El que mal anda

En las últimas semanas, algunos hechos han marcado la agenda pública. Pasaré a citarlos nada más, sin hacer un análisis exhaustivo de cada uno, sino más bien uno macro que los engloba en un todo.

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Estos son: 1. El embarazo de una menor de tan solo diez años, a causa de las reiteradas violaciones que habría sufrido, nada más y nada menos que de su padrastro. 2. El debate entre los de siempre: abortistas y antiabortistas, con muy poco interés sobre la niña y ser humano por nacer, y mucho más interés en instalar sus agendas y demostrar que ellos tienen la razón y no los demás. 3. La aparición de un video en el que se ve a un hombre (supuesto culpable de la violación de otra menor, de tan solo cinco años) siendo sometido a abusos físicos (sexuales) supuestamente realizado por reclusos de un centro de detención, en un aparente acto de “justicia” para vengar a la menor ultrajada. Y, 4. El atentado con consecuencias mortales del siempre cuestionado Magdaleno Silva, supuestamente conectado al narcotráfico, que agudizó aún más la cruenta lucha que está arrastrando a dos sectores cada vez más radicalizados del partido de gobierno, tristemente célebre por sus (literalmente) sangrientas disputas internas.

Todos ellos han generado una respuesta común: una radicalización de la opinión pública. Miles de comentarios en las redes sociales y en los medios de comunicación, que más parecían provenientes de miembros del terrorífico “Estado Islámico” que de ciudadanos de una República que se dice democrática.

En todos los casos citados anteriormente, la respuesta era una misma: la inutilidad del sistema de derecho y la necesidad de saltar los canales institucionales –y, por ende, nuestra Constitución y nuestras leyes– con la supuesta intención de lograr una justicia más perfecta que la que nos otorga esta (evidentemente) imperfecta democracia. Y no creo que esté bien que empecemos a exigirle al Estado hacer lo que no le hemos autorizado hacer, con tal de que nos llene la “barriguita de la justicia”. Porque eso es exactamente lo que hacen los que, contrariando la Constitución, piden que se mate a la criatura que está por nacer (Art.4°), los que festejan que se viole y se torture a un sospechoso en custodia (Art. 4°,5°, 11, 15, 16, 17 cuando menos); y los que también celebran que, en nombre de una supuesta justicia, equilibrio, o como quiera llamarse, por haber vivido una vida cuando menos cuestionable, una persona deba ser acribillada (y con ella otras que quizás nada tengan que ver) en la vía pública por otro grupo de mafiosos, quizás peores, para satisfacer esta creciente y peligrosa sed de sangre que tienen algunos y que si no empezamos a señalarla, puede acabar en experiencias siniestras como las de los yihadistas islámicos.

La Constitución no es perfecta, pero exigir su cumplimiento es el camino para una democracia más plena y una institucionalidad más sana y verdadera, única receta de las naciones verdaderamente civilizadas. Comentario completo en https://www.facebook.com/luislopezneryhuerta/posts/10153394687671349.

Luis Eduardo López

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