A los niños no se les puede obligar a leer, "sí sobornar"

Terminada la entrevista, ya en el ascensor del hotel Sheraton de Buenos Aires, surge inevitablemente el tema de la paternidad de Lugo.

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Mario Vargas Llosa empieza a contar en tono socarrón e insinuante que "los obispos tienen una larga tradición erótica", pero lamentablemente la puerta se abre y se tiene que despedir, dejándonos con las ganas de escuchar lo que sin duda iba a ser uno de sus deleitosos relatos. En esta segunda y última entrega, el gran escritor peruano marca diferencias en la compleja relación entre la literatura y la política. Se refiere a la educación y la promoción de la lectura. La atribuye gran importancia a lo que está ocurriendo en el mundo árabe e insiste en que liberar las drogas es la única opción contra el crimen organizado. –Algo que se escucha con frecuencia por parte de sus críticos es que Vargas Llosa es un gran escritor, pero un pésimo político, ¿qué les responde?  

–(Se ríe) Bueno, mire, yo no creo que se pueda dividir a una persona de esa manera, ¿no? Yo creo que una persona es una unidad en la que puede haber, desde luego, contradicciones, el ser humano es complejo, es diverso, contradictorio, pero pienso que mis ideas políticas, que se mueven en un campo específico, que es el de la política, y el escritor que soy tienen un fondo común, un denominador común, que es inseparable.

–¿Su obra tiene un mensaje político?  

–Un mensaje moral, sin ninguna duda; político-partidista, no. Cuando yo quiero defender ideas políticas, pues escribo artículos o doy una conferencia o una entrevista. No creo que la literatura sea una buena tribuna política, porque la literatura se vuelve propaganda si uno la convierte en un instrumento de difusión de ideas políticas. Y a mí la literatura me importa demasiado como para convertirla en propaganda.

–El límite a veces se vuelve sutil.

–La política pertenece a un ámbito mucho más pequeño que la literatura. La literatura se ocupa de toda la experiencia humana en general y allí caben muchas más cosas que en la política. Creo que dar una lectura puramente política a mis obras es traicionarlas. Puede haber elementos políticos en ellas, y de hecho los hay, sobre todo en novelas que tienen que ver con hechos históricos, con dictadores, con períodos de dictaduras, hay evidentemente unas connotaciones políticas, pero aún en esos libros yo creo que hay muchas más cosas que política, cosas que fundamentalmente caen en el terreno de los valores. Se debería hablar mucho más de algo moral y ético que puramente político.

–Pero, como usted decía, el autor es el mismo, no se puede dividir.

–Sí, pero una cosa es escribir una historia que signifique una gran protesta contra la injusticia, por ejemplo. No hay que dar una lectura política a la protesta contra la injusticia, la protesta contra la injusticia es básicamente un valor moral, es una defensa de los derechos humanos, de la libertad, del derecho de todo individuo de ser tratado como un ser humano y no como un objeto. Esos temas yo creo que tienen esa proyección. Muy distinta, por supuesto, de la que tiene un artículo donde se critica a un gobierno o se defiende una determinada política en el campo económico o en el campo social.

–¿Usted se considera un político, además de un escritor?  

–Soy básicamente un escritor, no un político. He hecho política en un período, por razones muy excepcionales, pero soy básicamente un escritor. Ahora, yo creo que un escritor debe participar en el debate político, sobre todo en países como los nuestros, donde hay tantas cosas todavía por definir, ¿no es verdad? ¿Vamos a ser democracias, vamos a ser dictaduras, vamos a ser modernos, vamos a quedar en el subdesarrollo? Esos son temas políticos, por supuesto, y sobre esos temas yo opino.

–¿Y cuando escribe literatura, se sustrae de ellos?  

–Cuando escribo ficción mi visión no es política, mi visión trata de ser mucho más amplia y no estar subordinada a la actualidad. Yo creo que la literatura que está subordinada a la realidad es muy efímera. La actualidad es una cosa transeúnte, que desaparece muy rápidamente, se renueva muy rápidamente, y los libros que son totalmente subordinados a la actualidad desaparecen con ella. La literatura debe apelar a sentimientos, experiencias mucho más permanentes para ser literatura de verdad, que se pueda leer con muchos años de distancia. Por eso podemos leer nosotros a Cervantes, por eso podemos leer a Shakespeare, porque ellos apelaron fundamentalmente a la experiencia humana en general.

