Imagine que es usted un niño o una niña de una zona rural pobre, cuya familia ha tenido grandes dificultades para lograr que asista a la escuela. Al igual que otros 50 millones de niños de distintas partes del mundo desde el año 2000, por fin ha llegado a las aulas. Ahora se le plantea la sencilla cuestión de qué aprenderá. Lamentablemente, la respuesta es que no aprenderá mucho.
Hace unas semanas, durante un viaje a Uruguay, pude visitar la Escuela Grecia, de Montevideo, y observar a los alumnos hacer sus tareas. Allí, al igual que en la Escuela Cassait, de la República de Corea, o en escuelas de Sudán del Sur, el país más joven del mundo, la necesidad que me plantean los padres y madres, antes incluso que un techo o alimentos, es una educación para sus hijos. Cualquier cabeza de familia tiene claro que un niño que acude a la escuela está recibiendo mucho más que una enseñanza: un camino de libertad y la posibilidad de adquirir competencias que le ayudarán a obtener un empleo. Es el pedido número uno de los padres y madres y es obligación de la Unesco responder a esa demanda. Todos debemos actuar ante el hecho lamentable de que hoy 250 millones de niños en edad de acudir a la escuela primaria no puedan leer ni escribir, estén o no escolarizados.