Hazaña de Yrendague y milagro de la Virgen de Caacupé

El 8 de diciembre de 1934, la 8ª División de Infantería, compuesta por los Regimientos Mcal. López, Pitiantuta y Batallón 40, al mando del entonces Cnel. Eugenio Alejandrino Garay, retomó los únicos pozos de agua existentes en una de las regiones más desérticas e inhóspitas del Chaco Boreal, torciendo así el curso de la guerra a favor del Paraguay.

Camiones durante la Guerra del Chaco en la zona del Pilcomayo. Colección de Anibal Tata Ferreira.
Camiones durante la Guerra del Chaco en la zona del Pilcomayo. Colección de Anibal Tata Ferreira.Gentileza

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Una misión considerada imposible le fue encomendada por el Gral. José Félix Estigarribia, al comandante de la 8ª División de Infantería, un anciano de 60 años apodado Avión Pytã por sus tropas que lo idolatraban y respetaban.

Debía partir a pie, el 5 de diciembre de Puesto Estrella, al mando de 1.400 hombres, serpentear por entre la VII Div. Infant. y II Div. de Caballería bolivianas, recorrer 70 kilómetros, soportar el calor abrasador, la arena calcinada que se colaba como talco por ojos, boca, oídos, los arbustos espinosos que desgarraban la carne y llegar sin ser descubierto por el enemigo a la aguada de Yrendague para, tras un enfrentamiento armado, retomar los vitales pozos de agua, ahora custodiados por elementos pertenecientes al Cuerpo de Caballería del Cnel. Toro, compuesto por 14.000 hombres, que habían tomado el sitio el 9 de noviembre.

Al iniciar la marcha cada soldado llevaba 1 o 2 caramañolas, pero la situación se volvió extrema cuando los aguateros prometidos por el Cnel. Rafael Franco jamás llegaron porque la columna marchaba infiltrándose en medio de tropas bolivianas y su éxito dependía del factor sorpresa. Iban por un camino tan árido y hostil que nadie podría imaginarlo como sitio desde el cual vendría el ataque de toda una División.

Con la fe en la Inmaculada

–Ani epena, mi coronel, Tupãsy Caacupé ñande pytyvõta.

La optimista frase de un desfalleciente soldadito en la víspera del 8 de diciembre, a escasos kilómetros de los inalcanzables pozos de Yrendague dibujó una sonrisa en el adusto rostro del curtido comandante. Si todo lo planeado fracasaba, estaba siempre el recurso del milagro de la Virgen de su continua devoción.

En el árido desierto, el agua era el eje de las operaciones guerreras. Con base en el absoluto control de la aguada, el coronel boliviano David Toro se aprestaba a cambiar la suerte de su Ejército, protagonizando despliegues formidables de tropas y equipos a los cuales las menguantes capacidades logísticas paraguayas no serían capaces de oponer resistencia.

Todo un cuerpo de ejército se dirigía a su destino victorioso cabalgando sobre la constante provisión de agua dulce, tan importante para las batallas como el combustible de camiones y tanques. El agua estaba asegurada por la presencia de unas trincheras naturales por las cuales el enemigo jamás se atrevería a progresar. Para la defensa de la aguada, bastaban unos pocos soldados aguerridos, el resto debía movilizarse para presentar batalla a varios kilómetros. Para la logística de Toro, sobraban ganas, agua, armas y soldados. La victoria era cuestión de tiempo, nada más.

Pero, he ahí que, en la madrugada de aquel 8 de diciembre, las tropas paraguayas, comandadas por Eugenio Alejandrino Garay, que los alentó diciendo No muráis todavía, hijos míos, os pido que soportéis dos horas más para ir a morir todos juntos en Yrendague comenzaron a aparecer sorpresivamente desde donde no debían, con una actitud combatiente impropia para quienes habían desafiado a la sed, en una marcha de tres días consecutivos, que muchos no pudieron completar.

La arenga de su jefe de aguantar un poco más y llegar a Yrendague, para beber hasta saciarse o morir juntos en el intento, obró el milagro y las primeras víctimas fueron los estupefactos bolivianos al comprobar pasmados que la inexpugnable trinchera natural desértica dejada indefensa por sus jefes había sido apenas un sendero más para los paraguayos.

Una rara orden

Llegado al fortín, Garay, el avezado estratega militar, dio una rara orden a sus combatientes, para que incluso antes de calmar la duradera sed hicieran algo aun más urgente: cortar todas las conexiones eléctricas y telefónicas que encontraran a la vista.

El coronel sabía que la reacción armada boliviana dependería de los aparatos de radio y de los telefónicos. Los jefes bolivianos tenían la costumbre de dirigir las batallas de manera remota con auxilio del cablerío comunicacional.

La demencial maniobra de la retoma de los pozos por donde el enemigo considerara inviable, concebida por el general Estigarribia, y encomendada a quien no pondría reparos a iniciar un despliegue a todas luces suicida, cosechó una aureola electrizante. Hasta los sazonados soldados de cruentas batallas tuvieron que concluir que indudablemente se trató de un milagro caacupeño. El Tupãsy Ykua se trasladó a los confines del Gran Chaco donde el brindis más placentero sería con la maravillosa y refrescante agua de la vida, surgida de las entrañas de esa tierra desértica.

Pero antes del sufrido y merecido regocijo, en el espíritu cristiano de la Santísima Virgen, esos exhaustos soldados sudorosos debieron salir a repartir la salvadora agua de manantial a sus camaradas que habían quedado tendidos por el camino y a los prójimos bolivianos que en número elevado habían salido huyendo cuando descubrieron con horror que los pozos ya no les pertenecían. La Picada de la Desesperación donde murieron 13.000 bolivianos fue mitigada en parte por la bondad de los paraguayos que salieron detrás de ellos a recogerlos en camiones y darles de beber agua. Se tomaron entonces un número elevadísimo de prisioneros, además de todos los armamentos, camiones y pertrechos bélicos.

Yrendague, el 8 de diciembre de 1934, fue una multiplicidad de acontecimientos, guerra, batalla, triunfo, inmensa pena por el sufrimiento ajeno, ayuda humanitaria al enemigo inerme, milagro religioso y el punto de partida de la victoria final para nuestras armas. La posesión de esa aguada definiría la victoria o el aniquilamiento de los combatientes.

Como dijo un conocido académico, la hazaña de Yrendague excede el alcance del relato histórico, solo la literatura le puede hacer justicia. Se escribió entonces una de las páginas más brillantes de la epopeya chaqueña.

avefenixx49@gmail.com

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