El joven soñador y la lección del genio

Este es un relato de ficción: Los primeros rayos del sol atraviesan las viejas cortinas que cubren las ventanas de la casa de Jaime. El joven y su familia vivieron una madrugada de terror al pensar que la impetuosa tormenta derrumbaría su humilde hogar.

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Después de compartir el desayuno, doña Pepa la mamá de Jaime se dirige al pueblo para realizar las tareas domésticas en la casa de una de las pocas familias acaudaladas del lugar, mientras que los hijos mayores Jaime, Rita y Luis quedan a cargo de la chacra y del cuidado de los dos hermanos más pequeños.

Jaime y Luis trabajan de sol a sol para que los cultivos salgan de la mejor manera posible, de tal forma a que puedan obtener algunas ganancias cuando vendan las verduras en el mercado del pueblo. Rita prepara la comida, barre y, con la ayuda de los varones mayores, cuida a sus hermanitos de cuatro y seis años. Aunque un gran anhelo de estos chicos es estudiar, ninguno tiene la posibilidad de ir a la escuela. Mientras cava la tierra, Jaime se imagina lo feliz que sería si tuviera la oportunidad de ser intendente del pueblo para ofrecer mejores condiciones de vida a todos los pobladores. De repente, el chico siente que la pala toca un objeto duro. Con mucha curiosidad, saca una pequeña caja de metal y se sorprende, porque es la primera vez que encuentra un artículo valioso en su terreno.

De un momento a otro, la caja empieza a vibrar y emite una luz muy fuerte, por lo que Jaime se asusta y la tira al suelo. Luego, una figura brillante se materializa ante los ojos del joven, quien se siente tan asustado que solo desea refugiarse en la casa, junto a sus hermanos.

Después de unos segundos, la figura habla y dice: “Jaime, tenés la posibilidad de hacerme un pedido y yo te concederé el deseo al instante. ¡Atención!, la petición solo será válida si implica un beneficio para toda esta comunidad”. El joven pensaba que los genios solo existían en los cuentos de hadas, por lo que le cuesta recuperarse del asombro. Aún así, contesta sin dudar: “Quiero ser el intendente del pueblo para acabar con la pobreza de nuestra gente”.

La figura mágica asiente dos veces y manifiesta: “Está bien. Serás alcalde por 30 días y, si en ese lapso no demostrás que buscás el bienestar de todos, las cosas volverán a su normalidad”.

Después de haber dado dos giros sobre su propio eje, Jaime se encuentra detrás de un gran escritorio, pero no cualquier escritorio, sino el del intendente. Sale del despacho, se cruza con unas cuantas personas y se da cuenta de que todos lo reconocen como la autoridad porque, según el calendario, las elecciones municipales ya se realizaron en esos días.

Al chico todo le parece irreal, pero una sonrisa se le forma en el rostro cuando se da cuenta de que ahora tiene mucho poder y acceso a los fondos públicos. Durante los primeros días de su mandato, el joven ubica a su familia en una casa lujosa, impide a su madre que siga trabajando y contrata instructores para que den clases particulares a sus hermanos en diversas áreas del conocimiento.

Con el transcurso de las semanas, Jaime se emborracha de ambición; se siente halagado porque los comerciantes más ricos de la zona lo invitan a fiestas y banquetes, los que tienen negocios turbios buscan su protección y no existen límites para él en el momento de adquirir cosas materiales. Mientras él nada en la opulencia, los demás habitantes deben sobrevivir en medio de la pobreza, como siempre.

Después de 30 días, el genio aparece ante un relajado Jaime que está echando una siestita en su cómoda cama de plumas. “No cumpliste con el pacto, así que es hora de regresar a casa”, exclama la figura mágica con un tono de voz inflexible.

El joven siente un peso enorme sobre su corazón y se cuestiona a sí mismo: ¿Hasta dónde es capaz de llegar alguien que está cegado por el poder y la ambición?

Por Viviana Cáceres (19 años)

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