El 8 de diciembre de 1934, la 8ª División de Infantería, compuesta por los Regimientos Mcal. López, Pitiantuta y Batallón 40, al mando del entonces Cnel. Eugenio Alejandrino Garay, retomó los únicos pozos de agua existentes en una de las regiones más desérticas e inhóspitas del Chaco Boreal, torciendo así el curso de la guerra a favor del Paraguay.
Quien no recuerda las historias fantásticas que nos fascinaban cuando de niños leíamos o nos narraban algún cuento en el cual el universo mágico de las hadas, habitado por duendes, unicornios, dragones, y animales que hablaban, se entrelazaba con las aventuras del héroe, plenas de suspenso, quien vencía desafíos increíbles para lograr el triunfo y terminar el relato con un final feliz.
La indignación por el alevoso asesinato del caballo “Tacuary” en un predio militar por parte de intrusos violentos, disfrazados de damnificados por la creciente, supera todo pronóstico. Un bello ejemplar equino en el predio donde se inició institucionalmente el Ejército paraguayo en 1844, encontró la muerte desangrado por obra de unos desalmados que además siguen impunes.
La muy deseada institución de estudios terciarios, que nos fuera denegada repetidamente durante toda la colonia, finalmente pudo ser creada por ley de la República el 24 de setiembre de 1889. Pero hasta eso se hizo cuesta arriba. La fundación de la universidad decana del país tuvo que superar primeramente un veto presidencial por falta de fondos.
Se cumplieron 76 años de un deplorable acontecimiento que tiñó con sangre inocente la explanada del Palacio de López, cuando una pacífica manifestación estudiantil, reclamando medidas concretas para la defensa del Chaco, fue injustamente reprimida a balazos, desde la terraza de la sede gubernativa, en tiempos de la hegemonía liberal.