Muy lejos de Sócrates, el Dr. Francia y Eusebio Ayala

Al sentir adormecidos los miembros inferiores de su cuerpo, y sabiendo que a esos síntomas les sobrevendría un sopor que terminaría sumiéndole en un sueño pastoso y pesado, al cual -si bien carente de cualquier dolor- inevitablemente seguiría su muerte a causa de la cicuta ingerida, Sócrates pronuncia con voz firme una orden a uno de sus discípulos más cercanos “Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar esta deuda”, para entregarse luego plácidamente al sueño eterno, en el año 399 a.C.

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Sócrates era un maestro de la ironía, y siendo un gran crítico de la sociedad, consideraba a la muerte como la cura definitiva a todos los males que ella alberga, y por ello mandaba pagar el precio por el trabajo bien realizado –un gallo- a Esculapio, quien era nada más y nada menos que el Dios de la Medicina, y de esta forma honraba su deuda por adelantado con una ofrenda –aves y otros animales- en los santuarios, del modo que se estilaba en esa época.

Bueno, esta es una de las hipótesis más aceptadas en relación a la muerte de este varón griego, de carácter áspero, un asceta, austerísimo en el comer y vestir, crítico de la sociedad, de lengua filosa y pensamiento ágil. Lo criticaron como un pervertidor de la juventud, lo que hasta pudo haber sido cierto, si se entiende que pervertir es enseñar a pensar de otra forma. Pero lo que está fuera de toda discusión es que tenía un sentido de la honestidad a toda prueba.

Dos milenios después, el Doctor Francia gobernó con mano de hierro los destinos de una nación que empezaba a levantar cabeza, creyendo necesario cerrarnos al mundo para, entre otras cosas, consolidar nuestra independencia, crear nuestra identidad social y cultural, aprender a producir y manufacturar para proveer de autosustento y mantenernos alejados de las huestes rioplatenses, que bastante hambre nos tenían. Se encargó de crear mitos acerca del poderío del ejército paraguayo, de manera a disuadir cualquier idea de invasión.

Pareciera que durante su suprema dictadura de 24 años hubo una prolífica documentación de todo el manejo de la cosa pública, desde nombramientos, órdenes generales, instrucciones y otros, pero la humedad, el clima y el consabido desorden contribuyeron para que no quedara de todo aquel papeleo mucho que estudiar y analizar. Al margen de su rudeza, un poco de sadismo y –convengamos- incapacidad absoluta de jugar en equipo, a lo que podríamos sumar la mala costumbre de mandar ejecutar a la gente por manifestar alguna idea en disidencia, sobre todo cuando soplaba el viento norte y le dolía el hígado, todos los relatos y testimonios de esa época dan fe de un manejo honesto y cuidadoso de la cosa pública. Lo que se dice, el tipo tenía un yacaré en el bolsillo.

No habían pasado cien años de la muerte del Karaí Guazú, cuando al Dr. Eusebio Ayala le cupo el privilegio de ser Presidente de la República en dos ocasiones, la primera en forma provisoria y la segunda con todas las de la ley. Hombre muy preparado, tuvo varias obras de gobierno, pero claramente la Guerra del Chaco consumió –como a todo el país- la mayor parte de sus energías.

El que es conocido como “Presidente de la Victoria” guió con mano paternalista y cirujana los destinos del Paraguay durante la guerra contra Bolivia, durante y posterior a la cual se destacó por 3 aspectos principales 1) Su excelente relacionamiento con el Comanchaco Mcal. José Félix Estigarribia, 2) La administración rigurosa de los recursos económicos para solventar los gastos del conflicto y 3) La dirección diplomática para la firma de la paz en las mejores condiciones para el país. Tuvo, lastimosamente, el poco tino de no compartir todas las ideas de un grupo de militares quienes, en febrero de 1936 y pocos meses antes de finalizar su periodo presidencial, lo derrocaron y exiliaron a Buenos Aires. Derrocamiento y exilio, dos hábitos feos de los mandamases de turno en nuestro país. No le fue del todo mal, siguió trabajando como abogado hasta con cierto éxito, y falleció pocos años después. Pocas críticas se pueden leer referentes a su gestión, y muchas alabanzas, entre las que se destaca su puntilloso control del uso que se dio a los créditos contratados para gastos inherentes a la contienda.

Estos son solo 3 ejemplos de personas a las que adorna la virtud de la honestidad, ese conjunto de valores o atributos personales que aglutinan a la decencia, el pudor, la dignidad, la sinceridad, justicia, rectitud y honradez como una forma de ser y de actuar. Hasta donde sabemos, la gente así no tiene una pistola apuntándoles en la sien, por el contrario, muchas veces –especialmente en ciertos cargos y en el ajetreo político- hasta puede ser un punto en contra cuando no actúan de acuerdo a lo que se espera del cargo, cuando no cumplen con las personas que tuvieron que ver con ubicarlos en los mismos y seleccionadas por éstos u otros actores entre bambalinas para ser beneficiarios de las dávidas que pueda arrojarles el primero, “para el amigo todo, al enemigo ni justicia” sentenció Juan Domingo Perón, frase que tuvo su eco autóctono con Alfredo Stroessner que gustaba de decir “para el amigo todo, al enemigo palo”, como parte de una mentalidad que impregnó a la gente y forma parte de la realidad de un país con años de atraso debidos a este señor y la mayoría de los que le sucedieron, compartiendo una responsabilidad de no dar la importancia debida a la educación, pues con un pueblo educado quedarían totalmente fuera de juego.

Y de la elección de Eusebio Ayala para la Presidencia de la República pasaron 8 décadas para que los votantes del este del país eligieran en comicios absolutamente transparentes a un personaje que nos resultó simpático a todos hasta que, de tanto decir disparates y demostrar con reiteradas denuncias que no era tan correcto ni tan buena persona ni tan representante del pueblo como se ufanaba de ser, nos pudrió a todos. A propósito: Sumamente llamativo que haya sido votado en una zona del país que en los últimos años vota bien y hasta critica a los asuncenos la falta de tino en ese sentido.

Pero no hay que restarle méritos al políglota experto en estupefacientes del este, consiguió la adhesión de los miembros de la Cámara de Diputados por unanimidad en una cuestión a ser votada. Es que este señor, en un exceso de confianza, como el que se suele dar cuando alguien hace algo incorrecto tantas veces que ya baja la guardia y descuida los detalle (como que te graben las llamadas, ¡que argelería de tan mal gusto!), ofreció una vez más su oportuna gestión e intervención para facilitar trámites y resultados favorables en plazos brevísimos, a cambio de una razonable contraprestación. Y su peor error: Mencionó a colegas con nombre y apellido. A sus pobres atributos les sumó el de ser también cuña´i (en lengua vernácula conterín/buchón o sapo), y eso no se perdona ni aquí ni en Malasia. No se van a extrañar sus bufonadas y albergamos la esperanza de que su sucesor tenga una performance mejor, lo cual es altamente probable porque es muy difícil que los zapatos del saliente le queden grandes.

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