Los dueños del bosque

Cuando nosotros llegamos, ellos ya estaban allí. Es la respuesta más fácil a la edad de cualquier árbol añoso y gigante. Cada uno encierra cientos de historias a la sombra de su copa. Fueron testigos del paso del tiempo, soportaron tempestades –naturales y humanas–, pero continúan firmes y aseguran el aire que respira el futuro. Les presentamos a los cinco Colosos de la Tierra 2016.

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Las generaciones que los vieron nacer ya no están y las que siguieron después ya los encontraron así. Es la idea que flota en torno a cada uno de los colosos premiados en la quinta edición del concurso de la Organización No Gubernamental A Todo Pulmón, cuyos principales impulsores son Humberto Rubin y Ronald Dietze.

“Amar el árbol es amar la vida, y nuestros nietos y bisnietos premiarán a los futuros colosos que se cuidan ahora, en la edición n.° 100 del concurso”, dice un emocionado Rubin tras entregar una placa de reconocimiento a Dietze, por haber ideado el concurso.

La pequeña Génesis Belén, de tan solo 10 meses, le retribuye con un gesto: un arbolito con la inscripción “Gracias por cuidar mi futuro”.

Fueron pasajes de las emociones que se viven en torno a los árboles más grandes del Paraguay, y cuya conservación son un ejemplo y símbolo de protección a la naturaleza.

Cristopher Engelwart, de San Cristóbal, Alto Paraná, asegura que pertenece a la cuarta generación que ha vivido a la sombra y ha respirado el aire purificado por el enorme lapacho rosado, de 46 m de altura, que obtuvo el primer puesto en la competencia reciente. “Cuando se compró la propiedad, el árbol ya estaba. Mi bisabuelo la adquirió hace 80 años; luego, la heredó su hijo y, después, mi padre”.

En la propiedad ya tienen otro árbol campeón y el actual ya ha recibido también otras distinciones, por lo que Eloneida Manthey, la novia del joven Cristopher, decidió inscribirlo para ser un coloso.

En Choré, departamento de San Pedro, el timbó que obtuvo el segundo lugar de los Colosos 2016 es “el árbol del abuelo”, de don Anastasio Méndez, quien falleció hace cinco años. Su nieto Ariel Viñales cuenta que el ejemplar está en una propiedad de 107 ha, dentro de una reserva de 5 ha. “Mi abuelo siempre pedía que no se lo tocara, y así lo hacemos todos los miembros de la familia”.

Todos ellos recuerdan la fascinación que tenía don Anastasio hacia el titán del bosque y por su belleza entiende las razones por las cuales lo conservó. “Era el tesoro que guardaba para sus nietos y bisnietos. Religiosamente, cuando vamos al campo, hacemos excursiones hasta el árbol”, dice Ariel.

Entre parientes y amigos ya es clásica la expresión “vamos al árbol”, invitando a una expedición, a un día de campo. “Nuestros amigos que llegan a la casa nos piden que los llevemos a conocer el gran árbol del bosque. Lo queremos tanto porque es una forma de que nuestro abuelo siga viviendo entre nosotros. Él no quería siquiera que se utilizaran machetes para abrir el camino hasta allí, sino que sea un sendero natural entre las plantas. En ese árbol vive más que un recuerdo de él, y ya se volvió famoso porque hasta de otros países vienen para conocerlo”.

El árbol está rodeado de un humedal de 35 ha, en el que nace un arroyo cristalino que cruza la propiedad. Por tanto, la belleza y naturaleza del paisaje obligan aún más a su preservación.

Amor compartido

El amor al árbol lo comparten propios y extraños, y más une a la tierra cuando es de donde una persona tiene sus raíces. Es el simbolismo del timbó de San Pedro del Ycuamandiyú, que obtuvo el tercer lugar. Tres vecinos y un poblador de la ciudad misma –quien lo conocía al pasar– lo postularon.

Francisco Javier Mereles, licenciado en Electricidad, nació en San Pedro del Ycuamandiyú, comunidad de la que había salido y vuelto a radicarse unos 20 años atrás. Al regresar a su pueblo se había percatado de la existencia de un frondoso timbó a unos 2 km del centro urbano, en plena vía pública, aunque la calle no había sido abierta al tránsito aún.

“Ese timbó me llamó la atención porque fue sobreviviente de la depredación en esa zona. Está a 2 km del casco urbano –donde vivo–, en una urbanización. Alrededor de él se fue construyendo, pero permanece allí desde hace más de 200 años”, asegura Mereles, quien se sintió atraído por su frondosidad.

