Elvio Romero murió en Buenos Aires a los 78 años

El miércoles a la madrugada, en Buenos Aires, falleció Elvio Romero, uno de los más notables poetas que dio el país. Vivió en aquella ciudad, en el exilio, desde 1947 hasta el final de la dictadura de Alfredo Stroessner, derrocada en febrero de 1989. En los últimos años, se había desempeñado como agregado cultural a la Embajada de Paraguay en Argentina. Elvio Romero nació en 1926, en la localidad de Yegros. A raíz de la guerra civil de 1947, tuvo que marchar al exilio al igual que la mayoría de la intelectualidad paraguaya de la época, produciéndose la mayor diáspora de toda la historia nacional.

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Si bien vivió también en Brasil, Cuba, Francia e Italia, la mayor parte del tiempo residió en Buenos Aires donde publicó la mayor parte de su obra. Además viajó por Asia, Oriente medio, África, Europa y América del Sur. Se puede afirmar que leyó sus poemas y dio conferencias en los principales centros culturales del mundo.

Entre sus numerosos poemarios figuran: “Esta guitarra dura” (1961), “Libro de la Migración” (1966), “Los innombrables” (1970), “Destierro y atardecer” (1975), “Antología poética” (1981), “Los valles imaginarios” (1984), “Despiertan las fogatas...” (1050-1952), “Poesías completas” (dos volúmenes, 1990) y “El poeta y sus encrucijadas” (21991).

En 1991 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, en su primera edición. Este premio había sido creado por iniciativa del parlamento paraguayo con el nombre de “Premio Nacionales de Literatura y Ciencia”.

Sin lugar a dudas, Elvio Romero debe ser el poeta paraguayo más conocido a nivel internacional a través de su presencia personal y de sus libros, muchos de los cuales fueron traducidos a diferentes idiomas.

Un testimonio de su fama son los diferentes textos -que se incluyen en esta misma página- en los que Premios Nobel de Literatura y escritores de la talla del cubano Nicolás Guillén, reconocen la profundidad de su poesía, el ritmo musical de sus poemas y el compromiso constante con la patria cuyo recuerdo le acompañó siempre en sus casi cuarenta y dos años de exilio.

En esta misma página se reproducen algunos de sus poemas.

Dos premios nobel hablan del poeta Elvio Romero

Sabor a tierra y madera

Lo que caracteriza la poesía de Elvio Romero es su sabor a tierra, a madera, a agua, a sol, el rigor con que trata sus temas, no abandonándose ni un solo momento a la facilidad del verso, y el querer interpretar el drama de su país joyoso de naturaleza y triste de existencia, como muchos de nuestros países.

Pocas voces americanas tan hondas y fieles al hombre y sus problemas, y por eso universal. Poesía invadida, llamo yo a esta poesía. poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida. Pero no la vida como la concibe el europeo, chato siempre ante nuestro mundo maravilloso y mágico, sino como la concebimos nosotros.

Elvio Romero, como todos los auténticos poetas de América, no tiene que poblar un mundo vacío con su imaginación. Ese mundo ya existe. Interpretarlo es su papel.

Lo real es lo poético en América, no lo imaginado o ficticio. Y por eso se nos queda tanta geografía dispersa en flores, en astros, en piedras, en aves, cuando leemos los poemas de este inspirado poeta paraguayo.

Por los intersticios de tanto prodigio como va cantando, se escapa el dolor de los pueblos, gemido y protesta, pero también esperanza y fe. Pero estos sentimientos y pensamientos nacidos del paisaje que se torna lúcido y que por momentos llegan a ser opresores, son rotos por el poeta que les "nombra".

Romper el encantamiento “nombrándolos” es el arte de Elvio Romero, el encantamiento natural, ya que son transpuestos a sus poemas en el logro de otro encanto, el de la poesía, el sobrenatural.

Sobre la naturaleza van sus versos arrastrando raíces de sangre viva, de vértigo, contraste y metamorfosis. Lo formal, si cuenta, cuenta poco en poetas en que hay una tempestad atronadora, en los cuales lo que se dice se expande y al expandirse crea o recrea, del mundo nuevo, su vibración auténtica.

(*) Premio Nobel de Literatura

Una carta
Gabriela Mistral (*)

Pocas Veces, Elvio Romero, muy pocas, he sentido la tierra como acostada sobre un libro, según el caso de “Resoles” y yo, soy como usted, una terrícola, y por sangre sanjuanina, una argentinófila.

Por lo cual he leído sus “Resoles”, con una emoción particular.

Muchas veces he pensado que debería ya recogerme a tierra nuestra, argentina o uruguaya, en vez de embarcar una vez más hacia Europa. Pero allá vuelvo de nuevo -me voy a Nápoles como cónsul de Chile.

