Periodista es un ser que siempre molesta al poder

El periodista le cuenta a la ciudadanía aquello que el poder no quiere que se sepa. Por ello molesta a los gobiernos; más aún a esos que tienen caracú autoritario. Por otra parte, un medio no es poderoso porque su dueño lo sea; es poderoso porque el público le cree. La adhesión del público es el único poder que tiene un medio. Es lo que hace posible su vigencia.

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El periodismo es un servicio público. El periodista no trabaja para su patrón, su editor ni la corporación que sostiene su medio. Trabaja para el público. Eso lo saben los editores y los propietarios inteligentes. La credibilidad de un medio está sostenida por la libertad que tienen sus periodistas para informar y opinar como creen que deben de hacerlo.

Todo gobierno sueña con un periodismo domesticado. Que hable solo de “las cosas buenas que hacemos”. Y cuando un medio revela la podredumbre del poder éste se victimiza (“el periódico nos quiere extorsionar”), se autocompadece (“hay un abuso de la libertad de prensa”) y amenaza (“¡cuidadito!”).

Somos el segundo país más corrupto de Sudamérica. El periodismo independiente del gobierno no puede callar la corrupción a la vista. Una característica del corrupto es su ansia de ostentar y de alardear de sus bienes provenientes de los males que causa al saquear el erario. La empresa más productiva es la política, y la manera de hacerse rico en política es robando. Para el político ladrón la denuncia de corrupción es “abuso de la libertad de prensa”. De ahí la obsesión por ponerle límites a esa libertad.

Al tiempo de garantizar que “no se dictará ninguna ley” que restrinja la libertad de expresión ni la de prensa, el artículo 26 de la Constitución es claro: “No habrá delito de prensa, sino delitos comunes cometidos por medio de la prensa”. Si alguien siente afectada su honorabilidad por una información, tiene la potestad de llevar el caso a la justicia. Muchos no lo hacen, porque en un juicio se destaparán más embrollos que no quieren ventilar.

Y hay que dejar bien en claro que la libertad de prensa no es un privilegio de la prensa en sí, sino una protección al derecho que tienen las personas “a recibir información veraz, responsable y ecuánime” (art. 28 de la CN).

Si un medio abusa de la libertad y le miente al público, ese mismo público accionará su facultad de castigarlo. No lo callará, pero ya no le creerá.

La prueba de que un medio es creíble para el público está en su capacidad para instalar la agenda informativa seria. Y en un país tan corrupto como el nuestro, predominan las denuncias de corrupción. El poder no soporta la revelación de sus vicios.

Cuando a Gabriel Casaccia le increparon porque en La babosa presentaba un Paraguay lúgubre, el padre de la novelística paraguaya respondió: “Mi novela solo refleja la realidad; cambien la realidad y yo escribiré novelas hermosas”.

nerifarina@gmail.com

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