Un último sorbo a la bombilla, y ¡Gracias!

Un mate al amanecer es una buena forma de empezar el día, y esta vez nos encuentra reunidos en un corredor, cómodos sobre nuestros sillones de cable mientras disfrutamos mirando el campo con el sol asomando sobre el horizonte que llenan los cultivos de maíz. Los perros, felices de recibir una caricia luego de la vigilia de su guardia nocturna, se hacen un ovillo bajo su amo preferido. En otro momento -que esperamos vuelva pronto- estaríamos compartiendo termo, guampa y bombilla, pero hoy no.

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Estamos todos juntos, aunque separados convenientemente, usando equipos de mate distintos. Freddy y Zully usan uno bien vistoso, y de la grabación en la guampa del querido amigo podemos inferir que su club de fútbol le da más angustias que alegrías; por otro lado, Rubén y Nancy disfrutan de su mate desde una poronga de estilo brasilero, muy en boga por cierto en las zonas de influencia de las costumbres del vecino país; mientras tanto, le cebo a mi esposa en el clásico matero de palo santo revestido de metal, que de tan viejo ya perdió ese aroma y saborcito que les da esa madera.

Los termos, las guampas, el proceso de preparación del agua, remedios secos y colocación de la yerba, son particulares y forman parte hasta de la forma de ser de las personas, la región del país y la franja etaria, y esto aplica tanto al mate como al tereré. Impensable que el amigo Rubén prepare la infusión fría solo con agua, antes el Paraná va a correr en sentido contrario… los remedios yuyos siempre acompañan su delicioso tereré.

En cambio, es normal que los jóvenes tomen solo, quizás de repente con alguna yerba saborizada, pero hasta ahí. Encontramos desde soberanos termos de nombre británico (pero fabricación oriental) hasta la humilde jarra de plástico, guampas de plata forjada y folclóricos cuernos, yerbas en empaques premium y otras vendidas a granel a una quinta parte del precio de las primeras, y la amalgama del gran y folclórico negocio de la yerba y el ámbito que la rodea se va expandiendo cada día.

Pero vayamos a lo que hace posible todo esto: La materia prima. Hablar de la yerba mate es hablar de historia, de pasado duro y de futuro jubiloso. Desde los enormes yerbales naturales en el Amambay, donde era cosechada primero a voluntad por los indios mientras fueron los seres más libres de la tierra, y después ya no tanto cuando los religiosos importados de Europa le dieron método a su trabajo, y finalmente cruel cuando las bandeiras suplieron a los jesuitas y cambiaron la Biblia por el látigo; también es hablar de la explotación cruel de los mensúes, en un capítulo tan negro de nuestra historia que da vergüenza, para llegar hasta los abnegados inmigrantes brasileño-alemanes que se afincaron en la margen izquierda del río Paraná, fundando lo que más adelante serían Bella Vista y las demás localidades que componen las Colonias Unidas. A partir de allí, fue trabajo y más trabajo, descubrir a través del Sr. Neumann de Nueva Germania la forma de secar las semillas para obtener plantines de yerba mate y empezar a cultivar hectárea tras hectárea para hacer rentable la explotación y expandir los mercados.

Sobre el origen y autoría del mate caliente podríamos debatir largamente, personalmente no me desagrada compartir el podio con argentinos y charrúas, ambos lo toman igual que nosotros, aunque incomprensiblemente tibio, y muchos uruguayos parecieran tener adherido el termo al brazo, consumiéndolo el día todo, cosa que los paraguayos no hacemos. Donde sí no hay discusión posible es sobre la paternidad paraguaya sobre el tereré, tan nuestro y tan autóctono que resulta raro que no esté entre los símbolos patrios.

Tampoco se pueden objetar sus múltiples atributos, la infusión –sea en forma fría o caliente- sacia la sed y mitiga el hambre, tiene propiedades nutritivas como curativas además de producir una sensación general de bienestar y alegría; es un aglutinante de culturas diversas, al punto de que tanto el paraguayo como el inmigrante japonés, pasando por los alemanes, coreanos, ucranianos y menonitas, succionan la bombilla como si sus propias vidas dependieran de ello, y para colmo de virtudes es accesible tanto para el rico como para el pobre.

Otra virtud más de la yerba mate: Junto a otros productos nacionales, nos pone en el mapa mundial. Somos el tercer productor mundial de yerba, detrás solamente de la Argentina y el Brasil. Con 68.500 toneladas de yerba canchada y elaborada, exportamos a más de 23 países en el mundo, y el consumo de yerba está en franco aumento, por lo que el futuro del “oro verde” es más que promisorio, y las 272.000 hectáreas cultivadas actualmente correspondientes a más de 13.500 fincas, distribuidas en Itapúa, Alto Paraná, Amambay, Canindeyú y San Pedro, tienen mercado asegurado para su producción.

Ni siquiera el covid pudo con la yerba mate: Durante la pandemia el consumo aumentó, al punto que Paraguay, además de aumentar su producción, incluso tuvo el orgullo de exportar a la Argentina (sí correcto, se sumó la diferencia de cambio que facilitó esto), pero, no obstante, podemos decir con orgullo que el mayor productor del mundo nos compra. Y en referencia a sus particularidades podemos decir que el mate y el tereré son exactamente lo contrario a la televisión: conversas cuando estás con alguien y piensas cuando estás solo. “Tomáte un mate y avivate” es un dicho popular argentino, y entre otras frases geniales también tenemos la adaptación “tomando mate se entiende la gente”.

Engranaje importante del motor de la economía, desde las chacras hasta la góndola del supermercado, centro de reuniones familiares y de amigos, placer en la soledad y amigo del que está lejos de su hogar, excusa para tocar temas que hace rato dejamos de lado; el consumo de la yerba mate camina seguro por el carril ganador, y sin dudar podemos decir que nuestro día comienza mucho mejor cuando lo enfrentamos después de tomar unos ricos mates, hacer sonar la bombilla con el último sorbo y decir ¡Gracias! a la gentil persona que nos cebó.

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