Un Wolverine mortal entre samuráis, ninjas y yakuza

Wolverine en el Japón. Una idea más que atractiva, con todo lo que eso implica: samuráis, honor, alta tecnología, yakuza, etcétera. Además, para los seguidores del personaje es más atractivo porque ya en los ochenta Frank Miller había dibujado una historieta sobre el paso de Wolverine por el País del Sol Naciente.

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Pero como tantas propuestas hollywoodenses, la cosa se queda por el camino. Promediando el filme, la historia se descuida como si el aliento se agotara, como si tanta acción inicial nublara la capacidad de crear un buen relato.

Y la verdad que tenían mucha tela para cortar.

La película comienza con Wolverine vagando deprimido por la muerte de Jean Grey en algún bosque de Norteamérica. Hasta allí llega una joven japonesa que trae la invitación de un antiguo soldado de la II Guerra Mundial, a quien Wolverine había salvado de la destrucción de Nagasaki. El hombre se convirtió en un poderoso magnate que está agonizando y quiere proponerle un trato a su salvador: convertirse en un hombre normal, que envejece como cualquiera (algo muy tentador para alguien que solo ha visto morir a sus seres queridos) y quedarse él con su inmortalidad. Logan/Wolverine le dice que solo ha venido al Japón a despedirse de un antiguo amigo. Pero no será tan simple. Parte de sus poderes le serán robados, y se verá obligado a convertirse en el guardaespaldas de la nieta del agonizante empresario.

La ambientación es muy buena, así como los enfrentamientos, principalmente los que transcurren en la cubierta del tren bala. Pero la historia decae con salidas fáciles. No esperamos que la historia sea realista, pero sí que tenga un mínimo de coherencia.


sferreira@abc.com.py

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