La piedra fundacional

“La familia es el fundamento de la sociedad…” reza categóricamente la primera parte del artículo 49 de la Constitución Nacional. Es un tema apasionante y que está lejos de agotarse el rol que cumplen los primeros afectos en nuestra naturaleza social. Pero aparentemente cada vez hay más evidencias sobre el rol de los vínculos en el desarrollo de nuestra especie y en la salud mental de los individuos.

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Existe asimismo una casi total coincidencia sobre el principal problema que aqueja a las sociedades latinoamericanas, a sus gobiernos, a sus economías y a sus estructuras políticas: los escasísimos niveles de institucionalidad.

Me animaría a decir que no existe un solo análisis sobre la región que deje de mencionar los escasos niveles de Institucionalidad de la región como la principal causa de la corrupción imperante, la impunidad intolerable y los altos niveles de violencia en nuestros países.

Ahora, ¿cuál es el vínculo de las instituciones con el encabezado del presente artículo? Al momento de aceptar casi por unanimidad de que las instituciones son débiles, muy pocas veces nos remitimos a preguntarnos: ¿Qué son las instituciones?

Y cuando lo hacemos dudamos si son grupos de personas o grandes obras arquitectónicas a las que acudimos a fin de determinados fines, o ¿quizás oficinas públicas o privadas, o sus autoridades?

La respuesta es mucho más sencilla. El Prof. Dr. Juan Mario Solis Delgadillo de la Universidad Autónoma de San Luis de Potosí y de la Universidad de Salamanca, lo resume así: “las instituciones son el conjunto de comportamientos que reiteradamente, mejoran la calidad de vida de un grupo social”. El diccionario de la RAE extrañamente señala como en “desuso” la acepción que hace referencia a la “institución” como “Instrucción, educación, enseñanza”.

Y quizás ese desuso sea uno de los motivos por los cuales hoy nos cuesta tanto construir “institucionalidad”. De hecho, la familia es el fundamento de la sociedad simplemente porque es la primera escuela: la que nos enseña valores, disciplina, coraje, respeto, compañerismo, amor, tolerancia, unidad, empatía.

Es que la familia — cualquiera sea su forma, composición, tamaño — es aquel lugar donde empezamos con el hábito de practicar estas conductas. Un día tras otro. La familia nos ayuda a crear hábitos. Los hábitos se hacen costumbres. Y las costumbres se transforman en conductas. La solidez de la familia asegura una sociedad con mejores “instituciones”.

Probablemente los préstamos internacionales para los programas de “fortalecimiento institucional” de nuestras instituciones públicas podrán seguir ayudando. Pero su aporte será de mucho menor impacto si en aquellas organizaciones diseñadas en papel y llevadas a la práctica por personas desprovistas de aquellas prácticas que nos deberían haber formado en nuestras familias replican hábitos que no conocen, valores que no predican y emociones que no sienten.

Se debe seguir apostando a la familia. Es mucho más inútil discutir sobre cómo debería ser la familia idea que sobre el solo hecho de que creemos firmemente que ésta debe seguir existiendo. El lugar que cobija nuestras primeras alegrías y penas, nuestras victorias y fracasos. Los vínculos que formamos en situaciones de felicidad y de melancolía generan vínculos que construyen mejores sociedades. A través de mejores INSTITUCIONES.

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