Pero él tiene otra historia más con los árboles. Por recomendación de un amigo, cuando su padre falleció, decidió plantar un árbol en la vereda de la casa en la que vivía, en Fernando de la Mora. Optó por un yvapovõ que, felizmente, se salvó de los avatares del tiempo y el acecho de varios niños del barrio que cabezudeaban alrededor. “Mi padre falleció un 27 de agosto y ese árbol, este 30 de agosto, va a cumplir 24 años. Su memoria sigue viva en su tronco y sus ramas”, recuerda.

El árbol tiene un significado más profundo aún, pues siempre le dice a su hijo que “ese árbol tiene tu edad”. Dio la casualidad de que su esposa estaba en los últimos meses de embarazo en aquella ocasión. Cuatro meses después nació su hijo Iván Javier, quien ahora es odontólogo.

Catalina Martínez es otra de las vecinas que en forma paralela, inscribió este mismo timbó sampedrano, porque durante su infancia iban con sus amigos a jugar bajo su sombra. “Siempre nos llamaba la atención por su tamaño. Ya era tan grande como ahora. Estamos en campaña para que se conserve y sea un símbolo”.

Luis Ariel Mena tuvo la misma idea de sus vecinos sobre esta especie, al igual que Derlis Astorga. “El árbol está en la vía pública, en una calle que no es muy utilizada aún y está por abrirse. Creo que está en peligro porque en cualquier momento lo podrían derribar, por eso decidí también que debía ser preservado, porque es un símbolo para el lugar”, indica Luis Ariel.

Los postulantes ganadores decidieron entregar a la Municipalidad de San Pedro el trofeo, para que lo exhiba al público en su sede, y así concienciar sobre la importancia del árbol y su valor en la naturaleza. A la vez, tramitan que el lugar en el que está enraizado sea convertido en una plaza, para que los niños puedan jugar a la sombra.

El ka’aguy jára

En la localidad de Naranjito, Canindeyú, está el cuarto coloso de este año, en la propiedad de don Domingo Ramírez (82). Su hijo, Juan Ramírez, se encargó de anotarlo y se trata de un yvyra hũ, conocido como ka’i kaygua, por la forma de sus frutos, similares a un matero rústico. “Este árbol tiene una edad incalculable. Los ingenieros que lo visitaron estiman en 200 años, cuando menos. Mi papá se mudó allí hace 30 años y ya estaba tal cual. Justamente por eso lo conservó”, indica Juan Ramírez.

Era el más grande de todos los árboles de un bosque de 15 ha, en el que también existen otras especies bastante voluminosas. “Ha pasado por muchos avatares y mi padre ha tenido varias discusiones con gente que quería comprarlo para talarlo. Varios brasileños vinieron y le ofrecieron comprar. Él les respondía que es el ka’aguy jára (dueño del monte). Uno, incluso, le había dicho con sorna a ver si el árbol resistía una tormenta, con lo cual se sintió muy ofendido. Pero allí sigue fuerte y ahora es un símbolo”, cuenta Ramírez.

El quinto coloso es otro timbó más, que luce ostentoso en Capitán Miranda, Itapúa, en la propiedad de la familia Worobey. Guadalupe Worobey dice que su hija Jessica fue la encargada de anotarlo. Está ubicado sobre la ruta 6, a 11,5 km de Encarnación.

Es un árbol que ya tiene reconocimiento a nivel nacional y, de hecho, tiene dos placas conmemorativas. Una corresponde a la categoría de “árbol histórico” del Bicentenario, otorgada por la Gobernación de Itapúa en el 2011. Mucho antes, en el 2001, los miembros del Tribunal de Apelaciones de la 3.a Circunscripción Judicial de la República habían reconocido a los señores Adolfo y David Worobey por su amor a la naturaleza, materializado en la conservación de este añejo timbó, como lo reza la placa.

Guadalupe se refiere con cariño al gigante verde: “Yo estoy aquí desde que me casé, pero mi marido vivió aquí toda su vida. Mi suegro tiene 80 años y el árbol ya era bien robusto. Ellos lo cuidaron como si fuera un miembro de la familia, porque bajo él se resguardaban sus animales y, también, se han realizado bodas. Las quinceañeras siempre se sacan las fotos bajo el árbol y, también, se hicieron varias publicidades aquí”.

Antes de ser un coloso, el árbol ya se había ganado la fama, porque ya estaba allí.

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