La Eurocopa-2020 fue muy política

PARÍS. Repartida en once países de Europa con distintos problemas políticos, la Eurocopa de fútbol tomó un cariz eminentemente geopolítico y sanitario, desde la polémica por la remera ucraniana hasta la preocupación por la variante Delta, pasando por la rodilla en tierra y las banderas arcoíris.

Jugadores de Bélgica e Italia se arrodillan en apoyo contra el racismo.
Jugadores de Bélgica e Italia se arrodillan en apoyo contra el racismo.Andreas Gebert / POOL

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En cada gran competición hay una serie de polémicas y críticas. La edición de 2020, aplazada un año por la pandemia, no se escapa a la regla, más bien al contrario: antes incluso de su comienzo, el 11 de junio, el torneo ya tiene que hacer gala de diplomacia. La elección de los países anfitriones no es trivial, y muchos observadores, incluidas ONG, ven en Bakú un destino muy político, escogido para mejorar la imagen de Azerbaiyán, gobernado desde hace 30 años por la familia del autoritario presidente Ilham Aliev.

Y pronto surge el primer hecho extradeportivo, cuando se desvelan las equipaciones oficiales de las 24 selecciones de la Eurocopa. La camiseta de Ucrania presenta un mapa del país, incluida Crimea, anexionada por Rusia en 2014, y varios eslóganes patrióticos. Moscú protesta por un símbolo que considera “político” y el conflicto se alarga unos días, hasta que se llega a un acuerdo el 11 de junio entre la Federación Ucraniana y la UEFA, organizadora. Poco después, Grecia, que no está clasificada, emitirá una queja parecida contra Macedonia del Norte.

Enfrentamiento entre Múnich y Budapest

En paralelo nace otro debate: la intención declarada de varias selecciones de poner una rodilla en tierra antes del inicio de los partidos, un gesto tomado del movimiento ‘Black Lives Matter’ y convertido en un símbolo de la lucha contra las discriminaciones, sobre todo en la Premier League.

La idea no es del agrado de todos, especialmente del primer ministro húngaro, el soberanista Viktor Orban, que pide a los futbolistas “hacer el esfuerzo de entender (la) cultura” del país sede y “no provocar a los residentes locales”... Rodilla en tierra y puño levantado, el gesto no se repite de forma unánime en la Europa del fútbol: algunas selecciones lo hacen sistemáticamente, como Inglaterra, otras no, otras a veces... Hungría continuará animando la crónica extradeportiva de la competición, luego de que la ciudad alemana de Múnich pretenda iluminar su estadio con los colores arcoíris de la comunidad LGTB, como símbolo de protesta por la política del país magiar sobre las minorías sexuales.

El caso se conoció rápidamente como “rainbow gate” (caso arcoíris) y fue abordado por muchos líderes europeos. La UEFA no se libra: al mantenerse en su línea “apolítica”, rechazando la petición de Múnich e incluso preguntando por el brazalete arcoíris que porta el capitán alemán, Manuel Neuer, el organismo recibe críticas e intenta mostrar cierto equilibrio adornando su logotipo con los colores del arcoíris, como muchos clubes europeos. Pero a la vez advierte a sus patrocinadores que no será posible desplegar pancartas publicitarias con esos mismos colores en Bakú y San Petersburgo, amparándose en el “marco jurídico” local.

Contagios y botella de cerveza

En cuanto al duelo Alemania-Hungría, queda marcado por la aparición sobre el terreno de juego de un activista con una bandera arcoíris durante el himno húngaro y por supuestos cánticos hómofobos de aficionados húngaros. Múnich ya había contenido la respiración unos días antes, cuando el ultraligero de un activista de Greenpeace estuvo a punto de estrellarse en las gradas del Allianz Arena justo antes del inicio del Alemania-Francia.

Esa misma noche, Paul Pogba retira una botella de cerveza Heineken (sin alcohol) de la mesa de la sala de prensa, un gesto que fue muy comentado en las redes sociales. La UEFA aceptará unos días después que se retiren las botellas en presencia de los jugadores musulmanes si estos lo solicitan. El fútbol se reanudará en la fase de eliminatorias, que estará marcada por las restricciones de desplazamiento y, sobre todo, por los partidos en San Petersburgo y Londres, ciudades afectadas por la variante Delta del covid-19, más contagiosa.

Las autoridades escocesas identifican casi 2.000 casos en personas que asistieron a eventos relacionados con la Eurocopa (estadio, ‘fan zones’) y cerca de 300 aficionados finlandeses de vuelta de Rusia dan positivo. No obstante, el estadio de Wembley amplía su capacidad, prometiendo 60.000 espectadores para las semifinales y la final, a pesar de la preocupación de líderes europeos como Angela Merkel o Mario Draghi. La esperanza es que el domingo por la noche, para la final, Europa solo hable de fútbol.

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