El poder de las niñas

Los niños y niñas tienen iguales derechos, pero quienes sufren mayor vulnerabilidad son las niñas, quienes se convertirán en mujeres y arrastrarán durante toda su vida las consecuencias de las menores oportunidades que tuvieron en su infancia, las cuales impactarán con fuerza negativa en la siguiente generación.

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Documentos de las Naciones Unidas y de Plan Internacional, basados en investigaciones de distintas organizaciones de la sociedad civil, desnudan inequidades de género importantes, coincidiendo en que la mayoría de las veces el origen del atropello a sus oportunidades se da, tristemente, en el seno de la propia familia.

Por ser niña y porque seré mujer

La lógica de las tareas domésticas sesga desde el hogar a las niñas, quienes incluso dejan el estudio para ocuparse de la limpieza, cocina, planchado y, principalmente, de la atención y cuidado de otros niños así como de personas ancianas o enfermas; luego todo esto luego se ve reflejado en las inequidades de género que encontramos en la educación y, por ende, en el empleo.

Por ejemplo, el cuidado de otras personas, promueve un empleo con menores exigencias de formalidad educativa, generalmente en el mercado informal, lo que conlleva la imposibilidad de acceder a un aporte jubilatorio y a alternativas de mejora sustancial en su calidad de vida.

A mayor pobreza, la carga demográfica y de requerimientos de cuidado es mayor y como este deber de cuidado usualmente recae en las mujeres, se favorece al empleo informal y disminuyen sus oportunidades de progresar, condenándola a ella y a sus hijos a continuar en la pobreza.

La perspectiva de género –incorporada en los análisis de las investigaciones realizadas sobre diversos tipos de trabajo incluyendo a los profesionales, independientes, empleados, funcionarios públicos y trabajadores domésticos– permite poner en evidencia las desigualdades que sufren las mujeres y que se convierten en un obstáculo para el desarrollo y expansión de sus capacidades y libertades y, consecuentemente, para el acceso de estas al trabajo decente en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana.

Resumiendo, las tareas domésticas realizadas en la niñez van instalando los patrones culturales tra­dicionales de la división sexual del trabajo, en donde las tareas domésticas y de cuidado, que no son valoradas ni pagadas, son responsabilidad de las niñas, mientras que las tareas a las que se les asigna valor económico son desarrolladas, en la mayoría de los casos, por los varones. Esto lleva a que en la edad adulta en los hogares se mantenga una repartición desigual del trabajo doméstico, el que recae en gran medida entre las responsabilidades prioritarias de las mujeres.

Sin duda, el rol de las familias en la valoración de las capacidades de sus hijos e hijas y las funciones propias de las instituciones educativas son fundamentales en la tarea de evitar propuestas que refuercen el rol femenino de los cuidados y promuevan opciones de capacitación no estereotipadas socioculturalmente.

Libera el poder de las niñas

Si las familias alientan a las niñas a recibir una educación de calidad, apoyándolas a cumplir sus sueños y metas de vida, donde su límite sea su propia capacidad, entonces evitarían discriminaciones nocivas para su autoestima, que golpearán fuertemente su productividad laboral futura.

Una niña educada tendrá la oportunidad de aumentar sus ingresos y los de su familia, ya que un solo año extra de educación secundaria permite incrementar entre un 10 y un 15% sus ingresos futuros. Las niñas con educación formal serán las protagonistas de cambios positivos en la sociedad, pues son las mujeres quienes forman en valores y principios a la siguiente generación.

Sin embargo, las niñas tienen mayor riesgo de vivir situaciones de violencia, de abuso sexual y de quedar embarazadas siendo aún adolescentes, lo cual restringe significativamente sus oportunidades de desarrollo.

En nuestro país, existen un millón de niñas que tienen entre 0 y 17 años, pero solo 3 de cada 10 terminarán la secundaria; y, de hecho, 6 de cada 10 niñas tienen solamente entre 1 a 6 años de escolaridad. Vale la pena indicar que en Paraguay la pobreza es rural y tiene cara de mujer, pues solo el 2,9% de las mujeres rurales accede a estudios terciarios.

El 75% de quienes no estudian ni trabajan son mujeres, en la mayoría de los casos porque realizan tareas domésticas que no se registran como trabajo formal; las estadísticas muestran que el desempleo de los jóvenes es del 8,7% y el de las jóvenes es del 16,8%. En las zonas rurales del país el 54% de las niñas y las adolescentes de entre 10 y 20 años realizan trabajos familiares no remunerados.

Las cifras desnudan duras realidades. ¿Sabías que 6 de cada 10 mujeres que son víctimas de trata de personas fueron antes trabajadoras domésticas o criaditas? Por otro lado, de las adolescentes explotadas sexualmente, casi el 90% fueron previamente trabajadoras infantiles domésticas en el sistema de criadazgo.

En el 2014 en el Paraguay, se registraron 684 partos de nacidos vivos cuyas madres eran niñas entre 10 y 14 años, lo que representa dos de los partos diarios que se registran a nivel país.

Una observación escalofriante: estos datos solo son la punta del iceberg, ya que no todas las niñas violadas están biológicamente aptas para quedar embarazadas, además estos casos registrados corresponden a los partos de nacidos vivos y se desconocen cuántas otras han abortado (naturalmente o por inducción) o cuántos partos se han realizado en hogares y los recién nacidos han sido inscriptos irregularmente a nombre de otra persona.

Además, casi en ningún país existen datos reales sobre violaciones y abusos a niñas y adolescentes, pues solo se registran los que se denuncian. En nuestra sociedad, así como en varios países de Latinoamérica, el abuso y la violencia sexual son temas tabú, ya que causa en las niñas y en su entorno una sensación de vergüenza e incluso de culpa. A esto se suma el hecho de que en varios países, aún en los más ricos y desarrollados, los jueces y hasta la familia pueden llegar a culpar a la víctima en lugar de al violador.

El 51,1% de las mujeres jóvenes de 15 a 24 años que estaban estudiando al momento de quedar embarazadas, interrumpieron sus estudios y solo el 6,4% los retomó. Como se puede comprender, la estructura social y familiar puede apoyar al fortalecimiento de las herramientas que empoderen a las mujeres a lograr sus metas y mejorar la calidad de vida de sus familias, o puede darles la espalda y ahondar la discriminación afectando a cada una de ellas y a la próxima generación. Sigamos hablando de dinero, así aprendemos a manejarlo mejor.

51,1%

El 51,1% de las mujeres jóvenes, de 15 a 24 años, que estaban estudiando al momento de quedar embarazadas interrumpieron sus estudios.

Datos

Casi en ningún país existen datos reales sobre violaciones y abusos de niñas y adolescentes, pues solo se registran los que se denuncian.

gloria@ayalaperson.com.py

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