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Más de 21.000 millones de dólares movió la economía informal en el año 2020, año de pandemia y de tragedias. La economía informal enmarca a todas las actividades económicas que se encuentran por fuera de las normas administrativas y penales de un Estado. Desde el “contrato de trabajo en negro” hasta el tráfico de drogas, pasando por la evasión impositiva, el icónico contrabando y las conexiones clandestinas a los servicios, solo por citar las actividades más conocidas a nivel general.
Las actividades informales suponen un alivio de corto plazo de las necesidades básicas del ciudadano, pero lo envuelven en un círculo vicioso muy difícil de salir. Una persona informal es una persona que se sumerge en un fango de oscuridad que lo hace invisible a las posibilidades de crecimiento sostenible, ya que éstas (el acceso a crédito, protección social y salud pública) se encuentran dentro del marco de regulaciones que exigen que ese ciudadano “exista” para el Estado.
Creo que hablar de la informalidad incomoda porque en el fondo estamos hablando de un tema que todos consideran muy íntimo como la deshonestidad. Si compro más barato para no pagar el IVA, si contrato en negro para ahorrarme la contribución a la previsional y demás son cosas “mías”. Y las cosas “mías” no se discuten porque es una decisión personal, aparte “todo el mundo nomás luego lo hace”.
El pensamiento de que “no soy yo el problema” es lo que ha hecho que este fenómeno hoy afecte a un equivalente de casi la mitad de nuestro PIB. La culpa siempre es del otro o del Estado.
No se puede negar que la deficiente acción en la retribución de los impuestos en servicios de calidad es una de las debilidades más importantes del Estado. Es un problema no solo en el Paraguay sino en todo Occidente. La proliferación de “paraísos fiscales” se dan justamente para eludir o evadir la tributación ya que los Estados al decir de Yuval N. Harari “…son muy malos para hacer cosas buenas y muy buenos para hacer cosas malas”.
Sin embargo, no podemos aceptar esa premisa como un justificativo para vivir en informalidad. La proliferación de narcopolíticos, la inseguridad en las calles, la escasa productividad y competitividad de nuestras empresas, los puestos laborales precarios y familias viviendo en esa desprotección son el resultado que tenemos a la vista de tal situación.
“Primero ellos, luego yo” es lo que la mayoría de la gente nos dice al justificar esta conducta. Entonces deberíamos aceptar que estamos haciendo algo incorrecto ya que lo reconocemos cuando el otro lo hace. Si reflexionáramos un segundo, desecharíamos dicho argumento inmediatamente.
No todo es sombrío. En el 2021, por primera vez en ocho años de medición, el índice tuvo una reducción del 0,5% del PIB. Por supuesto que no es suficiente, lo ideal a futuro es pensar que la economía informal no llegue al 15% de nuestra economía. Este descenso se debe en gran medida al esfuerzo de no pocas personas que han encontrado que el camino para formalizar es ayudar a que la gente “exista”. Exista profesionalmente, laboralmente. Que exista para el mercado de créditos y poder aumentar su capacidad adquisitiva. Vivir dignamente y con mayor seguridad física y jurídica.
Existir para tener visibilidad y exigir a las autoridades mayor responsabilidad.