La familia puede ser considerada como la célula nuclear de la sociedad y una matriz de intercambio donde se cuecen a fuego lento desde creencias centrales, estructura de significados, funciones, identidad, etc., por ende, se constituye en uno de los pilares principales de la vida psíquica de las personas. A posteriori, en el proceso de individuación –del somos al ser individual-, todo este cúmulo de conceptualizaciones, traducidos algunos en mandatos de origen, se encarnan en cada uno de sus miembros, que reproducirán -por oposición o adhesión- en otros grupos, parejas o constituciones de otras familias.
En la pareja humana, entonces, para cada uno de sus integrantes, la familia será siempre la matriz, el baremo, el patrón de referencia. Es la familia, la que provee a cada uno de sus integrantes un sentimiento de identidad independiente que se encuentra mediatizado por el sentido de pertenencia. Desde esta perspectiva, una pareja puede ser definida como un sistema conformado por dos personas, voceras de 2 sistemas que fueron conformados, a su vez, por 4 sistemas que, a su vez, fueron constituidos por 8 sistemas, así en una relación geométrica ad infinitum.
El amor de la pareja
Una pareja puede definirse como dos personas de igual o distinto sexo procedentes de dos familias de origen, que instauran un vínculo con proyecto y objetivos comunes. Se desarrollan en equipo brindándose apoyo y motivación, en un espacio propio que excluye a otros, y que también se relaciona con el entorno como pareja, pero a la vez conserva espacios individuales de relación consigo mismo y de relación social. Es decir, una pareja es interdependiente, una fracción se comparte y se depende y otra fracción cuida los espacios de autonomía.
Esta descripción demarca claramente las fronteras de la consolidación de una pareja a la que cabría agregarle que ambos cónyuges son portadores de pautas, normas, cultura, funciones, códigos, mandatos, valores, creencias, significados, ritos, estilos de emocionar y procesar información, etc., que es lo que trae cada uno de los integrantes en su maleta y que está dispuesto con mayor o menor resistencia a intercambiar y acordar. De la sinergia de todos esos componentes que trae cada uno a la relación, se construirá una pareja. Es decir, de la misma manera que en el proceso de individuación familiar, de somos vamos a constituir al ser, en la construcción de la pareja del ser vamos al somos. Es decir, lo que cada uno aporta a la relación (propiedades y atributos) conforma una pareja con identidad propia, la identidad de pareja.
Si bien, un integrante puede tener algunas de sus propiedades en común con el partenaire, por lo general existe la complementariedad. Es decir: Que tienes tú que no tengo yo, que tengo yo que no tienes tú. En esta matriz relacional radica la esencia del vínculo. No obstante, estas mismas diferencias que dan la estocada en la elección, pueden ser categorizadas en el paso del tiempo como antagonismos y fuente de reclamos de un partenaire a otro, exigiéndole ciertas características que nunca tuvo. Este fenómeno es producto de los crecimientos individuales y de la pareja: un coletazo negativo que trae discusiones. Esto puede dar lugar a descalificaciones, agresiones y diferentes tipos de defensas donde uno de los cónyuges se halla desacreditado por el otro. Pero…. ¿que hay del amor?
Una de las características distintivas de la pareja humana con otras parejas animales es el amor. Muchos han sido y son los autores que han intentado definir al amor. Románticos, poetas, científicos, artistas, terapeutas, se han embarcado en semejante tarea, imponiendo desde sus modelos de conocer las más disímiles descripciones. Es cierto, que como la mayoría del repertorio de términos abstractos, el amor resulta sumamente difícil de explicar, más aún cuando se apela a recursos racionales o que competen a la lógica.
Intentar definir al amor
Tratar de traducir al amor a significaciones racionales e imponerle, si se quiere, una cuota de lógica, puede sumergirnos en una profunda complicación. El biólogo H. Maturana señala que El amor no tiene fundamento racional, no se basa en un cálculo de ventajas y beneficios, no es bueno, no es una virtud, ni un don divino, sino simplemente el dominio de las conductas que constituyen al otro como un legítimo otro en convivencia con uno.
El amor es un sentimiento que emerge poderoso de las fauces del sistema límbico. No pasa por el tamiz del hemisferio izquierdo, racional y lógico, aunque a veces se intentan evaluar cuáles fueron las características, particularidades o actitudes por la que una persona ha enamorado a otra. Es, entonces, cuando el amor se piensa. Pero se piensa cuando ya se halla instaurado. O cuando se duda. Cuando no se está convencido que el sentimiento hacia el otro es el amor. El partenaire enamorado, siente y convierte en acciones que tratan de ser consecuentes y coherentes con ese sentimiento. Y el amor, eso es, un sentimiento. A diferencia de la emoción que es intempestiva, el sentimiento involucra variables emocionales, cognitivas y pragmáticas y un factor fundamental: el tiempo, que es el encargado de ejercer las tres variables anteriores.
