La gran hermana

El pasado miércoles fue el Día de la Mujer Paraguaya, fecha en que se recuerda la primera asamblea de mujeres en Paraguay en épocas de la Guerra de la Triple Alianza, cuando estas donaron sus joyas para solventar los gastos de la gesta contra la tríplice. La recordación fue instituida vía decreto en el año 1974. Las organizaciones feministas locales no están de acuerdo con esta fecha por tratarse de un decreto que data de la dictadura, por ello centran su mirada y esfuerzos en recordar por todo lo alto, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, conocido desde hace unos años con el hashtag #8M en todo el mundo.

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Más allá de que se esté o no de acuerdo con esa disquisición, toda oportunidad que se tenga de destacar el rol de la mujer en los diversos ámbitos de la sociedad, así como los desafíos que enfrentan, la inequidad que padecen y las batallas que libran diariamente, hay que aprovecharla. A saber, en lo que va del año han ocurrido cinco feminicidios en Paraguay y un feminicidio de una connacional en el exterior. Los relatos sobre los crímenes son espeluznantes, como también lo son los relatos de los intentos de feminicidio. De hecho, ese mismo 24 saltaba a la luz el video de la brutal golpiza de la que fue víctima una mujer a manos de Paulo Sergio Samudio Sanabria, presunto autor del hecho.

Debo decir que por esta vez “el Gran Hermano” se convirtió en “la Gran Hermana” que estuvo del lado de la mujer; pues, si no fuese sido por el “ojo que todo lo ve” nunca hubiésemos sabido qué fue lo que pasó en realidad con esta víctima, una trabajadora que en horas de la madrugada fue agredida por a Samudio, su expareja, cuando ella se dirigía a su lugar de trabajo. El mismo ya tenía denuncias por violencia y orden de alejamiento. Pero el agresor aprovechó la vulnerabilidad de la situación y creyendo que saldría impune con la complicidad de la noche dejó a la mujer con dos roturas en la cabeza, con la mandíbula desencajada y sin algunos dientes, y como consecuencia, internada. Hoy, Samudio se encuentra privado de su libertad por el hecho.

La víctima pagó el precio por romper el silencio, otras han pagado con su propia vida. El machismo está aún profundamente instalado en nuestra cultura, ese que normaliza que una mujer deba “aguantar”, inclusive maltratos, agresiones y muertes por el hecho de expresar su personalidad, buscar nuevas oportunidades académicas o laborales, o rehacer su vida. También está instalado en el entorno laboral pues es sabido que a igual, y a veces a mayor, trabajo en un mismo cargo, las mujeres ganan entre 25% y 30% menos que un hombre. Esta es una forma de crear dependencia económica, una de las principales fuentes de inequidad, injusticia y opresión cultural que frena la libertad y el crecimiento de las mujeres.

mescurra@abc.com.py

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