“Ciberbullying” paraguayo

En la edición del lunes 26 de ABC Color leíamos sobre la aparición de una nueva forma de hostigamiento escolar: el ciberbullying, que es algo más que acosar a los compañeros o potenciales rivales con apoyo de la tecnología, y que en Inglaterra y Estados Unidos afecta casi al 85 por ciento de los chicos en edad escolar.

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Así que, por esta época, ya no existen los “hostigadores” cuyo acoso no pasaba más que de ocultar algunos útiles, quedarse con la plastilina o pintar las hojas de los cuadernos ajenos. De hecho, si ya pasaste las dos décadas y media de vida y hacés memoria, a estas alturas esos hechos solo son recuerdos pintorescos y graciosos.

Pero lo preocupante no es la aparición o la instalación de esta “novedad” en las aulas, sino más bien la actitud que toman los docentes y los propios padres al entregar a sus hijos un aparato electrónico que solo les permitiría alimentar su ego, hacerles perder el tiempo y estudiar menos, que no es precisamente (en un futuro no muy lejano) el tipo de hombres y mujeres que necesitará este país -ya en decadencia- para salir adelante.

Esto del ciberbullying, que no es más que un cambio de nombre, pero que al final es mucho más agresivo, es la suma de una presión del consumismo y la presión social instalada en los círculos de los padres y los chicos, porque de hecho actualmente no habrá ya niños y niñas que pidan a sus padres de regalo un autito o una muñeca, sino más bien el último lanzamiento de aparatos de telefonía móvil.

Pero pongámosle un acento paraguayo a eso del ciberbullying: el pillaje. Una actitud tan característica del paraguayo adulto. Una amiga alemana me dejó un sabio mensaje: “Para ustedes, el pillaje (entiéndase joderle, avivarse o sacarle ventaja a otras personas pasando por encima de sus derechos) es sinónimo de gloria y lo celebran, sin embargo, para un pueblo que desea salir adelante y avanzar socialmente eso implica un retroceso”. Un claro ejemplo se da cuando estamos aguardando la salida de un vehículo en el estacionamiento repleto del supermercado para ocupar su lugar, y otro avivado te lo toma por la derecha, celebrando su exitoso pillaje.En la nota de referencia, una profesora de nombre Sara Romero declaraba que “los docentes prefieren no enterarse de que pasan esas cosas” y que la mejor justificación la encontraban diciendo que la expansión de esta práctica social negativa se da fuera de las aulas. ¡Qué horror! ¡Qué fácil es hacer el papel de Poncio Pilatos! ¿o no?

¿Cuántas “Sara Romero” más habrán por las escuelas y colegios del país? Y pensar que en las manos de estos docentes está la educación de cientos de chicos.

Queridos profesores (no sé si aún existen maestros según lo define el diccionario de la Real Academia Española: Dicho de una persona o de una obra: De mérito relevante entre las de su clase), este problema no se soluciona prohibiendo el uso de celulares en las aulas, sino buscando junto con los padres planes y estrategias efectivas a través de la enseñanza y educando a quienes más adelante serán los conductores de un país que cada vez más los necesita. ¡Feliz domingo!
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