Asunción y el desenfreno

Desde los inicios mismos de la conquista Asunción fue víctima del caudillismo o caciquismo propiciado por los conquistadores españoles. Hasta hoy la ciudad pareciera sufrir esas consecuencias y sigue sumida en el atraso como si fuera la más lejana de las aldeas en el mundo civilizado. Todo, como producto del populismo y la politiquería que tanto daño le causan.

Cargando...

Tal vez su ubicación en medio de esta “isla rodeada de tierra” a decir de Augusto Roa Bastos haya favorecido la incivilidad de sus moradores en aquellos tiempos remotos. Pero en la era de la globalización en la Capital de la República sigue imperando la ley de la selva.

Hoy por hoy las calles ya no son de la policía como en la época stronista, sino de los cuidacoches y lavacoches. Los espacios públicos como las veredas y plazas no son para el goce y disfrute de toda la población –como lo establecen las normativas– sino de sus ocupantes circunstanciales. El gran cinturón marginal que rodea Asunción es obra de los operadores políticos que se aprovechan del voto de la gente comprando cédulas y repartiendo víveres.

Cuenta Marco Antonio Laconich en Caudillos de la Conquista que “Asunción era como una nave que hubiese roto sus amarras una noche de tormenta y fuese arrastrada mar afuera con motín a bordo...”.

Cuando la ciudad apenas tenía dos años, en 1539, “asumió el mando un anónimo soldado de la expedición de don Pedro de Mendoza: el muy discutido Domingo Martínez de Irala, vizcaíno de Vergara, a quien sus contemporáneos llamaban el mañoso, quizá con razón, porque en lo de tener escrúpulos no era un prócer de su época”.

Y en ese suelo olvidado por la Corona española en esos tiempos la ley imperante era la del jefe conquistador y sus favorecidos de entonces, los Oficiales Reales. No se entendía muy bien si el que gobernaba era el cacique o sus lacayos más cercanos. De todos modos, había una confabulación entre quienes detentaban el poder para liderar y/o aplacar conspiraciones. Esto se evidenciaba cuando llegaba alguien que contradecía el status quo imperante queriendo poner orden. Alvar Núñez Cabeza de Vaca quiso hacerlo al llegar a Asunción en 1542 y terminó deportado hacia España como si fuera el malo de la película. También lo desterraron al mismo fundador de la ciudad, Juan de Salazar y Espinoza, quizá el más noble de todos los capitanes.

“La corrupción de las costumbres era grande y su grado escandaloso dio origen al festivo nombre de Paraíso de Mahoma, con que se refieren al Paraguay algunos cronistas de la época. Una de las primeras preocupaciones de Alvar Núñez fue poner freno al desenfreno, reglamentando el amor con las indígenas, si cabe la expresión”, dice Marco Antonio Laconich.

Y aquí hay una palabra clave que hasta hoy ningún intendente o concejal ha podido lograr –y menos la población–: poner freno al desenfreno para sacar adelante a la ciudad convirtiéndola en una urbe ordenada y digna de ser la Capital de la República honrándola, como merece, por todos los títulos que se ha ganado a lo largo de su historia.

pgomez@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...