–¿Cómo ve el futuro de la literatura?  

–Pues hay ahora una gran incertidumbre respecto a la literatura, sobre todo la literatura de libros de papel. El libro electrónico está avanzando a gran velocidad, creo que va a seguir creciendo en el futuro inmediato, y la pregunta es si el libro de papel va a sobrevivir, coexistir con el libro electrónico, o va a quedar arrinconado y va a pasar de repente a las catacumbas, a una especie de clandestinidad. Yo creo que todo eso puede ocurrir y mi impresión es que dará un vuelco muy profundo la literatura si el libro de papel desaparece. Yo creo que la literatura para las pantallas no será nunca la misma.

–¿Hay una relación del formato con el contenido?  

–Sí, yo creo que sí. Mire lo que ha pasado con la televisión. La televisión es un medio extraordinario de comunicación y, sin embargo, los contenidos ¡qué pobres son, qué mediocres son! La televisión es una revolución fantástica, pero esos contenidos, desde el punto de vista de la creación, son de una pobreza extrema. La pantalla de alguna manera se dirige a lo más bajo del ser humano, no apela sobre todo a su inteligencia, a su sensibilidad, apela a sus pasiones, apela muchas veces a los lugares comunes más manidos. Entonces, desde el punto de vista de la cultura, la televisión ha producido productos culturales de tercer o cuarto orden. Mucho me temo, ojalá me equivoque, que cuando los libros se escriban para las pantallas vayan a seguir el mismo proceso de banalización, de frivolización que tienen los contenidos de la televisión y, en cierta forma, también del internet.

–¿Y cómo ve la educación?  

–Creo que también hay una incertidumbre muy grande sobre qué tipo de educación se debería dar para preparar a las generaciones futuras. Una de las ideas que por desgracia parece prevalecer es la de que esa educación debe ser fundamentalmente pragmática, que debe preparar a los jóvenes sobre todo para asumir la revolución tecnológica de nuestro tiempo sacrificando las humanidades, como si las humanidades fueran un lujo prescindible. En muchos países las reformas de la educación van orientadas en ese sentido. A mí eso me parece gravísimo, porque creo que las humanidades son las que mantienen justamente los denominadores comunes, en tanto que la tecnología y la ciencia tienden a crear especialistas, no puede ser de otra manera, por la elaboración, por la diversificación extraordinaria del conocimiento.

–Hay que buscar una visión más amplia.

–El especialista que es solo especialista es un ser inculto. Puede ser un gran experto en su materia, en su ramo, un ser que ve mucho en su campo, pero que no sabe nada de lo que ocurre en los otros campos y que, por lo tanto, está condenado a una incomunicación. Sería espantoso un mundo de seres incomunicados por ser  un mundo de simples especialistas. Justamente las humanidades, y yo diría la literatura más que ninguna otra rama, establece esos denominadores comunes entre gente de profesiones, de quehaceres, de vocaciones muy distintas. Eso debería reflejarse en la educación.

–¿Hay que obligar a los niños a leer?  

–Obligar es una palabra mala, es una palabra peligrosa, porque si uno obliga a los niños a leer, los niños van a odiar la lectura y no van a ser lectores de grandes. Lo que hay que hacer es sobornarlos, hay que empujarlos discretamente hacia los libros para que descubran por ellos mismos el inmenso placer que significa leer un buen libro, la aventura que puede significar leer un buen libro. A los niños y a los jóvenes les gustan las aventuras, ¿no?  

–Pero es importante que la educación se ocupe de crear lectores.

–Eso es absolutamente fundamental, y hay que crear lectores desde los primeros años. De eso depende que ellos sean ciudadanos cultos, que sean ciudadanos críticos, que sean ciudadanos que participan en la vida social. Crear un mundo de puros especialistas yo creo que es peligrosísimo, equivale en cierta forma a crear un mundo de robots, y los robots y la libertad yo creo que llegan a ser totalmente incompatibles.
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