En los santuarios de Sayyida Zeinab y Sayyida Ruqayya, en Damasco, la Ashura de este año transcurrió sin el fervor característico de antaño, con rituales discretos y una notable ausencia de peregrinos extranjeros provenientes de Irán, Irak, Líbano o Pakistán.
La fuerte presencia de seguridad y el aumento del discurso de odio en redes sociales, según denunció a EFE el jeque Adham al Khatib, subdirector de la Autoridad Académica de los Seguidores de Ahl al Bayt en Siria, marcaron un ambiente de cautela.
"Los consejos se celebraron en medio de desafíos, especialmente por los intentos de atacar los rituales de Husseini (el luto por el martirio del imán Husein, nieto del profeta Mahoma, en el año 680)", afirmó Al Khatib, destacando que las ceremonias contaron con el respaldo oficial del Estado sirio y la protección de las fuerzas de seguridad.
Sin embargo, las tradicionales procesiones y marchas fueron canceladas, y los rituales se limitaron a espacios cerrados. "La mera continuación de estos rituales es una victoria", subrayó.
La asistencia fue notablemente baja, con una presencia casi nula de visitantes extranjeros. Abu Ali, un peregrino de Nubl, en Alepo, explicó que "las reuniones se han limitado a las Husseiniyas (un espacio comunitario chií para conmemorar al imán Husein), sin procesiones ni actos de caridad como antes", atribuyendo esta restricción al miedo generado por recientes ataques, como el bombardeo de una iglesia cercana.
Fadhila Shafon, residente de Sayyida Zeinab, expresó su dolor: "Nos han privado de rituales que eran parte de nuestras vidas. Tenemos miedo de mostrar nuestra identidad religiosa". Para ella, la situación refleja un sectarismo latente que contradice las expectativas de apertura tras la caída del régimen.
"Tenemos miedo de mostrar nuestra identidad religiosa. Nunca imaginamos que llegaríamos a un punto en el que nos tememos unos a otros en este país", afirmó Shafon, antes de añadir: "Esperábamos una imagen que mostrara apertura y aceptación, pero la realidad hoy es completamente diferente, y el sectarismo está presente en el alma de la gente, aunque no se declare abiertamente".
Sin turistas no hay beneficios
El impacto económico también es evidente. Haitham al Ghosh, comerciante local, lamentó que los ingresos de su tienda frente al santuario de Sayyida Zeinab se hayan desvanecido: "Antes de la guerra, el alquiler de la tienda alcanzaba los 15.000 o 20.000 dólares anuales, pero hoy, los ingresos no superan los 100 dólares al mes. Abrimos y cerramos sin ninguna actividad de venta real".
"La zona solía recibir visitantes de muchos países, desde Irak, Pakistán, India e incluso Gran Bretaña, pero ahora no hay turistas", señaló, urgiendo al Ministerio de Turismo a implementar un plan para revitalizar el área, tanto como destino turístico como religioso, y garantizar su seguridad.
"Necesitamos una fuerza de policía turística y promoción mediática que transmita al mundo el mensaje de que esta zona es segura", reiteró.
La caída del turismo religioso ha golpeado el flujo de divisas, afectando tanto a la economía local como a los bancos gubernamentales.
Al Ghosh explicó que "los visitantes solían inyectar divisas que beneficiaban a la economía local y a los bancos gubernamentales, pero hoy, hemos perdido esta oportunidad por completo. Si los rituales no se normalizan y los visitantes no regresan, pasaremos de ser comerciantes a ser personas desempleadas".
En un Damasco marcado por la cautela, los santuarios chiíes resisten como símbolos de fe, pero la Ashura de este año reflejó un equilibrio frágil entre la tradición, el miedo y una economía en declive.