revista Contexto.

carlafabri@abc.com.py

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