Su libro ultra-terrícola ha logrado, a la vez que el olor de Gea, una técnica cabal, consumada. Y este casamiento de la forma cultísima con el fondo rural, parecer un derrotero de Virgilio. ¡Mis parabienes!

Gracias, muchas gracias por esa lectura preciosa. Mi vista es pobre; excuse la letra. Salgo para Nápoles en 10 días.

(*) Premio Nobel de Literatura.

Hacia el Paraguay lejano...
Nicolás Guillén (*)

a Elvio Romero, poeta
y José Asunción Flores, músico;
paraguayos en el exilio.


Elvio Romero, mi hermano,
yo partiría en un vuelo
de avión o de ave marina,
mar a mar y cielo a cielo,
hacia el Paraguay lejano,
de lumbre sangrienta y fina.

Le llevaría mi mano
derecha y aprendería
de ti gota a gota el guaraní.

Le llevaría mi piel
cubana y le pediría
que a mí
ay, me fuera concedido
su corazón ver un día,
que nunca vi.


Que sí
(me respondió Elvio Romero)
que no; hermano, será primero
que pueda ir yo.


Maestro José Asunción,
flores lleva tu apellido
y flores tu corazón.

¿No me será permitido
volar, volar y volar,
volar y ver
el territorio encendido
donde subsiste a nacer,
volar y ver?


¡Verte el gran río, vestido
de selvas, volar y ver;
y verte el pueblo, teñido
de sangre, volar y ver
y tu guitarra, que besa
como una novia en la noche,
volar y ver!


Que sí, que no,
quiero, no quiero
(José Asunción, respondió)
hermano, será primero
que pueda ir yo

(1958).

(*) Poeta cubano


Dos textos de Elvio Romero
He pretendido que mis libros respirasen como los hombres; que contuviesen el aliento de nuestra naturaleza encendida por su vasto espacio verde y por el verano; por eso los poblé de personajes y de árboles que cantan y de gente cuyo oficio era sentarse en mitad de la luz del mediodía o del fulgor de la luna, de guitarreros demorados bajo las ventanas para entonar sus endechas; quise que esos libros invitasen a los viajeros a detenerse y a contemplar la magia de nuestra región escarlata, y los he imaginado saliendo a las calles y andando como esos vecinos en cuyos hombros descansan las golondrinas después de un largo vuelo. Resumiendo: quise que mi obra oliese a huerta con azahares en flor, a valle perdido entre las colinas, a bosque o a persona trashumante, y que sus páginas tuvieran un color de banderas sobre los techos solitarios de los pueblos. Al fin y al cabo, yo había salid del silencio de esos pueblos y no podía vivir sino con la costumbre de llevarlos conmigo.

Segundo texto

Durante el largo destierro que padecí, mis compatriotas, mis amigos, y algunos desconocidos también, se acercaron a mi casa, a mi casa de exiliado, trayendo la fragancia de las cosas lejanas, reconfortando mi retiro. Compartí la lucha de mi pueblo por su libertad, viví atento a la formidable gesta protagonizada por miles de combatientes que, cautelosa y valerosamente, prepararon el porvenir de la patria, y mi canto se fue conformando así, entre exaltaciones vibrantes y melancolías, de esas luces y sobras que, alternativamente, estremecen el alma. No sé ya si pronto, o tarde, comprendí que debía recoger en mi poesía todos los estados de ánimo que brotaron de esas tristezas fugaces y de una impenitente e impertinente rebeldía.

Entonces abrí todas mis ventanas para que entrasen los vientos del mundo, y así pude juntar las desvaídas hojas del decaimiento con la ardiente ramazón de un fuego combativo. Todos mis sentimientos, todos, se mezclaron, como en la galera de un prestidigitador los papelitos de colores y desde donde salió volando una paloma de oro al calor de mis pasiones e imaginerías.

Elvio Romero
Poeta paraguayo

Rafael Alberti (*)

Las alas, sí, las alas,
contra la vida quieta.

Cante, llore el poeta
volando entre las balas.

Por los signos del Día,
también tú señalado:
clavel arrebatado
y espada de agonía.

¡Oh adolescencia, aurora
apenas reluciente
y abierta ya en la frente
la estrella anunciadora!

Cándida luz en vuelo
veloz hacia la tierra,
sabes más de la guerra
que del tranquilo cielo.

Casi recién nacida,
lumbre madura y fuerte,
sabes más de la muerte
quizá que de la vida.

Y tu nombre aromado
huele más que a romero,
a pólvora, a reguero
de cuerpo ensangrentado.

Las auras populares
te ciñen de grandeza
y una dulce tristeza
de niños sin hogares

la patria encadenada
y herida se sostiene
sin sueño y te mantiene
el alma desterrada.

Que nada la domina,
por mucho que le duela.

Su corazón en vela
de lejos te ilumina.

Y mientras que penando
sin luz va el enemigo,
la Libertad contigo
regresará cantando.


(1948)

(*) Premio Cervantes
de Literatura.
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