Una vida de bombero

Nadie que no sea bombero voluntario puede entender el sentimiento o las causas que empujen a estas personas a abandonar su vida familiar y social, a entregar su tiempo libre y hasta sus propias vidas por otras vidas de gente a la que ni siquiera conocen.

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Han pasado 35 años desde que el actual Primer Comandante Nacional del Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Parguay (CBVP), acudió a un llamado que fue lanzado en la primavera de 1977, para jóvenes dispuestos a conformar el primer cuerpo de bomberos de Paraguay.

La convocatoria fue de Miguel Ángel Estigarribia, quien decidió iniciar esta cruzada por la vida, gracias a su su amistad con Gonzálo Figueroa Yañez, entonces Superintendente del Cuerpo de Bomberos de Santiago (Chile).

Más de tres décadas después, el Comandante Nacional Carlos Torres, uno de esos jóvenes del '77 cuenta la historia de la institución y de su vida dentro de ella.

El entrenamiento inicial de los entonces jóvenes aspirantes, estuvo a cargo de los Bomberos de la Policía, que en aquellos años funcionaba donde actualmente está el Sistema 911, frente a la Catedral Metropolitana, recuerda Torres, quien desde hace 12 años ocupa el cargo de comandante.

Las prácticas se hacían los sábados de tarde, “tirando mangueras, trotando y saltando en la plaza”, comenta. Explica que no todos resistieron, de los alrededor de 50 jóvenes que acudieron, unos 25 terminaron la formación y luego fueron becados –en 1979- para ir a Chile a profesionalizarse.

Aunque al principio hacían las guardias con los policías, enseguida, en 1980, Estigarribia decidió que su oficina, ubicada en Iturbe entre Tte. Fariña y República de Colombia, sería el lugar donde harían sus guardias de forma separada, y enseguida consiguieron su primer autobomba.

El uniforme amarillo –por el cual también se los conoce- fue elegido ya por ese primer grupo de voluntarios, en aquellos días, porque era lo que más se veía en la oscuridad, dice, entre risas acotando que “por lo visto” acertaron, porque hasta ahora el uniforme de seguridad es el mismo.

En la década del 80’ se conformaron la segunda y tercera compañía, así como los cuerpos de Encarnación y Coronel Oviedo, rememora Torres, con cierta dificultad.

Cuenta que con los años y a partir de la década de los 90 hubo una expansión y los voluntarios se multiplicaron por miles, hasta ser hoy más de 5.000 a nivel nacional; divididos en las categorías: combatiente, quienes salen a los servicios y representan alrededor del 80 por ciento del cuerpo, y los activos, que son quienes desarrollan cargos técnicos administrativos.

Actualmente en todo el país existen unas 69 compañías de bomberos, de personas que cada cuatro días, además de trabajar, en muchos casos estudiar y atender a la familia, deben presentarse a guardias y acudir a apagar incendios, asistir a accidentados y hasta rescatar mascotas.

Si existe un evento que ningún bombero que haya estado en servicio en aquel entonces jamás olvidará, es ese domingo 1 de agosto de 2004, cuando alrededor de cuatrocientos voluntarios trataron de sofocar las llamas que se impregnaron en la piel de la gente, trataron de diluir el humo que dejó sin aire a cientos de personas. Uno de ellos fue Carlos Torres.

No fue la magnitud del incendio, porque hubo otros incendios que duraron días, pero sí fue el alcance, la cantidad de víctimas, atrapadas en corredores de enlatados, probablemente buscando aquello que compartirían en familia.

Después de Ycuá Bolaños muchos dejaron la carrera y otros ingresaron. Confiesa además que siempre existen momentos de debilidad por estar anteponiendo siempre el voluntariado a la familia. Sin embargo, asegura que no puede imaginar cómo sería su vida fuera de la institución.

Torres explica que si bien hay riesgos a los que están expuestos en sus labores, los bomberos son profesionales preparados, que se preocupan por su formación, que se interesan por tener una foja limpia, que antes de ingresar al cuerpo pasan por ocho meses de duro entrenamiento durante todos los fines semana.

“El hecho de que uno sea voluntario, no significa que tiene que asistir a medias”, asegura y señala que ser voluntario conlleva una responsabilidad mucho más grande.

Sobre las mujeres, recuerda que él fue uno de los que se oponía a que ingresen, aunque ahora reconoce que ellas se ganaron su lugar y que incluso hay mujeres más fuertes que muchos hombres. Resalta durante la charla que en varias promociones son ellas las que ocuparon los primeros puestos de egresadas.

Uno de los problemas de estos profesionales es el presupuesto, ya que los gastos operativos de una compañía oscilan entre los 25 y 30 millones de guaraníes, precisa el comandante, y detalla que un equipo completo de bombero cuesta alrededor de G. 12 millones.

Además de la ayuda que brinda el Gobierno hace cerca de 10 años, con una suma de poco más de 3 millones, que no es suficiente, los bomberos no cuentan con seguro social o seguro de vida, y mientras ellos siguen arriesgando sus vidas, los congresistas, quienes tienen un proyecto que estudiar sobre el tema, se toman su tiempo para decidir.

En este sentido, Torres está seguro que el trabajo de bombero no debe ser su medio de vida, no debe ser remunerado, pero eso no significa que no se le pueda otorgar a los voluntarios algunos beneficios como la exención de impuestos.

“Creo que desde el momento que se cobre, seguramente se va a perder esa mística, se va a perder esa valoración misma del personal de bomberos”, dice, con una característica voz templada.

Además indica que el ochenta por ciento de todo lo que tienen hasta ahora es gracias a los socios protectores, personas que de forma mensual colaboran con una ínfima suma para la compañía de su zona.

A lo largo de estos 35 años, cinco voluntarios perdieron la vida durante los servicios, por accidentes y uno fue asesinado por un militar alcoholizado al que daban asistencia.

Probablemente hay mucha gente agradecida con ellos, tras estos 35 años de servicio ininterrumpidos.

 

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