Aunque en ocasiones, el amor se confunde con otras emociones. Estar enamorado no es estar entrampado, enlazado, atrapado cazado, enganchado o preso. Esas son falsas concepciones del amor, son sentimientos y emociones que confunden y que tienen su progenie en enlaces psicopatológicos, disfuncionalidades comunicacionales, engarces de tipos de personalidad. En el amor siempre hay una cuota de pasión. Pero la pasión no es obsesión; la pasión motiva, la obsesión agota, la pasión promueve pasión, la obsesión asfixia, la pasión entusiasma, la obsesión enloquece, la pasión atrae y la obsesión genera rechazo.
Básicamente, entonces, afirmamos que el amor no es una palabra, sino un acto, es decir, el amor no tiene definición precisa sino que es definido en el seno de la pragmática mediante acciones que conllevan interacciones. Un ser humano traduce en gestos, movimientos, acciones, palabras o frases, orales o escritas, en la necesidad de hacer saber al otro, de transmitirle al otro, ese afecto profundo. Transmisión que encierra la secreta expectativa de reciprocidad amorosa, de complementariedad relacional que produce en el protagonista el saber que no está solo en semejante empresa (el amar sin ser amado es una de las causales más frecuentes de la desesperación). Transmisión que busca la creencia de una seguridad. Una utópica seguridad, tanto, que la búsqueda de reaseguramiento amoroso hace que se descuide el presente de amor en pos de reafirmar el futuro hipotecándolo. Y ese descuido, posee lamentables consecuencias cuando la mirada preocupada se centra en adelante y no en mientras y durante.
Quien encanta a quien
Cuando dos personas se encuentran y aparece en ellas el deseo amoroso, la comunicación verbal se activa. Las palabras fluyen en armonía, aunque a veces los temores al rechazo bloquean ese libre fluir. Las frases se impostan casi poéticamente. Hasta en los menos histriónicos, la impronta seductora impregna las palabras. Aparece cierta cadencia en el discurso, cierta tonalidad en el hilván de las frases. La gestualidad se modifica. La mímica es más sutil y los movimientos se encorvan y enllentecen. Los ojos se entrecierran, la boca se mueve más provocadoramente y las miradas de los partenaires, retroalimentan todo este juego. Todo un complejo comunicacional que intenta cautivar y seducir al otro en pos de generar unión amorosa.
El crecimiento del vínculo, léase el conocimiento del otro en sus valores, gustos, virtudes y defectos, etc., genera una complementariedad que permite el lento avance hacia la conformación de una familia. Pero la génesis de una buena relación de pareja se halla, entre otras cosas, en estar con el otro de la misma manera y la misma libertad que cuando estamos con nosotros mismos.
Neurobiológicamente, cuando dos personas se encuentran, hay fluidos endocrinológicos y bioquímicos que se segregan. El estómago se endurece y se detona en ansiedad lo cual produce mayor apetito que se traduce en voracidad. En otras ocasiones, se produce fenómeno contrario: el estómago se cierra y no deja el libre paso a la ingesta alimenticia. La secreción de adrenalina aumenta, colocando a la persona en una alerta hipervigilante. Los músculos se tensan y se está pendiente de las actitudes del otro que serán significadas como señales de atracción o aceptación, indiferencia y rechazo.
Todas estas son las alertas que acompañan al deseo amoroso. Alertas que, de ser correspondidas, hacen que se conforme una pareja. El crecimiento del vínculo, léase el conocimiento del otro en sus valores, gustos, virtudes y defectos, etc., genera una complementariedad que permite el lento avance hacia la conformación de una familia.
El establecimiento de la relación, posibilita descender los niveles de romanticismo (tanto verbales, paraverbales, etc.) a los que aludíamos anteriormente. No porque se está menos enamorado, sino porque varía cualitativamente, puesto que en dicho período romántico, los amantes están preocupados por ser correspondidos en el amor, por tanto, hacen cosas que cautiven al partenaire y son hábiles detectores de cuáles son los detalles que seducen al otro e intentan ponerlos en juego. Es una etapa donde se trabaja para asegurar la relación, más allá de los efluvios químicos e instintuales que acompañan al proceso.
Pero tal establecimiento de la relación no implica dejarse estar en la pareja. Al contrario. Una pareja es un trabajo relacional amoroso que debe desenvolverse toda la vida. La cotidianeidad, la rutina, el trabajo, el ejercicio de la parentalidad, los crecimientos evolutivos dispares, entre otros, son atentados contra la estabilidad de la relación. Por lo tanto, el amor debe trabajarse para continuar creando nuevas definiciones de amor que devengan en nuevas acciones que generen un crecimiento no solo de la pareja sino del amor mismo.