Celebramos la solemnidad de Pentecostés, es decir, cincuenta días después de su Resurrección, Jesús nos envía desde el cielo al Espíritu Santo. De este modo, en cinco puntos, se queda completo el núcleo central de nuestra fe, también llamado de “kerigma”: pasión, muerte, resurrección, ascensión (glorificación) de Jesucristo y la venida del Paráclito. El Espíritu Santo es verdaderamente Dios, de la misma naturaleza del Padre y del Hijo. Él forma nuestro corazón con los valores de Jesucristo, para que mejoremos nuestras actitudes. Jesús nos envía el mismo Espíritu que lo animó en sus obras y palabras, cuando estuvo históricamente con nosotros. No es un Espíritu de temor, de depresión, de “kaiguetismo”, pero un Espíritu de dinamismo, de certezas y de confianza.
Celebramos en este cuarto Domingo de Pascua el domingo del “Buen Pastor”, la “Jornada Mundial de oración por las vocaciones religiosas y sacerdotales”, y el “Día del Obispo” en Paraguay. Jesús nos cuenta la parábola del buen pastor, indicando sus principales características: da la vida por sus ovejas, protégelas de los ataques de los lobos y las conoce por su nombre.
Jesús resucitado aparece a sus discípulos al atardecer del primer día de la semana, es decir, el domingo, y es por esto que nosotros lo celebramos como “El día del Señor.” Así, el domingo es el día por excelencia para reunirse con los hermanos de fe y festejar juntos la vida nueva en la Eucaristía, la acción de gracias por la maravillosa generosidad de Dios.