Injustificada jactancia del Gobierno por una calificación internacional

La evaluadora de riesgos Standard & Poor’s Financial Services elevó la “calificación de Paraguay” de BB a BB+ con perspectiva estable, lo que ha sido recibido como una gran noticia por parte del Gobierno y de no pocos agentes económicos, y hasta hubo quienes tildaron el hecho de “histórico”. Lejos de ser tal. Como muchas veces anteriores, se destacó que el país quedó “al borde del grado de inversión”, pero hace una década que Paraguay está en esa condición y la verdad es que no se ha avanzado en las reformas ni se han dado los pasos necesarios para cambiar de categoría. Por lo tanto, de nada vale jactarse por méritos inexistentes o por un 2 en la libreta.

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La evaluadora de riesgos Standard & Poor’s Financial Services elevó la “calificación de Paraguay” de BB a BB+ con perspectiva estable, lo que ha sido recibido como una gran noticia por parte del Gobierno y de no pocos agentes económicos, y hasta hubo quienes tildaron el hecho de “histórico”. Lejos de ser tal. Como muchas veces anteriores, se destacó que el país quedó “al borde del grado de inversión”, pero hace una década que Paraguay está en esa condición y la verdad es que no se ha avanzado en las reformas ni se han dado los pasos necesarios para cambiar de categoría.

Lo que ha hecho Standard & Poor’s ha sido equiparar su calificación a las de las otras dos grandes evaluadoras internacionales, que son Moody’s Investors Service y Fitch Ratings, que ya hace tiempo tienen a Paraguay en el peldaño anterior al grado de inversión. Si se mira el medio vaso lleno, es positivo que también Standard & Poor’s haya puesto al país en ese tope –por lo menos no se ha retrocedido–, pero se trata de una movida muy pequeña que, como veremos, no cambia prácticamente nada.

La escala de S&P tiene diez rangos, donde AAA es el mejor e indica capacidad extremadamente fuerte de cumplir obligaciones financieras, y D es el peor e indica bancarrota o default. La calificación BB es del grado especulativo y sugiere “gran incertidumbre ante condiciones económicas, financieras y de negocios que sean adversas”. Esta consultora tiene a Paraguay en este rango desde 2014. Para pasar al primer escalón del grado de inversión hay que ascender a BBB, “capacidad adecuada para cumplir sus obligaciones, pero sujeto a condiciones económicas adversas”.

Por su parte, la escala de Moody’s tiene 21 categorías y Paraguay está desde 2015 en el lugar 11, de la mitad para abajo, en Ba1, grado especulativo, antes del “grado medio inferior” Baa3, el primero considerado de inversión. Igualmente, Fitch tiene a Paraguay en BB+, todavía dentro del “grado especulativo de no inversión” desde diciembre de 2018. A modo de comparación, los países que han accedido al grado de inversión en América del Sur son Chile, Uruguay, Perú y Colombia.

En realidad no se trata de países, sino de la confiabilidad de sus títulos de deuda y, en este caso, la calificación BB+ de Standard & Poor’s se refiere a los bonos soberanos paraguayos de largo plazo, mientras que los de corto plazo continúan en B, lo que alude a una mayor vulnerabilidad. Esto es importante porque Paraguay se prepara para colocar bonos del Tesoro por 1.500 millones de dólares a corto plazo debido a las actuales altas tasas de interés, con la expectativa de canjearlos por otros de mayor plazo cuando mejore la coyuntura, supuestamente hacia 2026. Por este motivo, la pequeña mejora en la calificación de los títulos de largo plazo difícilmente tenga alguna influencia en la práctica.

Las calificaciones de las grandes evaluadoras de riesgo, en particular de las tres mencionadas, son las que toman primordialmente de referencia las casas de bolsa y los bancos en el mercado bursátil internacional para manejar las carteras de sus clientes, de ahí su importancia. Alcanzar el grado de inversión implicaría una ventaja determinante, con un efecto directo en la tasa de interés que paga el Paraguay tanto a nivel público como privado, pero también en el tipo de inversionistas y la calidad de las inversiones que se verían atraídas hacia el país, lo que en sí mismo significaría grandes oportunidades para decenas de miles de compatriotas y para el desarrollo nacional.

Pero eso está sujeto a una serie de precondiciones que no se han cumplido. En julio de 2022, en la primera evaluación pospandemia, las calificadoras resaltaron la resiliencia de la economía paraguaya en comparación con la región y, en el caso de Moody’s, hasta elevó su percepción de estable a positiva. Al mismo tiempo, sin embargo, ataron cualquier progresión a la implementación de una serie de reformas, por ejemplo la de servicio civil y la relativa a la Caja Fiscal, percibida como un factor de riesgo considerable para la sostenibilidad de las finanzas públicas.

En vez de avanzar en esas y otras áreas, en general se ha retrocedido. Por citar algunos ejemplos, el endeudamiento no para de crecer, no se ha cumplido el cronograma de convergencia del déficit, que tendría que haber vuelto al tope del 1,5% del PIB en 2024, nada se ha hecho con la Caja Fiscal ni en el ámbito de la función pública, como sobradamente lo demuestran los recientes escándalos de los “nepobabies”.

Por lo tanto, de nada vale jactarse por méritos inexistentes o por un 2 en la libreta. No hay secretos ni fórmulas mágicas. Paraguay tiene que hacer bien los deberes, ser serio, aplicado, cumplidor y persistente, restablecer el equilibrio macroeconómico y mejorar el clima de negocios. Solo así puede aspirar a estar considerado por los inversores entre los más atractivos de América Latina.

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